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Reportaje:

La espagueti-democracia

El 2002 ha empezado con un clima desquiciado en Italia. Temperaturas bajo cero han coexistido con una sequía anómala para estas fechas que ha llegado a afectar al norte del país, dejando al majestuoso Po, el río más largo de Italia, con la mitad de caudal y provocando incendios que han arrasado miles de hectáreas. Las alteraciones atmosféricas han conseguido, sin embargo, menos titulares en la prensa nacional que la tormenta política causada por el euro. La primera semana de enero, mientras ardían bosques protegidos en Lombardía y en Cerdeña y la capacidad de los embalses descendía a límites históricos, en Roma se desarrollaba el último acto de un drama escénico iniciado hace casi siete meses, cuando el Gobierno de centro-derecha tomó posesión.

En un país como Italia, que ha tenido 59 Gobiernos desde la posguerra, la caída de un ministro europeísta en un Ejecutivo euroescéptico no debería causar sorpresa
El 'caso Ruggiero' marca la ruptura con una política europeísta que ha sido una tradición en Italia desde que se firmara el Tratado de Roma, en 1957
'Lo que está claro es que el Gobierno está en serias dificultades económicas', opina Sergio Cofferati, líder del principal sindicato italiano
En siete meses de legislatura 'Il Cavaliere' no ha tomado medidas serias para resolver su conflicto de intereses, sin que este aspecto parezca perturbarlo

La Casa de las Libertades -la variopinta coalición que agrupa a ex separatistas padanos, ex democristianos de estricta observancia católica, posfascistas de acendrado nacionalismo y al partido-empresa Forza Italia, fundado por el magnate de la televisión Silvio Berlusconi a comienzos de 1994- expulsaba del Gobierno con gran escándalo a Renato Ruggiero, ministro de Exteriores. Su defensa del euro, mientras varios de sus colegas recibían con hostilidad a la moneda única, y la acusación implícita a Berlusconi de tibieza europeísta terminaron por colmar la paciencia del primer ministro, que fue víctima de un ataque de ira al leer en su finca sarda La Cartuja las declaraciones críticas de Ruggiero y optó por acelerar su cese.

En un país como Italia, que ha tenido 59 Gobiernos desde la posguerra, algunos de los cuales han durado apenas una docena de días, acostumbrado a ser considerado la 'anomalía europea' por definición, la caída de un simple ministro -una especie de oveja negra europeísta en un Ejecutivo euroescéptico- no debería causar sorpresa. Sin embargo, el caso Ruggiero ha tocado una fibra sensible en las cancillerías de la UE y ha dado que hablar en toda la prensa internacional, porque marca la ruptura con una línea política europeísta que ha sido una tradición en Italia desde que se firmara el Tratado de Roma, en 1957.

Con sus 57 millones de habitantes y sus más de doscientos billones de pesetas de PIB (el doble que España), Italia es un peso pesado en la UE, y los italianos han sido tradicionalmente los más enamorados de la Unión. Gente que 'coloca sólo al presidente Ciampi, a los carabineros y a la Iglesia católica por delante de Europa en su corazón', según Renato Mannheimer, sociólogo especializado en encuestas. La fe europeísta de los italianos tenía razones no sólo sentimentales. La Comisión Europea ha sido siempre un ejemplo de orden y eficacia frente a la desastrosa administración pública nacional, arrastrada a ciclos endémicos de crisis fiscales y monetarias. Los italianos aceptaron por eso sin rechistar la eurotasa, el impuesto adicional que el Gobierno de Romano Prodi se sacó de la manga en 1996 para poder reducir el pavoroso déficit público del país y aspirar así al euro.

Las opiniones de Zeffirelli

Pero las cosas han cambiado en palazzo Chigi (sede del Gobierno italiano). Il Cavaliere, armado de su poderosa mayoría parlamentaria, parece decidido a ajustarles las cuentas a franceses y alemanes -el verdadero eje de mando en la UE- y hasta ningunea al euro, la nueva moneda que dice no haber tocado todavía. Las cosas han cambiado hasta tal punto que el director de cine Franco Zeffirelli, uno de los intelectuales berlusconianos, es capaz de despacharse a gusto contra el euro en un diario, acusándolo vagamente de tener antepasados nazis.

