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Las artes escénicas y la lógica de la responsabilidad

La única certeza que alcanza de manera inequívoca a un proceso negociador es su resultado, sea éste el acuerdo o la ruptura de las negociaciones. Sin embargo cuando se da el segundo caso, la ruptura, sólo estamos ante un ensayo que pronto o tarde deberá retomar la próxima sesión para poder poner en escena la obra elegida, el acuerdo. El reciente proceso negociador llevado a cabo entre la Administración y el sector teatral ha estado jalonado por más de un ensayo, pero el estreno debía llegar a su hora, y así ha sido. El esfuerzo valía la pena y las vías de diálogo han prevalecido por encima de los intereses. Una vez más, por tanto, la sociedad valenciana está en condiciones de felicitarse.

El resultado no se ha hecho esperar. La defensa de cada una de las posiciones o el tira y afloja de las críticas más acendradas no han sido obstáculos insalvables para que, tras varios meses de ensayo, los actores implicados hayamos podido alcanzar el acuerdo.

El teatro, desde la aparición del cinematógrafo y ahora con la entrada en acción de las nuevas tecnologías (internet, DVD, TV por cable...) disfruta de una muerte a la que durante una centuria -y parece que así seguirá por los siglos de los siglos- ha sido condenado por los agoreros de lo siempre nuevo. El teatro, como renovación y visita constante a los mitos y formas de ser de la humanidad, con sus proyecciones sobre el futuro de esa misma humanidad, ha captado los momentos de cada época y se ha sentido copartícipe de su desarrollo. Por éstas y por muy otras razones el teatro se ha convertido en un bien ineludible para cualquier sociedad que se sedimenta sobre el pasado, para fortalecer el futuro.

En nuestro caso, la parcela teatral valenciana se ha alzado por méritos propios con voz propia en el panorama nacional e internacional. Nuestro teatro ha pasado en poco tiempo de ser visita obligada de las giras por provincias a ser impulsor de renovadas y atractivas propuestas para el público en general. Ahí están los ejemplos de Moma Teatre o de la Compañía de El Micalet, la consolidación de Sagunt a Escena o la creación de infraestructuras en ciudades como Alcoy, Altea, Burriana, Elda, Carlet, Xàtiva, además de las tres grandes capitales. Pero además, la danza, el ballet o la música se han visto impulsadas en su concatenación con el resto de las disciplinas. Se ha producido una auténtica revolución cultural de la que el sector ha sido uno de los grandes beneficiarios.

La política teatral, como medio estratégico para el desarrollo de una política cultural más amplia, es básica en cualquier democracia. El teatro, pero no sólo el teatro, tiene unas necesidades semejantes a las reivindicadas por otras parcelas del arte (cine, música, pintura, escultura...) e incluso, en otros términos -claro está-, no más que las demandadas por otros sectores de la sociedad (agricultura, pequeña industria, comercio...). Atender a cada una de estas carencias entra dentro de la lógica más aplastante, pero la lógica lleva consigo un arma gemela como es la responsabilidad. Separar ambas obligaciones significaría, pongamos por caso, que cualquier petición por su lógica requeriría la respuesta positiva e inmediata por parte de la Administración, aunque ello conllevase el deterioro de la responsabilidad política.

Estamos, por tanto, aplicando la lógica de la responsabilidad. Conceptos ambos indisociables en cualquier realidad democrática. Así se ha actuado desde la Generalitat Valenciana durante todo el proceso de negociación y así, me consta, que se ha actuado desde el sector teatral. Sin embargo, la excesiva crispación reinante durante el proceso negociador ha servido para poner sobre el tapete tanto las carencias existentes, como los avances producidos en los últimos seis años. Las diferencias de matiz entre ambas variables parecían en algún momento irresolubles, pero al final se ha impuesto la vía del diálogo como fuerza para la solución de las discrepancias. Se han superado, una tras otra, las crispaciones de un debate intenso, al entender el esfuerzo de la sociedad valenciana por disponer de unos mimbres de primer orden para el futuro cultural de los valencianos y valencianas. Nuestra posición, como he reiterado durante todo el proceso, era hacer compatible el trabajo de nuestros actores y actrices con la experiencia de otros actores y actrices que, por su trayectoria, pueden servir de impulso para la nueva realidad teatral. Y, a su vez, que este contacto entre experiencias, fuera vivero para el futuro del sector.

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La óptica de los gestores públicos, así como la de los representantes teatrales, ha avanzado sobre la base de una política cultural seria. En ocasiones la responsabilidad ha tenido que superponerse a la aparente lógica de las demandas. En otras, el silencio ha resultado ser la mejor palabra para no exasperar los ánimos ya de por sí bastante enardecidos. El proceso de asentamiento cultural puesto en marcha lo requería y así hemos actuado. Porque no se trataba de empobrecer lo ya de por sí rico, sino de elevar el listón de una sociedad que ha sabido equilibrar su crecimiento económico con la mejora de sus niveles culturales.

Ahora, cuando el acuerdo se ha mostrado fructífero, cuando las discrepancias ya no se asientan sobre la radicalidad, cuando la Generalitat Valenciana acaba de dar un paso más en la política cultural participativa de todos los sectores, es el momento reafirmar la vía del diálogo como medio para resolver divergencias.

Valencia, Castellón, Xátiva, entre otras muchas ciudades, cuentan con nuevas infraestructuras; los actores y actrices y la Generalitat Valenciana disponen de un documento de futuro, la Ley de las Artes Escénicas. También el Teatre Nacional Valencià y la Ciudad de las Artes Escénicas están en el horizonte más inmediato. Desde aquí reitero que ese horizonte nos corresponde y que solo será posible desde la lógica de la responsabilidad que tan buenos resultados nos acaba de ofrecer.

Consuelo Ciscar es subsecretaria de Promoción Cultural de la Generalitat Valenciana.

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