Fabulación
La propagación de falsedades atribuidas al anterior presidente y filtradas a través del cauce acostumbrado que sirve al poder revela de manera muy gráfica el método habitual de comunicación política que emplea este Gobierno. Dicho método puede ser calificado como de sistemática fabulación, diseñada con la intención de mantenerse en el poder conservando la mayoría absoluta de que disponen. Y para eso cualquier medio sirve: mentiras, engaños, falsedades; ocultaciones, intoxicaciones, desinformaciones. En suma, cuentos chinos, si se me tolera tan racista expresión figurada.
De una forma u otra, siempre nos están contando un cuento. Así lo han hecho con su espionaje de las aventuras de González, aunque esta vez el tiro les haya salido por la culata. Pero lo mismo hacen con el CIS, cuando el hermano del ministro cocina las encuestas de opinión; con el INE, que falsifica la inflación al quebrar su metodología comparativa; con el déficit público, supuestamente esfumado gracias al trasvase del superávit de la Seguridad Social (sólo debido a que ahora se están jubilando los escasos nacidos durante la guerra civil). Y, en fin, con toda su política económica, sistemáticamente maquillada gracias a la doble trampa de la contabilidad creativa y la cuidadosa ocultación de la información estadística.
¿Por qué le gusta tanto a la gente del Gobierno contarnos cuentos, tomándonos por niños que se dejan engañar con mentiras piadosas? Ante todo, lo hacen porque pueden, gracias a tener comprada casi toda la opinión publicada y a que una mayoría automática de magistrados adictos al estilo argentino les provee de blindaje judicial. Y si, pese a todo, se les coge in fraganti, entonces cuentan con el fiscal general reciclado en abogado defensor, siempre presto a asegurar por defecto una plena inmunidad gubernamental. Pero además lo hacen porque funciona; pues que La Moncloa mantenga siempre encendido su pueril cuentacuentos se debe a que así espera seguir engordando indefinidamente su pingüe negocio electoral.
Si la estrategia de comunicación diseñada en La Moncloa se centra en la fabulación, es por creerla mucho más eficaz. El márketing electoral hace de la imagen del político el centro de su estrategia como forma de invadir y capturar la conciencia de los votantes, que hoy sólo eligen a los candidatos que les parecen más dignos de confianza, el valor supremo de la política posmoderna.
Pero la imagen visual es un concepto estático, derivado de la metáfora teatral, que reduce el debate político a espectáculo mediático, dominado por el presentismo de la actualidad inmediata. Pues la escena teatral exige oralidad hic et nunc, es decir, unidad de espacio y tiempo. Pero ese presentismo no sirve para colonizar el futuro electoral. Y lo que se necesita en política son profecías capaces de cumplirse a sí mismas, determinando el destino de las elecciones futuras. Es lo que hacen en La Moncloa cuando sustituyen la imagen por el relato como estrategia de comunicación: o sea, el cuento, la fábula, la narración.
La narratología se centra en el planteamiento de un nudo argumental que genera tensión por el desenlace futuro. Así sucede tanto en la novela o el cuento como en las narraciones fílmicas o audiovisuales. Se trata de que los lectores y los espectadores quieran llegar hasta el final de la narración para conocer el desenlace que anticipan. Y a este respecto en La Moncloa demuestran ser maestros consumados al contarnos el cuento de los tres príncipes que aspiran a suceder al monarca que se retira: ¿quién ganará sus favores al final? En cambio, si la oposición socialista fracasa en su estrategia de comunicación política, es porque no sabe traducirla a un relato preñado de desenlace, y por eso aburre a lectores empedernidos como Azúa o Verdú. Pues el PSOE sigue vendiendo pasado en lugar de futuro al obsesionarse en vindicar la memoria vengativa de González. Y esa película no interesa a nadie, pues el final ya se sabe.
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