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Columna
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Botellón

Félix de Azúa

En los últimos treinta años se ha producido una mutación, y el primero en advertirlo fue Charles Rosen. Resulta que antes se hacía música leyendo una partitura y por medio de la interpretación. Cada artista imponía su estilo personal, de modo que Night and Day, de Cole Porter, cambiaba por completo si la cantaba Nat King Cole o la tocaba Art Tatum. El último caso que conozco es In the ghetto, por el Príncipe Gitano. Ahora no hay partitura que valga, sólo discos. Millones de jóvenes ('gente que no ha llegado a la madurez', según María Moliner) escuchan el mismo disco miles de veces, y luego van al concierto para verlo 'en realidad', como aquel niño que iba al cine para ver a Harry Potter 'en realidad'. Si antes se apreciaba la individualidad del intérprete, ahora se aprecia la identidad masiva del oyente y la repetición.

De modo que hay un problema de alcoholismo entre los inmaduros, pero no tiene remedio mientras lo compartan con sus padres y abuelos. Y también hay un problema de agresión al vecino, pero tampoco tiene remedio porque un inmaduro que se divierte a las cinco de la mañana goza de un valor simbólico muy superior al trabajador que no puede pegar ojo en toda la noche. Sobre todo, para la izquierda.

Sin embargo, el verdadero problema no es ni el alcoholismo, ni la paidofilia política, sino que los inmaduros necesiten juntarse por miles para repetir incansablemente los mismos rituales, con el único fin de comprobar que forman una masa idéntica a sí misma. Que se emborrachen, copulen, defequen, griten, o hablen de Heidegger, es secundario respecto a lo principal: formar una masa, como en los conciertos de rock. Y tampoco tiene remedio porque no hacen sino imitar a los maduros, los cuales se reúnen, compactos e idénticos, a gritar en un campo de fútbol hasta sentirse fundidos en una masa arrebatada por la repetición y la sentimentalidad.

El botellón sólo se acabará cuando regrese el aprecio por la diferencia, la aventura, la experiencia única, el intérprete y las partituras, que es como decir 'los textos respetables'. Si es que alguna vez vuelven a apreciarse y no acabamos todos como en La Meca, juntitos, de blanco, y dando vueltas alrededor de una piedra negra.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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