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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fría adaptación

En 1905, la famosa escritora norteamericana Edith Wharton publica una de sus primeras novelas, La casa de la alegría, donde, siempre con una cierta ironía, hace un retrato crítico de la sociedad de su época. Novelas que, con el paso del tiempo, se han convertido en auténticos dibujos realistas de la alta sociedad neoyorquina de principios de siglo.

Atraídos por lo que tienen de descripción de un mundo y unos ambientes perdidos, algunos cineastas se han acercado a ellas para convertirlas en películas. Tal es el caso del norteamericano Martin Scorsese con La edad de la inocencia (1993) y más recientemente del británico Terence Davies con La casa de la alegría (2000). Sin embargo, no es un trabajo fácil de realizar, al ser las novelas muy literarias, en el mejor sentido de la palabra, y, por tanto, muy difícil dar en cine los complejos y sutiles sentimientos de sus personajes.

LA CASA DE LA ALEGRÍA

Director y guionista: Terence Davies. Intérpretes: Gillian Anderson, Dan Aykroyd, Eleanor Bron, Terry Kinney, Anthony LaPaglia, Laura Linney, Jodhi May, Elizabeth McGovern, Eric Stoltz. Género: drama, Reino Unido, 2000. Duración: 134 minutos.

Mientras Scorsese recurre a una excesiva voz de fondo, Davies opta por una austeridad total y una completa fidelidad al original. Lo curioso es que ambos llegan a resultados muy similares, que además cojean del mismo pie, una excesiva frialdad que hace que sea difícil identificarse con alguno de los personajes y sus acciones se vean desde una excesiva distancia.

En La casa de la alegría se narra la ascensión y caída, entre 1905 y 1907, en Nueva York, en la alta sociedad, de Lily Bart. Una bella mujer cuyo único destino, dadas las costumbres de la época, es el matrimonio, pero que no se mueve con habilidad y siempre hace lo que no debe. Lo que la lleva, por un lado, a ser rechazada por los hombres que la rodean y, por otro, a descender de clase, a pasar de la burguesía más acomodada a ser aprendiz de sombrerera.

Curiosamente, es una producción británica, por lo que, como suele ser habitual en este tipo de películas de época, el vestuario, los decorados y la ambientación son perfectos. Y está escrita y dirigida por Terence Davies, un amante del realismo, como la mayoría de los realizadores ingleses de su generación, pero que, lejos de sus personales y experimentales primeras películas, ha optado por las adaptaciones de novelas de autores famosos.

Rodada con extremada minuciosidad, en un estilo tan cuidado como frío, el principal problema de La casa de la alegría, más que esa frialdad que inunda el relato por todas partes, es la personalidad de su protagonista absoluta.

Gillian Anderson y Dan Aykroyd, en una escena de <i>La casa de la alegría</i>.
Gillian Anderson y Dan Aykroyd, en una escena de La casa de la alegría.
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