La opinión pública calla de momento, pero más de un italiano se pregunta confuso si el euroescepticismo será una especie de enfermedad infantil del berlusconismo o el último hallazgo del Cavaliere para hacerse más simpático a la Administración de Bush. Pero si el Gobierno de Roma pretende complacer a la Casa Blanca -el faro de la política de Berlusconi, como dejó claro en su discurso a la nación nada más jurar como primer ministro, en junio pasado-, la diplomacia estadounidense no parece haber recibido esta declaración de amor con la debida reciprocidad. 'Nadie en Italia ni fuera de Italia debería dudar de que el país está en mucho mejor situación bajo el paraguas del euro de lo que habría estado de haber escogido -como el Reino Unido- quedarse fuera. Nadie puede pensar que Italia puede reemplazar una política proeuropea con una política proamericana, como parece tentado a hacer Berlusconi', precisaba el miércoles Daniel Serwer, número dos de la Embajada de Estados Unidos en Roma entre 1990-1993. 'Sencillamente, no funcionaría. El comercio y las inversiones italianas están hoy abrumadoramente orientados hacia los socios europeos, no a Estados Unidos. Europa proporciona la disciplina fiscal y la honesta administración pública de la que Italia ha sido incapaz de dotarse por sí misma'.

Y Angelo Panebianco, columnista del Corriere, que simpatiza con el nuevo Ejecutivo, echaba leña al mismo fuego, recordándole a Berlusconi que para ser un peso pesado en la UE no basta dar puñetazos en las mesas negociadoras. 'Hay que disponer de los recursos necesarios para hacerse valer. Por ejemplo, la cualidad media del personal burocrático que Italia envía a las instituciones europeas es inferior a la del personal de otros países'.

Palabras duras, pero convincentes, si no fuera porque el euroescepticismo es en realidad el principal aglutinante de la extraña coalición de Gobierno. La verdadera casa común del nuevo Ejecutivo reúne a personajes tan pintorescos y antagónicos como Umberto Bossi, capaz de confesar sin temblores que usa la bandera italiana como papel higiénico, y Gianfranco Fini, líder de la posfascista Alianza Nacional, que ha propuesto regalar una enseña tricolore a cada recién nacido para que crezca arropado por el símbolo máximo de la patria.

Fini, delfín del fascista Giorgio Almirante, tomó asiento en el primer Gobierno de Berlusconi en 1994, al frente de un partido que se llamaba aún Movimiento Socialista Italiano y se declaraba heredero del Duce y de los irreductibles que se mantuvieron hasta el final del lado de la Alemania nazi en la II Guerra Mundial. Aunque un año después sabría reciclarlo en partido democrático y convertirse en el líder más políticamente correcto del actual Ejecutivo.

Bossi, un maestro lombardo artífice del nacionalismo padano, que se alió con Berlusconi en 1994 para llegar al poder y le dejó meses después en la estacada, es famoso por las declaraciones xenófobas contra los inmigrantes clandestinos y por las frases de desprecio a los italianos del Sur. Una forma de que no salten chispas entre el separatista Bossi y el nacionalista Fini es, desde luego, discutir sobre Europa.

Berlusconi ha comprobado además, con las encuestas internas en la mano, que el euroescepticismo no cuesta caro en términos de popularidad. Al contrario. Los tira y afloja con Bruselas, los puñetazos en la mesa negociadora de Laeken, cuando se negó a ceder a Finlandia la agencia Alimentaria Europea porque 'no saben ni lo que es el jamón', se han traducido en más apoyo popular.

No es casual que el caso Ruggiero, con Europa como telón de fondo, estalle precisamente ahora, en un momento extraño para el nuevo Gobierno -cuando se habla ya de una próxima remodelación-, colocado entre la espada y la pared por la patronal y por los sindicatos. La Confindustria, que apoyó sin reservas a Berlusconi, confiando en su capacidad de poner en marcha la locomotora italiana después de los frustrantes años de parálisis de los Gobiernos de centro-izquierda, reclama despidos más baratos y, sobre todo, cambios sustanciales en el generoso sistema de pensiones italiano. Los sindicatos han anunciado ya un calendario de huelgas para la próxima semana en contra de las primeras medidas de flexibilización del mercado de trabajo proyectadas por el Ejecutivo, dispuestos a vender cara la piel del Estado de bienestar.

