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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El árbol ponzoñoso del bien y del mal

La elección de un acontecimiento decisivo que confiera significado a la pasada centuria dependerá en gran medida de la ecuación personal del encuestado: para un africano será tal vez el proceso de descolonización y para un científico quizá el desciframiento del código genético. El rasgo escogido por Tzvetan Todorov (Sofía, 1939) es el surgimiento del totalitarismo, un mal asociado al cientificismo y a un régimen político definido por los campos de concentración. Memoria del mal, tentación del bien armoniza el rigor conceptual de los argumentos con la emotividad de las semblanzas de seres excepcionales capaces -como Primo Levi- de mantener la dignidad en medio de la tormenta. La conservación de ese terrible pasado, los usos o los abusos de la memoria y la transformación de las víctimas de ayer en los verdugos de hoy instala en el presente las huellas de ese sangriento pasado.

MEMORIA DEL MAL, TENTACIÓN DEL BIEN

Tzvetan Todorov Traducción de Manuel Serrat Crespo Península. Barcelona, 2002 377 páginas. 19,23 euros

'No aceptamos que el genocidio pueda excusarse en nombre del contexto histórico'

La experiencia biográfica de Todorov (abandonó Bulgaria para estudiar en Francia, donde instaló su residencia a partir de 1963) y su ejecutoria intelectual como lingüista, ensayista e historiador de las ideas se proyectan sobre la descripción y el análisis de un sistema que dominó amplias zonas de Europa durante buena parte de nuestro siglo de las tinieblas y que sobrevive todavía en otras zonas del planeta.

El tipo ideal del totalitarismo -esto es, su categorización al estilo weberiano- se construye con materiales tomados de la realidad, pero no se corresponde estrictamente con sus plasmaciones históricas. Los conceptos no viven ocultos en la naturaleza a la espera de ser descubiertos; son herramientas que se justifican únicamente por su utilidad. El término totalitarismo resulta esclarecedor por su capacidad para definir los rasgos comunes del nazismo y del comunismo; la obra compara los regímenes de la Alemania hitleriana y de la Unión Soviética a la búsqueda de sus elementos compartidos y de sus diferencias. Antes de renunciar prejuiciadamente a la lectura de este libro, los militantes antifascistas que conocieron las cárceles y nunca ocuparon puestos de poder dentro del sistema soviético deberían tomarse en serio esa advertencia metodológica. Todorov es consciente de su inclinación a 'mirar con simpatía' a los comunistas que combatieron a los regímenes fascistas 'por una mayor justicia social, por la libertad o por la paz'. Mientras la equiparación estricta de Auschwitz con Kolima es aceptada por los antiguos nazis como justificación parcial de su pasado, los antiguos comunistas suelen protestar de ese paralelismo. Pero no son los ideales de los nazis y de los comunistas sino los caminos escogidos por unos y otros para imponerlos mediante la fuerza desde el poder la marca del totalitarismo.

Si los argumentos teóricos no fueran suficientes para vencer las resistencias emocionales de quienes rechazan el término englobador de totalitarismo, la semblanza de Margarette Buber-Neumann tal vez pueda conseguirlo. Casada primero con Rafael Buber (hijo de Martin Buber) y después con Heinz Neumann (dirigente comunista alemán), la resaca de los juicios de Moscú arrastró a Buber-Neumann al campo de concentración de Karaganda. Tras el pacto Hitler-Stalin, la NKVD entregó a la Gestapo el 8 de febrero de 1940 en la frontera de Brest-Litvosk a un escogido grupo de comunistas alemanes; Buber-Neumann fue enviada al campo de Ravensbrück, donde conocería a Milena Jesenska, la amiga de Kafka. La llegada del Ejército Rojo a Ravensbrück le obligó a emprender el éxodo hacia Francia.

La corriente negacionista, que

impugna la existencia de los campos de exterminio nazis, y los historiadores revisionistas, remisos a condenar sin paliativos la barbarie hitleriana, plantean problemas inquietantes. La conservación del pasado no es sólo tarea de los historiadores que aplican criterios científicos para establecer los hechos, sino también de los testigos que aportan sus recuerdos; los conmemoradores de acontecimientos, en cambio, fabrican ídolos para ser adorados o demonios para ser aborrecidos. Si el trabajo de los historiadores y los recuerdos de los testigos ponen de manifiesto la atroz realidad de los campos nazis y soviéticos, la olímpica actitud de los cultivadores del determinismo (social, biológico o psíquico), preocupados únicamente por explicar los comportamientos del pasado y reacios a enjuiciarlos, también resulta inadmisible. 'No aceptamos', dice Todorov, 'que el sacrificio humano, o el genocidio, o la reducción a la esclavitud o la tortura puedan excusarse en nombre del contexto histórico'. Una vez reconstruidos los hechos sobre bases ciertas, la historia de ayer exige el juicio moral de hoy.

