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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Frente a la eternidad

Camilo José Cela, el quinto premio Nobel español de Literatura y el primero de nuestros narradores en haberlo conseguido, acaba de inscribir su nombre ya de manera definitiva en nuestra historia, quizá con más discreción de lo que nos tenía acostumbrados en los últimos tiempos, como si sólo la muerte hubiera sido capaz de imponerle un silencio final que, sin embargo -estoy seguro de ello-, nunca será definitivo como pudiera parecer. Pues frente a la imagen que en los últimos años ha parecido legarnos, ha sembrado a la vez nuestra historia literaria y nacional de tal cantidad y calidad de escritura y de palabras que su sentido y hermosura nos van a acompañar para siempre, y no sólo a nosotros, los que pudimos vivir en su compañía y verlo vivir a nuestro lado, sino a quienes nos sucedan en ese porvenir que él habrá nutrido ya con insuperable abundancia y desmesura.

Ha sido el dueño de nuestras palabras, el señor de nuestras literaturas, el conquistador de todos nuestros límites expresivos, un auténtico ciclón que apenas podía sujetarse a sí mismo
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Muere el último Nobel español

Ha sido el dueño de nuestras palabras, el señor de nuestras literaturas, el conquistador de todos nuestros límites expresivos, el violador de todas las normas al uso, un auténtico ciclón que apenas podía sujetarse a sí mismo. No dejaba nunca a nadie tranquilo, proclamaba su libertad por encima de todo, consiguió ser sobre todo un reducto de independencia inalienable y tan irreductible, que quizá hasta resultaba así desde sus principios tan escasamente aceptable y hasta políticamente incorrecto (y lo digo conscientemente), para todos aquellos que tan domesticadamente tendían a escandalizarse ante muchas de sus actitudes y sobre quienes, sin embargo, siempre sobrevivió a lo largo de todas sus batallas hasta su final. Pues su vida fue un sempiterno combate contra toda suerte de incomprensiones -hasta de sus propios partidarios muchas veces- y desgraciado aquel que no pueda ver aquí la insuperable lección de un modelo para la creación artística, tanto más inmejorable cuanto más insólito se nos mostró.

Camilo José Cela ha sido el señor y a veces también el mártir que España ha inmolado en su calamitoso siglo pasado en el altar de su literatura. Ha habido otros, claro está, asesinados, exiliados, sumidos en el dolor y en la pobreza, aplastados por la injusticia, pero también él bien pudo haber sido uno de ellos, como si se hubiera salvado por los pelos de tan terribles destinos. Y en el fondo ¿de qué ha dado testimonio a lo largo de toda su obra sino de nuestros hombres y mujeres que padecen hambre y sed de justicia, de nuestras tan esquilmadas como mal explotadas tierras, de los oprimidos, de los humildes, de los niños, o de los tan injusta y arbitrariamente condenados? Lean, por ejemplo, aquel oratorio o melopea de María Sabina, que sigue sonando en tantos oídos, por estruendoso que sea el silencio con que se le ha querido rodear, en medio de los olvidadizos muchachos 'que fuman las flores de magnolio'. ¿Y los viajes por España que inauguró por la Alcarria y siguió por Andalucía o el Pirineo de Lérida o del Miño al Bidasoa, siguiendo el modelo del gran Josep Pla, que iba en autobús y por calles estrechas mientras Cela, con quien tanto quería, lo hacía a pie y por los campos abiertos y los pueblos casi solitarios? Pascual Duarte no era malo, aunque razones no le faltaron para serlo, lo dijo desde el principio en 1942, cuando puso en pie de nuevo nuestra literatura tras la mayor catástrofe de nuestra historia, y por eso su creador tampoco lo pudo ser tampoco nunca jamás.

Camilo José Cela fue sobre todo un provocador también, pero lo fue para conseguir su propio espacio, que además era mucho menos personal de lo que se cree, por literario y nada más. Todo en él fue literatura, todo lo sacrificó a la literatura, todo se consumió en el altar de sus palabras, a las que consagró su vida entera, desde el principio hasta el final, vean ustedes sus manuscritos y así rastrearán algunas de sus más importantes pistas. Y a la vez, frente a las crueldades o exageraciones que se le atribuyen -incluso hacia sus propios personajes- hay que colocar la intransigencia de la creación literaria, que es tan dolorosa como inapelable. ¿Y la política, dirán algunos al hablar sobre todo de sus últimos años, tan discutidos como también a veces calumniados? En estos últimos tiempos, más baqueteado que nadie, objetivo de cualquier miserable, de cualquier envidioso analfabeto, Cela quería más, lo quería todo, el tiempo se le escapaba y tenía que terminar su legado, tan minuciosamente recogido, tan cariñosamente recuperado y tan cuidadosamente almacenado durante décadas. Sólo nos queda algo tan importante como inevitable, la necesaria edición de su obra completa, que éste su país y todos nosotros le debemos, aunque no quiero insistir en ello más, porque es algo tan inevitable e inexorable como el ir y venir de las mareas en la Costa de la Muerte de su Madera de boj.

Cuando he trabajado con él siempre he gozado de una libertad absoluta, que conste; nunca me ha dado una orden, ni me ha impuesto nunca nada, que aprendan los liberales de todo tipo. Y a nadie he visto como a Cela querer a sus amigos, a quienes siempre ha cargado de premios, plácemes, honores y toda suerte de parabienes, presionando muchas veces en su favor por encima de todas las circunstancias. Una de las escenas más emotivas que pude ver a su lado fue en su magna fundación de Iria Flavia, cuando se le humedecieron los ojos al volver a encontrarse una vez con su emotiva amiga Ana María Matute, mientras ella lloraba ya casi del todo y él desviaba su mirada. Ya no dejará nunca de acompañar (me/nos) en el sentimiento.

Camilo José Cela baila con Marina Castaño en Estocolmo, en 1989, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura.
Camilo José Cela baila con Marina Castaño en Estocolmo, en 1989, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura.LUIS MAGÁN

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