¿Cine cautivo?
Andan revueltas, una vez más, las aguas del cine español. Y aunque no sea buena noticia, es cierto que las circunstancias en las que se mueve nuestra industria cinematográfica son preocupantes. Hemos tenido un año 2001 con unas estadísticas aparentemente brillantes, con un aumento de la cuota de mercado importante y con un incremento en la producción tan sustancial como inquietante por la inflación en el número de títulos realizados. Sin embargo, los problemas que desde hace ya demasiado tiempo lastran a nuestra industria cinematográfica afloran cada vez con más fuerza, debido precisamente a estos índices tan halagüeños. Y así seguirá en el futuro mientras en nuestro país no exista una auténtica política global de audiovisual que abarque a todos los sectores implicados: desde la creatividad (producción) a la comercialización (léase distribución) en salas de cine, vídeo y televisión, así como su mayor presencia en los mercados extranjeros y todo ello suponiendo, lo que es mucho suponer, que la industria cinematográfica tenga un auténtico interés a nivel de Estado (tal como ocurre en nuestra vecina Francia y, por supuesto, en los Estados Unidos).
Hace falta una potente industria de distribución para que el cine español ocupe el lugar que le corresponde
El cine español ha dado fuertes pasos adelante en sus contenidos y en su parte industrial
Es absolutamente necesario que se cree, porque no existe, una conciencia nacional al respecto, para que se considere al cine industrial y culturalmente como un sector necesario, básico y prioritario por parte de los poderes políticos, sean de la tendencia que sean. Si no partimos de esa premisa, continuaremos manteniendo una industria sujeta por alfileres que nunca podrá tener el lugar que probablemente le corresponda.
Existen en nuestro cine los dos factores indispensables para que su desarrollo sea coherente y fructífero: el talento para la creación y las bases industriales para su concreción. ¿Cuáles son, pues, los problemas que imposibilitan su desarrollo de una forma continua, coherente y rentable? De forma global, podríamos resumirlo en la comercialización (de los tres sectores: cine en salas, vídeo y televisión).
Lo que marca la diferencia en todo el mundo, y muy particularmente en España, entre el enorme potencial del cine norteamericano (al margen de su poder creativo) y el de las restantes cinematografías nacionales, es sobre todo su magnífica red de distribución que abarca hasta el último rincón del planeta, lo que produce que sus películas (las buenas, las regulares y las malas) estén presentes en la mayoría de las pantallas del mundo y sean el principal referente del espectador. Sin una potente industria de comercialización, es imposible que la cinematografía española pueda ocupar en España, en su propio mercado natural, la posición que a priori se merece.
Es muy argumentado por los defensores del libre comercio que la ley del mercado sitúa a cada producto, incluido el cinematográfico, en el lugar que le corresponde y no hay una aseveración más falaz que ésa cuando se habla del cine en nuestro país.
No quiero entrar en la trampa de los 'gustos del público', sino basarme en eso tan etéreo y mentiroso, en cuanto a cultura se refiere, llamado mercado libre. Pues bien, para que el tal mercado libre exista, el primer requisito necesario es el de la igualdad de oportunidades y es evidente que el cine español y el cine europeo no gozan en absoluto de esa igualdad. Por un lado, por circunstancias históricas con el doblaje sistemático de todo el cine foráneo, que nos roba nuestro más preciado bien: el idioma (y conste que bajo ningún concepto abogo por la supresión del mismo, porque significaría el fin del espectáculo cinematográfico en general) y por otro, por la concentración de la distribución del cine dominante en unas pocas manos, lo que deja un muy pequeño margen de maniobra para nuestra cinematografía.
Cinco compañías distribuidoras, fundamentalmente de cine americano, acaparan aproximadamente un 70% del mercado. Si a ello se une que a su vez estas mismas compañías comercializan gran parte del cine español y algo del comunitario, su presencia en el mercado supera con creces el 80% de las recaudaciones en salas de cine. Frente a ello, tan sólo existen poco más de una docena distribuidoras españolas (de ellas, cinco o seis puramente testimoniales) que distribuyan obras de otras cinematografías y de ellas, tan sólo diez tocan el cine español.
Es claro que con un mercado tan descompensado, difícilmente puede existir una mínima igualdad de oportunidades entre la cinematografía dominante y el resto de las cinematografías mundiales.
Los tres sectores del cine en salas (producción, distribución y exhibición) bailan al son que les permite quienes verdaderamente detentan el poder. Pero si esta situación es muy grave, tal como acaba de denunciar el presidente de la Federación de Asociaciones de Productores Audiovisuales de España (FAPAE), mucho peor es la situación en los otros dos sectores de la comercialización de la imagen: el vídeo y la televisión que además son los que producen la gran masa económica de la industria cinematográfica, aunque sean menos emblemáticos que el de las salas de cine.
Produce el vídeo una facturación anual similar al cine en salas, con el agravante de que en este caso, prácticamente el 90% de su facturación es de cine de producción americana. Pero la situación más grave se da en los grandes difusores, las televisiones, donde las diferencias entre el cine español y comunitario y el cine de origen norteamericano son abismales por no decir escandalosas.
Tras mucho luchar, ha conseguido el cine español unas inversiones por parte de las televisiones en la producción de películas que suman unos 15.000 millones de pesetas. Frente a ello las inversiones de las televisiones (por cierto, sector no sometido al tan cacareado libre mercado pues dependen de concesiones públicas) suman del orden de los 150.000 millones de pesetas anuales en cine de origen norteamericano.
Difícil es mantener una situación donde se le exige al cine español jugar con unas supuestas reglas de libertad de mercado en su exhibición en salas, cuando esa misma libertad de mercado desaparece cuando se trata de su comercialización en los otros sectores más productivos. Bien es cierto que el cine español ha dado en los últimos tiempos fuertes pasos adelante en sus contenidos y en su parte industrial. Ha habido títulos de enorme éxito de público (bienvenidos sean), pero siguen siendo la excepción que confirma la regla, en cuanto a su masa de producción. Se han creado grupos industriales de producción más fuertes, con mayor o menor éxito vinculados a las televisiones que han potenciado fuertemente la producción (aunque exista el riesgo de su tendencia hacia la monopolización del sector), igualmente cierto es que nuestras películas triunfan en los grandes festivales y que incluso se exportan más que antes, pero entendamos de una vez por todas, que sus problemas esenciales no están en los aspectos anecdóticos 'cuota de pantalla' incluida (aunque sea una ayuda necesaria) y se busquen soluciones a otros pequeños problemas.
En tanto y cuanto no se afronten, de una vez por todas, las circunstancias que mantienen a nuestra cinematografía cautiva en su propio mercado, de la cinematografía dominante, que el dinero público de las televisiones públicas y que el dinero privado de las televisiones privadas que gozan de concesión pública, no tengan un reparto en la adquisición de derechos cinematográficos más justos y equilibrados, nuestro cine nunca podrá de una forma coherente y libre demostrar sus auténticas posibilidades. Tan sólo con una conciencia política que ordene, regule y dé posibilidades a la existencia de un mercado basado en una igualdad de oportunidades que otorgue al consumidor una verdadera y rica libertad de elección, podremos saber cuál es el verdadero potencial de nuestra cinematografía.
Enrique González Macho es distribuidor y exhibidor.
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