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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El camino del terror

Antonio Elorza

En un reciente libro colectivo montado por historiadores próximos al PC francés, El siglo de los comunismos, se aludía a la intensificación de la 'historiografía anticomunista' desde 1989. El hecho es que la visión crítica del pasado comunista se ha acentuado, pero ello es simple consecuencia de la salida a la luz de una masa documental, procedente de los Archivos rusos, que precisa y endurece la imagen de la represión en la historia del comunismo. El espléndido estudio de Nicolas Werth que abría el Libro negro, muy superior a los demás ensayos de la obra, marcó una línea interpretativa irrefutable y que verosímilmente adquirirá trazos aún más gruesos cuando se publiquen en fecha próxima el Libro negro 2, sobre las democracias populares. Y aun antes, cuando Werth presente en la revista Communisme su análisis de la documentación completa de la comisión cuyos datos hicieron posible en 1956 el informe Jrushev al XX Congreso.

LA LÓGICA DEL TERROR. STALIN Y LA AUTODESTRUCCIÓN DE LOS BOLCHEVIQUES. 1932-1939

J. Arch Getty y Oleg V. Naumov Traducción de Santiago Jordán Crítica. Barcelona, 2001 536 páginas. 29,51 euros

En esta línea se sitúa la magnífica aportación documental contenida en La lógica del terror, libro producto de ese extraño sistema neosoviético por el cual un investigador norteamericano con fuerte -hablamos de divisa fuerte- respaldo accede a fondos reservados del archivo del PCUS en los años treinta, adoptando como coautor a un archivero ruso. Todo sea por la posibilidad de acceder a una serie de documentos impresionantes sobre los mecanismos represivos que llevan al Gran Terror de 1936-1938, tanto en la forma de grandes procesos como de represión criminal de masas. El complemento lo constituyen las reuniones del Comité Central cuyos miembros atacan a las víctimas designadas para la depuración.

La interpretación ofrecida por J. Arch Getty en sus notas es más cuestionable, al relativizar el papel de Stalin y poner el acento en la supuesta 'autodestrucción de los bolcheviques'. ¿Autodestrucción? De hecho la masa de víctimas, de 'enemigos del pueblo', pertenece al conjunto de la sociedad, acentuando una lógica de represión que arranca de Lenin. Este terror no lo inventa Stalin. También lo sufre el partido, pero aquí la secuencia mortífera de denuncia-eliminación tiene un promotor inequívoco en quien se beneficia de la 'ley de sustitución' trotskiana: el líder del PC convertido en autócrata. En este caso, al modo de Iván el Terrible, con el aniquilamiento de todo oponente real o soñado. A sus órdenes, cualesquiera que fueran, la nomenklatura será el instrumento político, mientras la policía secreta actúa de ejecutor material. Para sobrevivir, había que ser verdugo, aun en vísperas de ser víctima. Es erróneo diluir el protagonismo de Stalin, confirmado por los Diarios de Dimitrov (Aufbau, Berlín, 2000) y por el Stalin, archivos inéditos de P. Chinsky (Berg, París, 2001). Por la misma supervivencia, una vez domada la NKVD al ejecutar a su jefe Beria, la nomenklatura supo evitar la práctica de la autofagia tras la muerte de Stalin.

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