Playas borrascosas
Me van a permitir ustedes -y de paso perdonármelo- que haya empezado estas líneas con un recuerdo al título de la obra maestra de Emily Brontë (Wuthering Heights o Cumbres borrascosas, según su tradicional título en castellano) que no sé por qué -o quizá sí, ya lo verán- me ha venido a la cabeza mientras leía esta quinta y mejor novela de Almudena Grandes, donde esta sólida narradora acaba de dar hasta ahora lo mejor de sí misma, apostando además por un modelo literario que a pesar de su poderosa intensidad algunos podrían considerar pasado, pero que en sus manos alcanza cotas de la mejor entidad.
Pero empiezo por lo primero, lo de justificar el recuerdo: Los aires difíciles es un novelón poderoso, complejo y repleto de pasiones desatadas, como lo es Cumbres borrascosas. Tanto la una como la otra son dos novelas marcadas por sus respectivos paisajes -una por sus cumbres y la otra por sus playas- sometidos a sus correspondientes atmósferas, a sus vientos y a sus aires, eso es a sus propias 'borrascas', que las condicionan a ambas hasta casi determinarlas, y más todavía en el caso de la de Almudena Grandes, que llega hasta a clasificar en la suya una serie de 'vientos' (de Poniente, de Levante y todo lo demás) que llegan a marcar las conductas de sus personajes, con lo que pese a sus evidentes diferencias -como es normal, son dos novelas de todo punto distintas- respiran cierto aire de familia, cierta 'atmósfera' narrativa común, lo que no resulta extraño si se piensa que nuestra escritora se ha echado en brazos de una de las mejores tradiciones narrativas que puede haber, la de la novela decimonónica, sin miedo al qué dirán ni a los posibles reproches de retraso que se le pudieran aplicar. Como si hubiera pensado que con el empuje, la potencia y la complejidad de Los aires difíciles le habrá bastado para purificarla de todos los malos vientos -aires- posibles, hasta como para jugársela del todo ante su mercado.
LOS AIRES DIFÍCILES
Almudena Grandes Tusquets. Barcelona, 2002 596 páginas. 22 euros
Pues ya se sabe que -salvo
en sus falsificaciones, que las tuvo- la novela decimonónica no se distingue precisamente por su ligereza, ni por su 'mercantilismo', ni por su levedad. Para leer a Galdós, Clarín, Flaubert, Stendhal, Zola, Dostoievski, Tolstói, las Brontë, Jane Austen y hasta Dickens hay que atarse los machos, liarse la manta a la cabeza e introducirse en una realidad densa y morosa que en principio podrían rechazar hasta esa gran masa de los lectores que han contribuido tanto a los grandes éxitos anteriores de Almudena Grandes.
Los aires difíciles se compone de dos novelas -más bien tres- diferentes que se unen en un tiempo y espacio determinados. Al empezar, la escritora así lo declara, pues habla de 'dos principios', de la misma manera que al terminar lo hace de 'un final', como si allí se cerrara todo; lo cierto es que no es así, pues entre estas dos historias se cruza otra tercera, que une las dos anteriores, provocando casi una tragedia que, al cerrar las otras dos, desemboca en un final abierto, poco decimonónico es cierto, aunque de todas maneras más actual. La historia del (buen) médico quizá asesino de su (mal) hermano, a quien engañaba con una cuñada ya muerta, frágil, insegura y un pelín mujer fatal, nos llega bastante cerrada en sí misma y su vigencia sólo se apoya en el sentimiento de culpa, y su reapertura hacia otra aventura sexual que será la 'tercera' novela interpuesta con la otra, la 'segunda', que parecía haberle sido destinada pero que no termina de alzar el vuelo.
Esta segunda aparece como más sencilla, pues es la de Sara, una mujer madura de origen humilde (procede de una familia de derrotados en la guerra civil) pero criada en su niñez y primera adolescencia entre los lujosos algodones de una madrina rica y sin hijos que la recoge, para abandonarla después a su pobreza anterior justo al terminar sus estudios secundarios. Aquí no hay más culpa que expiar que la de su carrera de mujer inteligente, trabajadora y al fin y al cabo solitaria, que ve primero frustrado su sentimiento de venganza, ya que su antigua madrina ya viuda la vuelve a recoger como empleada al morir sus propios padres, aunque sin 'gran esperanza' de heredar de verdad alguna vez.
No le hará falta, pues su formación le permitirá administrar los bienes de su madrina, y pasar a través de antiguas y nuevas relaciones a ser una buena experta en temas económico-administrativos de la más alta estirpe y baja estofa: blanqueos de dinero, informaciones privilegiadas, estafas inmobiliarias, enchufes políticos y todas las zarandajas de nuestra sociedad de hoy, y aprovecho para decir que, como se debe por su tradición, Los aires difíciles es una novela realista, donde la sociedad española del último medio siglo está dialécticamente bien retratada.
Sara vive sola y retirada en
un chalet de la urbanización playera, justo frente a otro del médico, que sigue trabajando como traumatólogo en un hospital de una ciudad cercana, y que ha llegado hasta allí en compañía de una joven sobrina (que es en verdad su hija, aunque no se sepa) y de un hermano menor suyo ya adulto, aunque retrasado mental, de quienes cuida lo mejor que puede. Todo hace pensar que ambos personajes están condenados a encontrarse, pero una nueva semifamilia se interpone entre ellos, la mujer de la limpieza de ambos, una hermosa empleada de hogar a la que acompaña un hijo adolescente, producto de un matrimonio frustrado con un marido infiel y cuya codicia por una pequeña herencia le lleva a atentar contra ella, precipitando el final del libro. Pero el papel que juega esta mujer -con su hijo, que también se eleva a insospechados relieves al situarse crucificado entre sus padres separados-, compartida por ambas familias, conduce a la aparición de una tercera novela, tan poderosa o más que las otras dos. Y así se entrecruzan una tragedia real (la del médico, su cuñada y amante muerta accidentalmente y la de su hermano quizá asesinado), un melodrama político-social y hasta sentimental (el de la fraudulentamente enriquecida Sara) y otro casi trágico, el de la familia rota de la empleada de ambos hogares, que además es uno de los personajes más sólidos del libro, junto con su penetrante y digno hijo y el marido estafador y frustrado hasta en su otro papel de asesino.
La prosa de Almudena Grandes es excesiva, generosa hasta la exasperación, mostrando que se trata de una escritora que no duda en mostrar sus tripas interiores de gran narradora, hasta por encima de sus propios desbordamientos. No se entiende bien -hasta después de haber leído- por qué los dos personajes centrales no han terminado de conectar entre sí, a veces hay secuencias demasiado largas, otras más cortas de lo debido, algún personaje parece sobrar (como una prostituta que le recuerda a la difunta cuñada, o el marido de la empleada, que tarda demasiado en tomar forma, o algunos secundarios del hospital) y el conjunto aparece desordenado en el fondo, aunque al final su evidente poderío nos permite poder perdonarlo todo. El libro es complejo, y hasta puede cansar a los lectores apresurados, cada página es tan potente que detiene por sí misma, pero como al mismo tiempo también deslumbra nos incita a seguir hacia adelante sin poder parar, y que así sea, pues todo esfuerzo será bien recompensado al final, un final que tampoco lo es del todo, el único detalle -como ya he dicho- que tropieza con la grande y fuerte inspiración decimonónica de ésta tan poderosa novela.
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