Mejor que nunca
Las visitas de la Philharmonia Orchestra a Valencia son frecuentes y, por eso mismo, la imagen de una formación dúctil y expresiva se asienta sobre audiciones en directo, y no necesita refrendarse con su gloriosa trayectoria discográfica. También está corroborada por el directo la calidad de su bagaje técnico, aunque éste no siempre alcance la excelencia de agrupaciones británicas como la London Philharmonic, La London Symphony Orchestra o la Orquesta Hallé de Manchester.
Con la actuación del día 12, sin embargo, las batió por goleada y se superó con creces a sí misma (dejando aparte lo conseguido junto a Giulini en 1991). No sólo se mostró tan maleable como siempre a las indicaciones del director, sino que obtuvo un refinamiento total en la calidad sonora, y ajustó sus secciones de forma impecable. Parece lógico atribuir parte del mérito al director que esta vez tenía al frente: Esa-Pekka Salonen, a quien los propios miembros de la orquesta aplaudieron con ganas al final. Ya los escuchamos juntos en 1996 pero, aun siendo muy buena aquella sesión, quedó lejos de lo escuchado el martes.
Philharmonia Orchestra
Director: Esa-Pekka Salonen. Obras de Debussy, Sibelius, Lindberg y Bartók. Palau de la Música. Valencia, 12 de Febrero de 2002.
Como entonces, abrió la velada el Preludio a la siesta de un fauno y, como entonces, resultó delicioso. Pero el plato fuerte venía con la Cuarta Sinfonía de Sibelius, programada con acierto ya que no se había escuchado antes en Valencia. Salonen puso en escena la impresionante naturaleza de Finlandia, y lo hizo sin efectismos, con un reflejo escueto y a la vez intenso del frío y la soledad. Su precisión es extrema -incluso cuando dirige sin batuta- y el control de la dinámica total: produce en el oyente la sensación de que siempre podría acentuar aún más el fortissimo o el piano, incluso cuando ha llegado a cotas muy altas de la gama sonora.
Su faceta de compositor, retomada a partir de 1995 (véanse sus propios registros con la Filarmónica de Los Ángeles), encuentra una derivación lógica en la divulgación de la música contemporánea. Esta vez le tocó el turno a Lindberg, con su interesante Parada for orchestra, recientemente estrenada en Basington y constituida a partir de sucesivas oleadas de flujo orquestal, que nacen unas de otras sin solución de continuidad.
El programa acabó con un Bartók: El Mandarín Maravilloso. Ni el finlandés ni los británicos privaron a la partitura de su corrosiva acidez, de los ritmos galopantes y del clima desenfrenado. Pero todo esa agitación no impidió disfrutar la exquisita sonoridad de las maderas que, desde el principio de la velada, consiguieron encontrar el color justo para cada frase, y la expresión adecuada para cada obra.
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