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Columna
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La larga crisis de la banca japonesa

Antonio Carrascosa

La banca japonesa, como reflejo de la larga crisis que vive Japón, es constante noticia en la prensa económica mundial. Para algunos (los estructuralistas), la crisis bancaria es una de las causas principales de los males de la economía japonesa al no estar cumpliendo los bancos con su función típica de intermediación financiera. Resolvamos, pues, los problemas de la banca y Japón habrá dado un gran paso adelante para salir de su depresión crónica. Para otros (los keynesianos), 'carece de fundamento pensar que los problemas bancarios causaron el desastre japonés o que su resolución restaurará la prosperidad' (Tobin).

En lo que todo el mundo coincide es en que la banca japonesa padece un muy grave problema de morosidad, lo que está desembocando en una crisis de solvencia de dichas entidades. El origen histórico de esta explosión de morosidad está en el estallido de la burbuja especulativa de los años ochenta, pero para explicar el nivel de morosidad alcanzado hoy en día, si cabe, son más relevantes tanto la larga recesión económica que vive el país (especialmente desde 1998) como la deflación que sacude a la economía japonesa.

La banca japonesa padece un muy grave problema de morosidad, que está desembocando en una crisis de solvencia
La gestión bancaria ha sido conservadora y su preferencia por los bonos públicos se ha reforzado por la escasa demanda de crédito
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Aunque a veces se publican datos muy diferentes, si seguimos a la Agencia de Servicios Financieros, el dato de préstamos de dudoso cobro alcanza los 65,771 billones de yenes (final de marzo de 2001). Dado que los importes del PIB japonés y de los créditos totales de la banca son muy parecidos, la proporción entre, por un lado, los préstamos morosos y, por otro lado, el PIB y los créditos bancarios totales alcanza un 12,2%.

Un nivel tan alto de morosidad acaba minando la solvencia de las entidades bancarias. El propio gobernador del Banco de Japón ha señalado que al final del año fiscal 2000 el coeficiente de solvencia (tier 1) de los bancos japoneses que operan internacionalmente era del 6,6%. Como es sabido, el concepto de capital que utilizan los bancos japoneses es bastante laxo, ya que incluye los fondos reembolsables que el Estado ha venido inyectando en los mismos, impuestos diferidos, revalorizaciones contables de sus tenencias de inmuebles, etcétera. Utilizando el criterio contable norteamericano, el gobernador Hayami rebajaba el coeficiente citado al 4%, muy por debajo del estándar acordado por el Banco de Pagos Internacionales (BIS).

¿Podemos inferir de todo lo anterior que en Japón estamos ante un credit crunch (crisis de liquidez) como el registrado en 1997-1998? El argumento más claro contra esa idea se deriva de la clara mejoría de la actitud prestamista de las instituciones financieras, que ha pasado de negativa en 1997-1998 a acomodaticia o positiva en la actualidad (el índice de difusión recogido en el informe Tankan ha mejorado más 40 puntos desde 1998). Simplemente, la banca ha sido conservadora en su gestión de activos en estos tres últimos años (lógico en un proceso de saneamiento de las entidades) y su preferencia por los bonos públicos se ha visto reforzada por la escasa demanda de crédito de las empresas (que también están inmersas en un proceso de saneamiento financiero y reestructuración productiva).

Por otra parte, y para complicar más la situación, creemos que la banca japonesa tiene además un problema de gestión estratégica. Éste se plasma, por un lado, en la dificultad para generar un mayor volumen de beneficios (que aumenten los recursos propios de las entidades) y, por otro lado, en su contrastada deficiente evaluación de riesgos (lo que agrava el ya citado problema de morosidad).

Durante muchos años (que algunos autores han descrito como de 'socialismo financiero'), los tipos de interés no han funcionado en Japón como indicadores de escasez; la evaluación de riesgos ha sido nula por los estrechos vínculos existentes entre las empresas dentro de grandes conglomerados (siempre con un gran banco como elemento de referencia de los mismos), y una cuestión importante: un fuerte crecimiento económico durante 40 años. Poco a poco, ese escenario económico se está transformando: la financiación de proyectos, más que de empresas, es cada vez más necesaria, especialmente de pequeñas empresas y en el sector servicios; las alternativas a la típica financiación bancaria para las empresas, especialmente las grandes, son cada vez mayores; la escasez de ahorro predominante en la economía japonesa en sus primeros años de crecimiento se ha transformado en un significativo exceso de ahorro; los grandes conglomerados (keiretsu) se están rompiendo, quebrando incluso empresas relevantes de los mismos. En este nuevo escenario, la tradicional banca japonesa se está desenvolviendo mal. Aunque en los últimos años los bancos japoneses han cambiado actitudes, procedimientos, métodos de gestión etcétera, esos cambios son todavía insuficientes.

¿Qué pueden hacer las autoridades japonesas para solucionar los graves problemas que sufren las entidades bancarias? Veamos qué han hecho hasta el momento las autoridades y por qué no han sido suficientes estas medidas.

