'Lo extraordinario son los personajes, no los actores'
Por la boca de Ben Kingsley no salen más que obscenidades y eso que está a punto de ser nombrado caballero por la reina Isabel II el próximo 19 de marzo. Pero su último trabajo como el mafioso británico Don Logan en Sexy Beast no conoce modales. 'Es un pittbull rabioso con la boca llena de espuma y los dientes clavados sin soltar su presa', describe del papel que le ha valido a este intérprete británico de 57 años su tercera candidatura al Oscar, en esta ocasión como actor secundario. Es un producto de lo que llama 'el síndrome Gandhi', filme que en 1982 le dio la fama y el Oscar como mejor intérprete encarnando al padre de la no violencia, pero que ha sido un estigma en su carrera contra el que ha luchado para dar a conocer que 'hay mucho más dentro de Kingsley'. Algunas muestras son el contable judío de La lista de Schindler o el gánster Meyer Lansky de Bugsy, su otra candidatura al Oscar. O el torturador de Death and the Maiden frente al patriarca Otto Frank en la última adaptación de El diario de Anna Frank. Todos han salido de este actor de origen indio por parte de padre y de educación clásica en lo que se refiere a la interpretación, campo al que ha dedicado su vida. Y lo mismo ocurre con Don Logan, el personaje malhablado y violento que durante su media hora escasa en Sexy Beast sorprende al público demostrando lo que para Kingsley es la mayor bendición de su trabajo. 'Algo que habla a voces de lo que yo considero que es esta profesión, una condición que me permite habitar cada una de las caras del ser humano siempre que tengas el valor de llamarte actor', afirma.
Pregunta. ¿De dónde sale un personaje tan excesivo como Logan?
Respuesta. El personaje es enteramente mi creación. Supongo que nace de esa arcilla formada por trozos, fragmentos, recuerdos, partes de mí mismo, de mi infancia, que soy incapaz de expresar con claridad porque es un proceso intuitivo. Pero el papel es trabajo de los guionistas que me dieron algo, unas palabras, una historia, que como actor he sabido hacer funcionar.
P. ¿Qué margen de improvisación se permite en un guión así?
R. Mi trabajo es ser capaz de comunicar al público las palabras que están en las páginas de un guión. Lo he aprendido con Pinter, Chéjov, Brecht o Shakespeare, y también se aplica a un guión tan anhelado como el de Sexy Beast. Siempre me sorprende cuando los actores quieren cambiar un diálogo para que se amolde a su personalidad en lugar de amoldarse ellos a lo que hay escrito. He visto tantos guiones empobrecidos porque los actores los han simplificado sin darse cuenta de que los actores somos gente normal. Son nuestros personajes los extraordinarios, y si cambiamos algo los haremos vulgares, como nosotros mismos.
P. Usted siempre se ha declarado más cercano a los dramas clásicos que al género violento al que pertenece Sexy Beast.
R. En mi opinión, Sexy Beast es tan excesiva que más bien la catalogaría en el campo de la comedia negra. Va más allá de la violencia, con tantas profanaciones que es extremadamente divertida. De hecho, las carcajadas que he escuchado en el cine son mi mejor reivindicación de que he hecho lo adecuado al escoger el papel. En cuanto a mis preferencias por el material clásico, si bien es cierto, es mi forma de analizar un personaje la que sigue las pautas clásicas, en busca de la mitología de la historia. La insistencia, la persistencia, la maldad, la manipulación, el odio ciego de Logan me recuerda a un personaje tan clásico como Yago, condenado con Otelo a ser incapaz de encontrar la felicidad.
P. ¿Se inspiró también en los bajos fondos londinenses?
R. No existe una persona en concreto en la que me haya basado. Es un proceso intuitivo donde, como el cuentacuentos que soy, mi trabajo es el de convertirme en el personaje que he creado.
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