Un 30% de economía sumergida

Pero tampoco ha habido grandes cambios en otros frentes. La crisis internacional y un agujero en las cuentas de proporciones nunca precisadas, heredado del anterior Gobierno, han obligado a Berlusconi a posponer la anunciada reducción de la presión fiscal, en espera de mejor coyuntura, lo mismo que el programa de privatizaciones, y la lista de obras de infraestructura, minuciosamente elaborada durante la campaña electoral, descansa de momento en algún cajón del despacho oficial del responsable del departamento de Obras Públicas, el empresario Pietro Lunardi.

Italia carece todavía de tren de alta velocidad, y el puente sobre el estrecho de Messina, que unirá la isla de Sicilia a la península, sigue siendo un mero proyecto. Los jubilados que confiaron en la generosidad del nuevo Gobierno, que prometió aumentos razonables de las pensiones, se han enterado ahora de que las medidas afectarán sólo a unos cuantos -dos millones sobre siete millones de pensionis-tas-, y las promesas de apoyo al Mezzogiorno (el Sur italiano) no se han traducido en iniciativas concretas. La economía sumergida, que en Italia representa un 30% del PIB y está sobre todo implantada en el Sur, no encuentra suficientes garantías para emerger.

Como consecuencia de todo eso, 'el Gobierno ha sufrido en estos últimos meses una contracción de la popularidad, incluso entre sus electores más fieles', opina el sociólogo Mannheimer, que considera previsible 'que la pérdida de estima se acentúe tras la salida de Ruggiero'. Pero nada de esto preocupa a Berlusconi porque, como advierte el sociólogo Ilvo Diamanti, 'la desilusión del electorado con el Gobierno no mueve para nada los equilibrios electorales'. La gente se vuelve más escéptica, pero 'la indignación se convierte en resignación'. 'Se observa la política y las instituciones con la misma mirada oblicua de otro tiempo. Y se cataloga a Berlusconi un político como los demás, un político de la Primera República', añade el sociólogo.

Berlusconi habría sido capaz de hacer cuajar un verdadero partido personalista, emanado de sí mismo, construido a su imagen y semejanza, y una corriente política, el berlusconismo, capaz de ocupar definitivamente el espacio de la vieja Democracia Cristiana (el partido que guió a Italia durante medio siglo), con una entidad mucho más compacta y más impermeable a las intrigas internas y externas. Pero la 'anomalía italiana' emerge de nuevo, por más que el Gobierno de centro-derecha, con una mayoría de 368 escaños en la Cámara de Diputados (sobre un total de 630) y 177 en el Senado (sobre 315), no presente la fragilidad que ha caracterizado a la mayor parte de los Gobiernos que le han precedido, incluido el primer Ejecutivo de Berlusconi, nacido y fenecido en 1994.

La anomalía del Gobierno actual está en su composición. Empezando por el primer ministro, dueño del principal grupo italiano de televisión privada, de la principal editorial, de empresas de seguros, de empresas de publicidad, de supermercados, presidente del club de fútbol Milan y, por si esto fuera poco, a partir de mediados de febrero, dueño efectivo de las tres cadenas de la televisión pública, la RAI. El máximo responsable del ente, Roberto Zaccaria, próximo al centro-izquierda, se marcha dejando el campo libre a la gente del nuevo Gobierno, un poco incómodo ante tanto poder.

En casi siete meses de legislatura, Il Cavaliere no ha tomado medidas serias para resolver su conflicto de intereses, sin que éste aspecto parezca perturbarle. Berlusconi acumula cargos sin problemas. Preside el Consejo de Ministros italiano, pero no se ha instalado aún en el despacho oficial de palazzo Chigi; acaba de asumir la cartera de Exteriores, pero es probable que ni pise el ministerio. Las decisiones, las grandes decisiones, las toma -con un estilo que recuerda más a un Carlos Menem que a cualquier gobernante europeo- en su finca de Cerdeña, o en la de Macherio (Lombardía), o en la casa de Arcore, cerca de Milán, o en las oficinas de Forza Italia, en Roma.

