El portero imperturbable
Cañizares resiste con estoicismo el odio de las hinchadas rivales y vive su mejor momento
Todo el estadio coreaba su nombre, pero no precisamente para ensalzarlo. Al igual que en la mayoría de los campos de la Primera División, el vitoriano de Mendizorroza también se ensañó el miércoles con el portero del Valencia y de la selección española, Santiago Cañizares. La afición del Alavés le insultó sin desmayo durante el partido, pero sobre todo cuando, a falta de tres minutos, el árbitro pitó un penalti a favor del conjunto vasco. Mientras el especialista Llorens se dirigía a lanzar desde los 11 metros arreciaron las imprecaciones contra el arquero de Puertollano (Ciudad Real), que permaneció imperturbable: paró el tiro y dio el liderato a su equipo.
¿Cómo se consigue esa abstracción de la ira de la grada? En gran parte, porque Cañizares, de 32 años, está acostumbrado. Cada vez que juega fuera de Mestalla le toca vestirse con una gruesa piel de rinoceronte, refractaria a los improperios. La afición osasunista de El Sadar, por ejemplo, es una de la más virulentas con él. No se quedan atrás ni la de su ex Madrid ni la del Deportivo. El 9 de diciembre, Riazor se mofó de las lágrimas que dejó escapar tras perder, ante el Bayern de Múnich, la última final de la Liga de Campeones. Los Riazor Blues le cantaron: 'Haz pucheritos, Cañete; haz pucheritos'.
Pero cuanto más le insultan mejor actúa. Debe de ser porque se trata de un futbolista muy competitivo. No sólo para los rivales, sino para sus propios compañeros. Odia el banquillo. Le gusta ser el protagonista. De ahí, que su peor momento en el Valencia fuera tras lesionarse un tobillo en Eindhoven (Holanda) hace dos años en la Champions. Palop le sustituyó un par de meses con acierto y tuvo que mover el cielo y la tierra para volver. No sucedió lo mismo cuando se fracturó una costilla hace dos meses en el Camp Nou. No hizo falta. Estaba convencido de que el puesto es suyo.
Cañizares disfruta ahora del momento cumbre de su carrera. Irradia una abrumadora seguridad y ha pulido su comportamiento. Ya no reparte broncas entre sus compañeros cada vez que recibe un gol, culpándoles, lo que le costó que Djukic le retirase la palabra. Ambos siguen sin hablarse, pero su relación en el campo es correcta.
Cumplir sus ambiciones
Más que elegir el Valencia a Cañizares en junio de 1998, fue el portero manchego quien eligió al club de Mestalla. El futbolista entendió que era el club perfecto para cumplir sus ambiciones. Ni demasiado grande como el Madrid, en el que siempre se le observó con cierto recelo, ni demasiado pequeño como el Celta, en el que se ganó un nombre entre 1992 y 1994 y logró uno de sus dos trofeos Zamora al meta menos goleado, pues el otro lo obtuvo el curso pasado con el Valencia.
Cañizares hace gala de valencianismo en lo que algunos consideran pura demagogia y otros auténtico agradecimiento al club en el que ha crecido tanto. Su llegada a Mestalla ha coincidido con una etapa gloriosa para el Valencia, que se adjudicó la Copa del Rey de 1999 antes de ser subcampeón de Europa en 2000 y 2001.
Procedente de la cantera del Madrid, en el que se entrenó a las órdenes de Miguel Ángel, su ídolo infantil, Cañizares no se sintió nunca completamente querido en el Bernabéu. Ni en su etapa de aspirante, en el Castilla, ni cuando regresó en 1994 ya consolidado tras su estancia en Vigo. Entre medias lo pasó fatal en su temporada cedido en el Elche, cuando se enfrentó a su técnico, Gustavo Silva, acusándole de hacerle la vida imposible.
Nadie disfruta más que Cañizares de las victorias y nadie lo pasa tan mal ante las derrotas. Sus lágrimas tras perder la final de Milán dieron la vuelta al mundo. Y no son nada excepcional. Ha confesado que los traspiés le hacen llorar. Especialmente, si son en una final como aquélla, en la que paró en balde dos penaltis. Había sido campeón de Europa con el Madrid, pero desde el banquillo y a la sombra del alemán Illgner. Tampoco le colmó el oro olímpico que se colgó del cuello en Barcelona 92 porque el titular de aquella selección era el hoy aún atlético Toni.
Elegido por la UEFA como el mejor portero europeo del pasado año, Cañizares debe conformarse ahora con disputar la Copa de la UEFA. El 6 de diciembre pasado, el Valencia acababa de eliminar al Celtic en los penaltis y regresaba en avión desde Glasgow. Cañizares había vuelto a ser el héroe al parar un par de ellos en el Celtic Park. De modo que se dejó caer por la parte trasera del aparato, donde repasó las posibilidades de ganar, por fin, un trofeo europeo con el Valencia. Pero sobre todo habló de la selección española y la próxima Copa del Mundo, su gran reto. Sabe que no anduvo fino por la Eurocopa de Bélgica y Holanda 2000. Y quiere la revancha.
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