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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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Cascos tiene enmiendas

CASI TODOS LOS PARTIDOS -por no decir todos- suelen vender a la opinión pública la mercancía de que sus concilios internos son el marco de una pacífica batalla de ideas movida por elevados ideales capaces de subordinar las mezquinas ambiciones personales al bien de la causa. A nadie puede extrañar, por lo tanto, que el calentamiento propagandístico del 14º Congreso del PP, cuyas sesiones comenzarán el próximo viernes, haya proyectado sus focos sobre las ponencias referidas a la sociedad del pleno empleo y las oportunidades, el patriotismo constitucional y la configuración del Estado en el siglo XXI. Sin embargo, los cambios introducidos en los programas de los partidos no suelen ser el resultado de debates intelectuales sino la consecuencia de cálculos de rentabilidad electoral: el brinco funambulesco del PP desde el furibundo conservadurismo anticentrista de la época de Fraga, con Adolfo Suárez como enemigo principal, hasta el centrismo reformista de Aznar, inspirado por la Tercera Vía de Blair, no fue fruto de la evolución teórica sino de las urnas vacías.

Las modificaciones estatutarias propuestas por el ex secretario general del PP y actual ministro de Fomento pretenden introducir en la agenda congresual la limitación temporal de los mandatos presidenciales

Por lo demás, esa batalla incruenta de ideas es habitualmente el escenario instrumental de feroces luchas entre los dirigentes para conquistar el poder de la organización. Esas pugnas internas se hacen invisibles cuando los partidos -ahora el PP y antes el PSOE- logran la mayoría absoluta y son controlados con mano de hierro por un presidente o secretario general que ocupa a la vez la jefatura del Gobierno. A la ficción de los abnegados compromisarios del 14º Congreso insomnes por las grandes ideas y ajenos a las ambiciones e intereses personales se agrega, así pues, otra simulación: el monolitismo de una organización dispuesta a aceptar como manifestación de la voluntad general de Rousseau las resoluciones aprobadas por mayoría en el caso de que no existiera unanimidad.

Dentro de ese ceremonial de fingimientos, los posibles debates sobre la multi-anunciada promesa dada por Aznar de no concurrir a las próximas elecciones como candidato habían sido expulsados imperialmente de la agenda. El ex secretario general del PP y ex vicepresidente primero del Gobierno, Francisco Álvarez Cascos, actualmente ministro de Fomento, propuso a mediados del pasado noviembre que el 14º Congreso exigiera al presidente del Gobierno la ruptura de su compromiso. Rechazada de forma expresa por Aznar esa iniciativa, Cascos ha vuelto a la carga cambiando de estrategia: sus dos revolucionarias enmiendas a la ponencia de Estatutos pretenden conferir carácter vinculante a la limitación temporal (ocho o diez años, según los casos) del mandato presidencial y autorizar únicamente a los congresos para hacer excepciones.

Aunque la sugerencia de Cascos fue rechazada a bote pronto por los dos redactores de la ponencia y desautorizada otra vez por Aznar, el reglamento del Congreso obligará a debatir ambas enmiendas en comisión y tal vez -si lograsen un 30% de votos favorables- en el plenario. Sean cuales fueren los cálculos de ese movimiento táctico, que oculta un combate por el poder bajo el disfraz de una innovación democratizadora, Cascos ha devuelto con ese gambito la visibilidad a la política en el sentido fuerte del término; por difícil que resulte creer en la sinceridad de la conversión paulina del enmendante, partidario ahora de la limitación temporal del mandato presidencial tras haber propugnado su infinitud, la propuesta obligará al 14º Congreso a elegir entre la futura renuncia de Aznar como generoso regalo de un líder carismático y la transformación desde ahora en regla institucional de una promesa revocable hasta el último minuto. Presidentes americanos como Washington, Jefferson o Madison -a falta de norma legal- limitaron voluntariamente su mandato a ocho años; sin embargo, ese vacío -colmado en 1951 con la 22ª enmienda a la Constitución- permitió a Franklin D. Roosevelt ganar cuatro veces seguidas las elecciones y morir con las botas puestas en la Casa Blanca.

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