Decenas de nuevas leyes

El estilo del nuevo Ejecutivo ha causado perplejidad también entre los ciudadanos de a pie. 'No lo habría creído jamás, como persona de derechas, que este Gobierno fuera capaz de asumir posiciones tan partidistas', declaraba un lector en la sección de cartas por correo electrónico en el semanario L'Espresso de la pasada semana. 'Están creando las condiciones para llevar a Italia a la situación de Argentina', añadía. 'El lector tiene razón de preocuparse', respondía el semanario, 'pero no exageremos. Afortunadamente, el fantasma de Argentina queda lejos'.

'Hay que darle un poco más de tiempo a Berlusconi', sentencia Carlo Secchi, rector de la Universidad comercial Bocconi, de Milán, donde se ha formado la burguesía empresarial del norte del país. 'Las medidas que se han tomado tardarán un poco en notarse. La ley Tremonti está empezando a dar frutos. Las empresas se están fortaleciendo, pero lógicamente los resultados se verán más adelante'.

Donde ya se han visto los resultados del nuevo Ejecutivo es en el plano legislativo. Hasta la pausa de Navidad, y gracias a su aplastante mayoría parlamentaria, se han aprobado decenas de nuevas leyes. Algunas han sido criticadas por excesivamente favorables a la clase empresarial del país, como la que suprime la tasa de sucesión en herencias, la que despenaliza casi completamente la falsificación contable o la llamada ley del escudo fiscal, que consiente el regreso a Italia de los capitales exportados ilegalmente (unos 360.000 millones de euros, según cálculos del Banco de Italia) previo pago de un impuesto del 2,5%. Otras han escandalizado a los juristas dentro y fuera de Italia, como la que impone normas más severas a las rogatorias judiciales para que sean válidas, lo que beneficia en primer lugar al propio Cavaliere.

'Lo que está claro es que el Gobierno está en serias dificultades económicas', opina Sergio Cofferati, líder del principal sindicato italiano, CGIL, ex comunista. 'Los Presupuestos se basaban en un crecimiento económico superior al 3%, que luego se corrigió al 2,3% para 2002, pero saben perfectamente que Italia no crecerá tanto y necesitan encontrar dinero con urgencia. Por eso quieren acelerar la reforma de las pensiones para tener menos gastos e intentan anticipar el dinero de las liquidaciones para que la gente lo cobre rápidamente y Hacienda se quede con su parte'.

Esa dificultad económica explicaría las recientes declaraciones del ministro de Defensa, Antonio Martino, al Corriere della Sera, en las que señalaba que 'el pacto de estabilidad' impuesto por el Tratado de Maastricht 'es demasiado severo'. Martino abogaba además por una 'Europa más ligera'. Palabras casi calcadas de las que dijo Bossi unos días antes. El líder de la Liga, recién cumplidos los sesenta y castigado por las urnas en las elecciones de mayo pasado -los padanos obtuvieron apenas el 4% de los sufragios-, se ha convertido en el más acrítico aliado del Cavaliere, de quien ha obtenido a cambio una modesta ley federalista y la libertad de hacer demagogia a costa de la UE. En plena discusión sobre la euroorden, Bossi organizó una manifestación en Milán en la que advirtió a Bruselas de que no consentiría 'la detención de ningún ciudadano de Arcore ' y llamó a la UE Forcolandia (algo así como Horcalandia). El viejo separatista ha perdido los colmillos en la batalla electoral, y el único aliado con capacidad de disentir es hoy el posfascista Fini, lastrado a su vez por un pasado poco digerible en Europa.

Rodeado de colaboradores y ex empleados, neutralizados los enemigos internos de la coalición y con una oposición que no se recupera de su gran fracaso electoral del pasado mayo, Il Cavaliere se mira embelesado en el espejo de los sondeos privados que le devuelven el rostro del amo del país. El jefe de la renacida Democracia Cristiana duerme tranquilo sobre la almohada de su mayoría absoluta y con un cheque en blanco para los próximos cinco años. Los italianos se lo entregaron hartos de ser la 'anomalía de Europa', pero le pasarán factura si les convierte en enemigos de la UE.El 2002 ha empezado con un clima desquiciado en Italia. Temperaturas bajo cero han coexistido con una sequía anómala para estas fechas que ha llegado a afectar al norte del país, dejando al majestuoso Po, el río más largo de Italia, con la mitad de caudal y provocando incendios que han arrasado miles de hectáreas. Las alteraciones atmosféricas han conseguido, sin embargo, menos titulares en la prensa nacional que la tormenta política causada por el euro. La primera semana de enero, mientras ardían bosques protegidos en Lombardía y en Cerdeña y la capacidad de los embalses descendía a límites históricos, en Roma se desarrollaba el último acto de un drama escénico iniciado hace casi siete meses, cuando el Gobierno de centro-derecha tomó posesión.

