Inventar en horario de oficina
Hace algunos días leía en EL PAÍS una noticia, no muy favorable, sobre la gestión del flamante Ministerio de Ciencia y Tecnología. Me gustaría añadir una pincelada al cuadro de desaciertos, desde el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que antes se codeaba con la Universidad en el seno del Ministerio de Educación y Ciencia, y que hoy depende de la señora ministra Birulés. Este cambio ha conllevado el relevo del presidente y la sustitución de muchos de los cargos directivos del Consejo. Hasta ahora, toda esta agitación no se ha notado demasiado en la estrategia investigadora, pero sí en el funcionamiento interno de la institución. Un ejemplo, pero hay otros, es la decisión de implantar un sistema informatizado de control horario de los investigadores, a los que se les recuerda su condición de funcionario y la obligación de presencia.
Los burócratas que nos gobiernan ignoran que si hay una actividad que exige flexibilidad es, sin ninguna duda, la de investigar, difícil de encauzar en un horario de oficina. Los investigadores sobrellevan su escasa remuneración porque, en la mayoría de los casos, ejercen una actividad vocacional, sin necesidad de ser hostigados para que trabajen. Además están sometidos a todo tipo de controles sobre los resultados de sus investigaciones, que se difunden en congresos, mediante artículos, libros, patentes, etcétera. Es fácil detectar quién no cumple con sus obligaciones sin necesidad de molestar a la inmensa mayoría. No sé cuánto puede costar la implantación de esta medida, como poco innecesaria, por supuesto encargada a una empresa privada, pero me atrevo a suponer que algo más que mantener a un becario durante algunos años o sustituir el ordenador vetusto de algún investigador. Cuestión de prioridades.
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