Los 'otros' Muehlegg
Desde hace más de 40 años, España ha hecho suyos a deportistas como Di Stéfano, Kubala, Luyck, Brabender, Duishebaiev, Jivanevskaia...
Aunque Paquito Fernández Ochoa ['a mí Juanito me chupa las narices'] no vibre, las medallas conseguidas por Johann Muehlegg en Salt Lake City son medallas españolas. Contabilizan como españolas, colocan a España entre los mejores países del mundo, crean afición entre los españoles, ocupan su plaza en la dinámica de éxito del deporte español. Y, en este sentido, no son una novedad. La historia del deporte español, como la de todos los deportes del mundo, por otra parte, se ha hecho gracias a los emigrantes, a los deportistas nacidos en países extranjeros que, por diferentes razones, económicas, sentimentales o laborales, acabaron vistiendo la camiseta de las selecciones españolas.
La afición siempre lo entendió y siempre lo aplaudió. Nunca hubo problemas quizás porque todo comenzó hace tiempo, hace más de 40 años, y comenzó en el fútbol. Comenzó en el fútbol y comenzó en Madrid, en los años oscuros de aislamiento internacional. El fútbol fue la única ventana que se abría al brillante exterior, y el Real Madrid y sus Copas de Europas, el gran orgullo nacional. Un solo jugador marcó en las cinco primeras finales disputadas, en la gran serie del Real Madrid, un jugador nacido en Argentina, héroe del River Plate y que llegó a España desde Colombia, se quedó, se hizo español, acabó jugando con la camiseta roja de la selección y entró a formar parte de la historia del deporte español: Alfredo di Stéfano. Di Stéfano fue bastante más: fue elegido mejor jugador europeo, enseñó a los europeos a jugar al fútbol.
Y había también un húngaro al que la contrarreforma de Budapest de 1956 le pilló de gira y decidió quedarse en España y hacerse español, Ferenc Pancho Puskas... Y al Barça llegó Ladislao Kubala, 'querer, saber y poder', que acabó siendo seleccionador nacional.
Pocos años después, otro deporte, el baloncesto, la misma ciudad, Madrid, y una necesidad: el despegue. Llegados al Madrid desde universidades norteamericanas, Clifford Luyk, desde Florida, y Wayne Brabender, desde Minnesota, con sus aires de granjero de Kansas, aparecieron para cubrir las necesidades. Hicieron crecer a su equipo, se hicieron españoles gracias a los deseos y buenos oficios de Raimundo Saporta cerca de El Pardo y acabaron liderando a la selección española. Hicieron vida en España, se casaron con españolas, fueron grandes del deporte español.
Para nacionalizarse español hay que ser hijo de español o residir varios años en España, menos si se es procedente de un país hispanoamericano o del pasado colonial español. Hay también una vía de atajo, la que permite al Estado nacionalizar a cualquier persona atendiendo a necesidades nacionales. Ésta es la vía de la última década, la vía política. La vía del cálculo.
Antes de que Muehlegg se mosqueara con su federación, la alemana, y en un arranque de furia decidiera competir por España, las autoridades deportivas españolas ya habían abierto la puerta a la nacionalización rápida de otros deportistas necesarios para el éxito: se trataba de que algunas especialidades tuvieran acceso al restringido círculo del podio.
Quizás el caso más ejemplar fue el protagonizado por un casi apátrida, un balonmanista asiático huérfano de patria con el derrumbe de la Unión Soviética. Tálant Duishebaiev fue fundamental: por fin la selección contaba con un central de nivel mundial y aspirar a lo más alto. El premio fueron dos bronces olímpicos en Atlanta 96 y Sydney 2000.
Lo vio claro Rafael Cortés Elvira, entonces secretario de Estado para el Deporte, firme impulsor de las nacionalizaciones para mayor gloria del deporte español. Para aumentar la cuenta de medallas. Fueron años, y siguen siéndolo -Juan Antonio Gómez Angulo, el actual secretario de Estado, también defiende la vía nacionalizadora-, de claro pragmatismo. Atletas de gran nivel se dejan caer por España para entrenarse, de vacaciones, para buscar trabajo, enamorados o porque hace bueno. Algunos deciden quedarse. A todos, antes o después, les llega la propuesta de nacionalización. Hazte español y gana medallas para España. Haz la historia del deporte español.
Nina Jivanevskaya, nadadora rusa que se casó con un español, ganó un bronce olímpico en Sydney 2000 y vio desde el podio ascender la bandera roja-amarilla-roja sobre su espalda. Glory Alozie, nigeriana asentada en Valencia, ganará medallas en los 100 metros vallas y lo hará para España, como también lo hizo la nacida cubana Niurka Montalvo. Y como seguirán haciéndolo los nuevos que lleguen. La marea no se podrá parar: hacerlo sería como poner puertas al campo.
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