Temas para hoy
Es lo más angustioso, peor aún que ese examen de reválida que quieren imponer o restaurar mi querido Luis Alberto de Cuenca y su ministra (la línea clara, dicen, se ha hecho dura y los va a transformar en malos de Tintín, malos de Hergé, villanos de tebeo). A lo que iba: escribir puntualmente una columna -ésta, la que sea- se parece a menudo a un examen sin temas, o con todos los temas del mundo, una especie de examen insalvable que nos pilla, semana tras semana, con el cráneo en barbecho.
La soledad del portero ante el penalti, convertida en metáfora por el atrabiliario Peter Handke, es un juego de niños, un entretenimiento de patio de colegio comparada con la del columnista frente a su ordenador una vez por semana. El columnista busca su pedazo de pan, su pedazo de tema, el alimento que engorde su columna, con ansiedad de náufrago, igual que los mendigos huronean en los contenedores de basura. Un tema, es lo que piden, y una porción de tiempo. El columnista mira su reloj de soslayo y ve que pasa el tiempo y hay demasiados temas y ninguno parece que le vale: unos le vienen demasiado grandes y otros son tan estrechos que no logran cubrir mínimamente la desnuda extensión de su columna. El columnista tiembla y tiembla su columna a la intemperie, erguida frente a él como un reproche, como un recordatorio de su incapacidad. Hay que escribir, levantar la columna con un tema que soporte su peso para que el edificio no se nos venga abajo, no se nos desmorone entre las manos como las casas con aluminosis o los apartamentos de Jesús Gil y Gil. Un tema, nada más, eso es todo lo que el atribulado columnista pide como agua de mayo, aunque estemos a 9 de marzo.
El columnista, al fin, cae en la cuenta de que los argumentos de la prensa son múltiples, pero los temas siguen siendo unos pocos, los de siempre, los llamados eternos. El amor y la muerte. Literatura, en fin, amigo Thomson, que diría su amigo Miguel Sánchez-Ostiz con el permiso de don Pío Baroja. Al columnista le viene a la memoria el Calígula de Camus. 'Tema: la muerte. Tiempo: un minuto', les acuciaba el sanguinario emperador romano a los pobres poetas, convertidos de pronto en columnistas, sus hermanos de sangre en el papel. Es lo que un día sí y otro también sucede en su país. La muerte como tema principal y su subtema inevitable: el miedo.
Hace unos días se rozó la tragedia en los retretes de la Bolsa bilbaína. En menos de un minuto la muerte pudo ser el tema monográfico. Afortunadamente, se abortó el nacimiento de la muerte y su flor de amonal o cloratita no llegó a florecer sobre el asfalto, a los pies de la vieja Sociedad Bilbaína y a un paso del local que ocupaba un café benemérito llamado La Concordia antes de convertirse en un casino. Afortunadamente, los columnistas vascos no tuvimos que abordar el tema que Calígula imponía a los poetas.
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