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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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Crecimiento: ¿confianza o credibilidad

Joaquín Estefanía

LOS DATOS DE LA CONTABILIDAD NACIONAL correspondientes a 2001 indican que la economía española creció un 2,8%, lo que supone a la vez una muy notable desaceleración (desde el 4,1% de un año antes) y una situación mucho mejor que la de los países de nuestro entorno, más anémicos. Los dos aspectos son ciertos. Los responsables del Ministerio de Economía podrían haber copiado las palabras del místico - si me contemplo, soy un pecador, pero si me comparo, soy un santo- y hecho una intervención más medida. Pero no ha sido así: Cristóbal Montoro ha afirmado que 2002 puede y debe ser un año de reactivación, y José Folgado ha llegado a la conclusión de que 'se ha tocado suelo'. Hay pocos datos empíricos que permitan compartir ese optimismo.

La frontera que separa los pronósticos optimistas de la propaganda es muy delgada. Hay abierto un debate muy interesante sobre el papel de los analistas de inversiones en la marcha de las Bolsas y de las empresas

Tanto uno como otro han preferido inyectar confianza en los inversores y en los agentes sociales, algo necesario en el corto plazo, a riesgo de perder credibilidad, un factor decisivo en el largo plazo. Ambos saben que la única posibilidad de que se sustancie el mejor escenario es una recuperación rápida de la economía norteamericana y europea. Lo cual, hoy por hoy, nadie se atreve a pronosticar, ya que los indicios son ambiguos.

Plantear hipótesis optimistas sobre la coyuntura es prudente si están basadas en algo. Si no, se cae en el descrédito. Eso es algo que se está discutiendo mucho estos días en relación al papel de los analistas de inversiones y las empresas que cotizan en Bolsa. Muchas de las casas de análisis que trabajan en Wall Street sufren en los últimos tiempos la sombra de la sospecha, y hay un interesante debate sobre su papel y sobre si la corrupción está ganando terreno en el mundo empresarial debido a la ausencia de los controles necesarios. La frontera que separa la creación de expectativas reales y artificiales es muy delgada y diferencia precisamente el análisis de la propaganda.

Una de las cosas más chuscas que han acontecido últimamente en la política internacional es la existencia de esa Oficina de Influencia Estratégica que ha creado el Pentágono norteamericano, en la que a la propaganda se la denomina retóricamente 'diplomacia pública' y que tiene órdenes de hacer lo que sea 'para cambiar los corazones y las mentes de la opinión pública internacional'. Entre las mismas está la de fabricar información falsa para consumo de la prensa internacional. ¿Se practica esto en el campo de la economía?

Este tipo de labor la ejercían otros organismos opacos en tiempos de la guerra fría. En su interesante libro La CIA y la guerra fría cultural (Editorial Debate) cuenta la profesora de la Universidad de Oxford Frances Stonor Saunders cómo durante los momentos culminantes de la guerra fría el Gobierno de EE UU invirtió enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural en Europa Occidental; un rasgo fundamental de este programa era que no se supiese de su existencia. Con esta acción, EE UU intentaba contrarrestar las acciones de propaganda de la otra parte, lideradas por uno de los personajes más misteriosos y fascinantes de los años treinta, Willi Münzenberg. El libro de Stephen Koch El fin de la inocencia (Editorial Tusquets) relata cómo tejió una inmensa red de desinformación, espionaje e intriga en la que cayeron algunos de los más brillantes intelectuales de Occidente. Es muy interesante cruzar los datos de una y otra parte para conocer qué personajes trabajaron en uno y otro lado del telón de acero, en muchos casos sin saberlo.

Los datos de la contabilidad nacional dan para muchas interpretaciones. Entre otras, que el pequeño crecimiento de la economía española está basado sobre todo en el consumo de las administraciones públicas y en la construcción, lo que demuestra un crecimiento de escasa calidad y desequilibrado. Ponernos de puntillas y decir que somos más altos no arreglará la situación, como acaba de advertirnos Bruselas en su informe sobre las orientaciones de política económica.

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