La Casa de las Libertades -la variopinta coalición que agrupa a ex separatistas padanos, ex democristianos de estricta observancia católica, posfascistas de acendrado nacionalismo y al partido-empresa Forza Italia, fundado por el magnate de la televisión Silvio Berlusconi a comienzos de 1994- expulsaba del Gobierno con gran escándalo a Renato Ruggiero, ministro de Exteriores. Su defensa del euro, mientras varios de sus colegas recibían con hostilidad a la moneda única, y la acusación implícita a Berlusconi de tibieza europeísta terminaron por colmar la paciencia del primer ministro, que fue víctima de un ataque de ira al leer en su finca sarda La Cartuja las declaraciones críticas de Ruggiero y optó por acelerar su cese.

En un país como Italia, que ha tenido 59 Gobiernos desde la posguerra, algunos de los cuales han durado apenas una docena de días, acostumbrado a ser considerado la 'anomalía europea' por definición, la caída de un simple ministro -una especie de oveja negra europeísta en un Ejecutivo euroescéptico- no debería causar sorpresa. Sin embargo, el caso Ruggiero ha tocado una fibra sensible en las cancillerías de la UE y ha dado que hablar en toda la prensa internacional, porque marca la ruptura con una línea política europeísta que ha sido una tradición en Italia desde que se firmara el Tratado de Roma, en 1957.

Con sus 57 millones de habitantes y sus más de doscientos billones de pesetas de PIB (el doble que España), Italia es un peso pesado en la UE, y los italianos han sido tradicionalmente los más enamorados de la Unión. Gente que 'coloca sólo al presidente Ciampi, a los carabineros y a la Iglesia católica por delante de Europa en su corazón', según Renato Mannheimer, sociólogo especializado en encuestas. La fe europeísta de los italianos tenía razones no sólo sentimentales. La Comisión Europea ha sido siempre un ejemplo de orden y eficacia frente a la desastrosa administración pública nacional, arrastrada a ciclos endémicos de crisis fiscales y monetarias. Los italianos aceptaron por eso sin rechistar la eurotasa, el impuesto adicional que el Gobierno de Romano Prodi se sacó de la manga en 1996 para poder reducir el pavoroso déficit público del país y aspirar así al euro.

Las opiniones de Zeffirelli

Pero las cosas han cambiado en palazzo Chigi (sede del Gobierno italiano). Il Cavaliere, armado de su poderosa mayoría parlamentaria, parece decidido a ajustarles las cuentas a franceses y alemanes -el verdadero eje de mando en la UE- y hasta ningunea al euro, la nueva moneda que dice no haber tocado todavía. Las cosas han cambiado hasta tal punto que el director de cine Franco Zeffirelli, uno de los intelectuales berlusconianos, es capaz de despacharse a gusto contra el euro en un diario, acusándolo vagamente de tener antepasados nazis.

La opinión pública calla de momento, pero más de un italiano se pregunta confuso si el euroescepticismo será una especie de enfermedad infantil del berlusconismo o el último hallazgo del Cavaliere para hacerse más simpático a la Administración de Bush. Pero si el Gobierno de Roma pretende complacer a la Casa Blanca -el faro de la política de Berlusconi, como dejó claro en su discurso a la nación nada más jurar como primer ministro, en junio pasado-, la diplomacia estadounidense no parece haber recibido esta declaración de amor con la debida reciprocidad. 'Nadie en Italia ni fuera de Italia debería dudar de que el país está en mucho mejor situación bajo el paraguas del euro de lo que habría estado de haber escogido -como el Reino Unido- quedarse fuera. Nadie puede pensar que Italia puede reemplazar una política proeuropea con una política proamericana, como parece tentado a hacer Berlusconi', precisaba el miércoles Daniel Serwer, número dos de la Embajada de Estados Unidos en Roma entre 1990-1993. 'Sencillamente, no funcionaría. El comercio y las inversiones italianas están hoy abrumadoramente orientados hacia los socios europeos, no a Estados Unidos. Europa proporciona la disciplina fiscal y la honesta administración pública de la que Italia ha sido incapaz de dotarse por sí misma'.

