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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Afganistán, en peligro

Ha pasado poco más de una semana desde que se prometieran en Tokio 4.500 millones de dólares para la reconstrucción de Afganistán, y la misma existencia del país asiático como entidad política está hoy en duda. Los combates tribales en el sureste, en torno a la ciudad de Gardez, han dejado decenas de muertos y forzado la retirada de las fuerzas leales al Gobierno de Kabul. En las provincias occidentales, las tensiones interétnicas alcanzan carácter explosivo en Herat, donde los tayikos dominantes se enfrentan con los pastunes de Kandahar por cuestiones comerciales y por el trato que dan estos últimos a los prisioneros. Los jefes de ambos bandos, armados hasta los dientes, negocian sin representantes del teórico poder central.

Los acontecimientos ilustran las crecientes dificultades de Hamid Karzai, jefe del Gobierno por seis meses, para afianzar su control sobre un vasto territorio fragmentado étnicamente, ambicionado por sus vecinos y dislocado por más de veinte años de guerra. Menos de 3.000 soldados internacionales -españoles entre ellos, en fase de instalación- garantizan ahora la precaria estabilidad afgana. Llegarán a 5.000 en el mejor de los casos durante los próximos meses. Pero esas tropas están concentradas exclusivamente en Kabul y sus alrededores. El resto del país está básicamente sometido al arbitrio de sus numerosos señores de la guerra, con frecuencia enfrentados entre sí. Una parte de ellos no acepta la autoridad de Kabul.

Aprovechando su visita a EE UU, Karzai ha solicitado más tropas y la ampliación de su radio de acción. Un cálculo conservador de Naciones Unidas estima que serían necesarios 30.000 soldados para garantizar la tranquilidad de Afganistán, cifra que está fuera de cualquier planteamiento. El Consejo de Seguridad, reacio a una mayor implicación en el antiguo feudo talibán, comienza, sin embargo, a considerar sottovoce la conveniencia de enmendar sus estimaciones a la vista de los hechos.

Forjar la unidad y estabilidad de Afganistán será una tarea titánica. Sus circunstancias actuales ponen en entredicho el calendario y los mecanismos previstos por Occidente para su normalización. En esta situación, la actitud de EE UU resulta decisiva. Washington, con buenas razones, ha descartado que sus tropas participen en la fuerza de pacificación. Pero también se ha comprometido solemnemente a implicarse en la viabilidad del nuevo país. Después de lo sucedido tras el 11 de septiembre, la comunidad internacional no puede dejar caer otra vez a Afganistán.

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