Receta feroz
Estas cosas las oye uno y procura no repetirlas nunca, porque ganan fuerza con la repetición y el ruido, pero hoy me voy a acordar de ellas, qué remedio. Más de una vez me han dicho que los moros son indignos de confianza, malos y flojos. Si no te la hacen a la entrada, te la hacen a la salida. Más de una vez he pedido a mi interlocutor antimoro que justificara sus juicios inapelables y generales, pero nunca he recibido una sola razón convincente. Bueno, pues ya he encontrado una fórmula para demostrar científicamente que los moros son un desastre, como sospechaban tantos.
La receta pertenece a un experto: Mikel Azurmendi, profesor y escritor, presidente del Foro de la Inmigración. Es digno de toda la confianza del Gobierno. Azurmendi ha caracterizado en este mismo periódico al moro (jamás lo llama moro, pero el lector entiende que habla del moro de Almería) con precisión implacable, sin prejuicios, basándose en lo puramente objetivo. Vamos a ver, ¿cuáles son los dos handicaps que porta consigo el inmigrante cuando llega a esta tierra de agricultura intensiva? Primero, no viene de una cultura de trabajo como la de sus patronos, es decir, como la nuestra. Y, segundo, no tiene posibilidades de 'hacerse con un lote de tierra'.
Lo de la cultura de trabajo es evidente, o por lo menos es algo considerado indiscutible muchas veces en distintos lugares. Era lo mismo que se decía de los andaluces que emigraban al norte, lo mismo que dicen los ingleses de los irlandeses, o los milaneses de los calabreses. (Y es indiscutible: el que llega de otra cultura posee una cultura que no es igual a la nuestra.) Pero el segundo handicap, la imposiblidad de acceder a la propiedad de la empresa que los contrata, me parece tan universal que no sé si tomarlo en consideración: lo sufren muchísimos empleados, desde el cajero que me atiende en el banco al vendedor de coches (y los dos son de aquí). Sin embargo, reconozco que son dos juicios contundentes contra el moro: no trabaja como nosotros, y es un desesperado.
Y además llega de una sociedad no democrática, ignora nuestras prácticas de dignidad personal, no tiene una disposición correcta sobre sí mismo (a quién se le ocurre lanzarse al mar para buscarse la vida), y, sometido a la jerarquía del clan familiar, debe mandar dinero a casa, lo que le exige un sostenido ahorro y la aceptación de un chantaje indigno, sañala Azurmendi. Sí, señor, y exactamente igual les podrían haber dicho a los andaluces que, en tiempos de Franco, tenían la ocurrencia de emigrar (con permiso del párroco y el alcalde) a países laicos, democráticos y congelados.
El presidente del Foro de la Inmigración concluye: estos inmigrantes están en mala disposición para exigir derecho alguno. Y sentencia: 'el musulmán está bien situado para hacer una condena del racismo si defiende una cultura laicizada y de valores democráticos'. Así que, según la doctrina Azurmendi, un ciudadano cristiano que no defienda una cultura laicizada y de valores democráticos 'no está bien situado' para condenar que lo atraquen, aunque el atraco, como la discriminación por motivos racistas o religiosos, esté castigado por el Código Penal.
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