A finales de los cincuenta, las noticias sobre los campos de concentración soviéticos dividieron a la izquierda francesa y a las asociaciones de deportados. La semblanza de David Rousset, un superviviente de Buchenwald que encabezó en 1949 la denuncia del gulag, permite recrear los años en que la guerra fría fue utilizada como coartada para negar o al menos justificar (como Sartre y Merlau-Ponty) el universo concentracionero soviético. Rousset entabló y ganó un pleito por difamación contra la revista comunista Les Lettres Françaises: otro excelente libro de Todorov traducido al castellano (El hombre desplazado, Taurus, 1997) incluye un capítulo dedicado a ese juicio.

Los hechos del pasado no nos llegan en bruto, sino en forma de grandes relatos, protagonizados preferentemente por los bienhechores o por las víctimas. La narración heroica canta las glorias de los antepasados; y el relato victimista cuenta sus sufrimientos. Y aunque nadie desea ser víctima ahora, no faltan quienes invocan a su grupo de pertenencia victimizado antes para acogerse así a un estatuto capaz de garantizarles la impunidad por sus actuales abusos. Resulta preciso, así pues, distinguir entre las aplicaciones legítimas e ilegítimas de la evocación del pasado respecto al presente, un asunto tratado por Todorov en una breve obra anterior (Los abusos de la memoria, Paidós, 2000)

. Por lo pronto, memoria y olvido

son complementarios: el relato de Borges Funes el memorioso ilustra sobre las consecuencias de su eventual antagonismo. De añadidura, la evocación de los acontecimientos -siempre singulares- del pasado corre dos peligros opuestos: por un lado, la sacralización de algún episodio terrible (como el holocausto) le aísla superfluamente de otros sucesos trágicos (sea la bomba de Hiroshima o el genocidio de los armenios); por otro, el paralelismo retórico entre algunas situaciones contemporáneas y los regímenes totalitarios del pasado no es sino una forma de banalizar el mal: 'Cuando se utiliza el término nazi como simple sinónimo de canalla, toda la lección de Auschwitz se ha perdido'.

Los debates sobre el franquismo seguramente obtendrán provecho de las agudas observaciones de Todorov sobre la memoria literal de las víctimas, aferradas exclusivamente al sufrimiento padecido antaño, y la memoria ejemplar de los antiguos perseguidos, que proyectan las lecciones del pasado sobre las iniquidades del presente: las desatinadas comparaciones entre la dictadura de Franco y la actual democracia sólo sirven para trivializar la sanguinaria represión posterior a la guerra civil.

David Rousset, durante el proceso que entabló en 1951 con la revista comunista 'Les Lettres Françaises'.
David Rousset, durante el proceso que entabló en 1951 con la revista comunista 'Les Lettres Françaises'.AFP

Contra el maniqueísmo moral

LOS VENCEDORES de una guerra librada contra cualquier caudillo del mal (Hitler, Sadam Husein, Milosevic o Bin Laden) corren el doble peligro de considerarse la encarnación misma de los valores por los que dicen combatir y de creerse a salvo de las tentaciones de Satán. En realidad, observa Roman Gary (que también figura en la galería de semblanzas de la obra), el desenlace de esas guerras libera a los vencidos pero no a los vencedores: el bando opuesto al enemigo derrotado no es forzosamente un bien sino que puede ser otro mal. 'Dar lecciones de moral a los demás', resume Todorov, 'no ha sido nunca un acto moral: la virtud del héroe o la aureola de la víctima no destiñen realmente sobre sus admiradores'. La tentación del bien, esto es, tratar de imponerlo en la vida privada y en la esfera pública, produce más víctimas que la voluntad de mal. Según Todorov, el adversario a combatir en el siglo XXI será la seguridad de los que pretenden saber siempre dónde está el bien y el mal: 'No el diablo sino aquello que lo hace posible: el propio pensamiento maniqueo'.

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