En 1998, el Gobierno aprobó un ambicioso paquete de salvamento de las entidades bancarias. Por un lado, inyectó capital en los bancos (hasta marzo de 2001 esa operación ascendió a 9,3 billones de yenes). Por otro lado, fortaleció la Corporación de Garantía de Depósitos (la dotación autorizada a la Corporación ascendió a 18 billones de yenes). Por último, aprobó una serie de medidas para fortalecer la supervisión bancaria y para facilitar el reflotamiento de entidades en crisis (creación de una agencia de supervisión independiente del Ministerio de Finanzas, establecimiento de normas prudenciales más rigurosas sobre gestión y calificación de riesgos, creación de una serie de instituciones para favorecer la liquidación de fallidos y el saneamiento de entidades, etcétera).

La prueba más evidente de la insuficiencia de las medidas adoptadas la tenemos en los datos aportados al comienzo de este artículo. En concreto, cabe mencionar varias enseñanzas de las medidas de 1998: en primer lugar, el saneamiento de entidades con un grave problema de morosidad es muy complicado en un escenario macroeconómico depresivo. En ese contexto, se comprueba que la morosidad es un fenómeno dinámico y que se multiplica según crecen las suspensiones de pagos y las quiebras. En segundo lugar, el reforzamiento de las medidas prudenciales y supervisores empeora a corto plazo las estadísticas de morosidad, ya que tiende a hacerse más estricta la clasificación de activos de riesgo. Un ejemplo de efecto perverso de una medida prudencial positiva lo tenemos con la aplicación desde septiembre de 2001 de la contabilización según el precio de mercado de las acciones de las que son titulares los bancos (justo en un periodo de desplomamiento del Nikkei). En tercer lugar, cambiar actitudes es más complicado que cambiar normas. Con motivo de las suspensiones de pagos de Sogo y Mycal (sólo esta última cadena de distribución tenía un pasivo de 1,7 billones de yenes) se ha apreciado la escasa prudencia valorativa de las entidades. Mycal debería haber estado registrado como 'deudor en peligro de quiebra' (lo que obliga a provisionar como mínimo el 70% de esa deuda), pero no ha sido así. De hecho, las provisiones totales no han superado el 15% de la deuda con los bancos. Incluso un gran banco japonés incrementó, en el primer semestre de 2001, los préstamos a Mycal en un 60%. En cuarto lugar, la participación del Gobierno en el saneamiento de las pérdidas bancarias, cuando éstas comprometen la viabilidad del sistema financiero, parece incuestionable. Se puede discutir cómo intervenir, pero no la propia intervención. Esto último ha sido muy frecuente en Japón desde el comienzo de la crisis. En quinto lugar, la estrategia mantenida por las autoridades japonesas durante años (esperar a que los problemas se acabaran resolviendo solos) se ha demostrado errónea. La experiencia nórdica en la década de los años noventa es la contraria: acciones inmediatas para atacar los problemas de solvencia de la banca. Buena parte de la escasa presión sentida por el Gobierno japonés para solucionar rápidamente este problema se debe a que Japón es un gran acreedor exterior neto.

El Gobierno de Koizumi debería aprobar un plan concreto de saneamiento bancario (alguna medida concreta ya ha sido presentada al Parlamento). Por las declaraciones públicas del Gabinete, algunas líneas generales del mismo podrán ser las siguientes:

- Reforzamiento de las inspecciones ordinarias de los bancos y realización de inspecciones especiales para comprobar la calificación de riesgos y la dotación de provisiones desarrollada por las entidades sobre ciertos deudores.

- Sistematización de las situaciones de riesgo de los deudores y de las actuaciones a desarrollar en cada caso: elaboración de planes de reestructuración de deudas, actuación contra los deudores según las leyes civiles, venta de deudas a la Resolution and Collection Corporation, inyección de dinero público, etcétera.

- Medidas para facilitar la compra y posterior gestión de préstamos de dudoso cobro por la Resolution and Collection Corporation, que podría llegar incluso al saneamiento y revitalización de empresas deudoras con problemas. Hasta el momento, la RCC ha comprado préstamos morosos de la banca por un importe muy reducido: unos 40.000 millones de yenes, obteniendo un descuento del 96% del valor facial de los mismos. En este terreno, la RCC compite con bancos privados de inversiones, como Goldman Sachs y Morgan Stanley, que ya están realizando operaciones de titulización de deudas.

- Creación de un fondo público que adquiera ordenadamente las participaciones cruzadas y, en general, de las inversiones en acciones de la banca.

Con medidas de este tipo se acelerará el proceso de saneamiento bancario, pero serán insuficientes si la recuperación económica no llega. Estamos seguros de que una vez que comience la recuperación, se estimulará la demanda de crédito y así se restablecerá plenamente la función de intermediación financiera de la banca.

Antonio Carrascosa es consejero comercial de la Embajada de España en Japón.

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