Y Angelo Panebianco, columnista del Corriere, que simpatiza con el nuevo Ejecutivo, echaba leña al mismo fuego, recordándole a Berlusconi que para ser un peso pesado en la UE no basta dar puñetazos en las mesas negociadoras. 'Hay que disponer de los recursos necesarios para hacerse valer. Por ejemplo, la cualidad media del personal burocrático que Italia envía a las instituciones europeas es inferior a la del personal de otros países'.

Palabras duras, pero convincentes, si no fuera porque el euroescepticismo es en realidad el principal aglutinante de la extraña coalición de Gobierno. La verdadera casa común del nuevo Ejecutivo reúne a personajes tan pintorescos y antagónicos como Umberto Bossi, capaz de confesar sin temblores que usa la bandera italiana como papel higiénico, y Gianfranco Fini, líder de la posfascista Alianza Nacional, que ha propuesto regalar una enseña tricolore a cada recién nacido para que crezca arropado por el símbolo máximo de la patria.

Fini, delfín del fascista Giorgio Almirante, tomó asiento en el primer Gobierno de Berlusconi en 1994, al frente de un partido que se llamaba aún Movimiento Socialista Italiano y se declaraba heredero del Duce y de los irreductibles que se mantuvieron hasta el final del lado de la Alemania nazi en la II Guerra Mundial. Aunque un año después sabría reciclarlo en partido democrático y convertirse en el líder más políticamente correcto del actual Ejecutivo.

Bossi, un maestro lombardo artífice del nacionalismo padano, que se alió con Berlusconi en 1994 para llegar al poder y le dejó meses después en la estacada, es famoso por las declaraciones xenófobas contra los inmigrantes clandestinos y por las frases de desprecio a los italianos del Sur. Una forma de que no salten chispas entre el separatista Bossi y el nacionalista Fini es, desde luego, discutir sobre Europa.

Berlusconi ha comprobado además, con las encuestas internas en la mano, que el euroescepticismo no cuesta caro en términos de popularidad. Al contrario. Los tira y afloja con Bruselas, los puñetazos en la mesa negociadora de Laeken, cuando se negó a ceder a Finlandia la agencia Alimentaria Europea porque 'no saben ni lo que es el jamón', se han traducido en más apoyo popular.

No es casual que el caso Ruggiero, con Europa como telón de fondo, estalle precisamente ahora, en un momento extraño para el nuevo Gobierno -cuando se habla ya de una próxima remodelación-, colocado entre la espada y la pared por la patronal y por los sindicatos. La Confindustria, que apoyó sin reservas a Berlusconi, confiando en su capacidad de poner en marcha la locomotora italiana después de los frustrantes años de parálisis de los Gobiernos de centro-izquierda, reclama despidos más baratos y, sobre todo, cambios sustanciales en el generoso sistema de pensiones italiano. Los sindicatos han anunciado ya un calendario de huelgas para la próxima semana en contra de las primeras medidas de flexibilización del mercado de trabajo proyectadas por el Ejecutivo, dispuestos a vender cara la piel del Estado de bienestar.

Un 30% de economía sumergida

Pero tampoco ha habido grandes cambios en otros frentes. La crisis internacional y un agujero en las cuentas de proporciones nunca precisadas, heredado del anterior Gobierno, han obligado a Berlusconi a posponer la anunciada reducción de la presión fiscal, en espera de mejor coyuntura, lo mismo que el programa de privatizaciones, y la lista de obras de infraestructura, minuciosamente elaborada durante la campaña electoral, descansa de momento en algún cajón del despacho oficial del responsable del departamento de Obras Públicas, el empresario Pietro Lunardi.

Italia carece todavía de tren de alta velocidad, y el puente sobre el estrecho de Messina, que unirá la isla de Sicilia a la península, sigue siendo un mero proyecto. Los jubilados que confiaron en la generosidad del nuevo Gobierno, que prometió aumentos razonables de las pensiones, se han enterado ahora de que las medidas afectarán sólo a unos cuantos -dos millones sobre siete millones de pensionis-tas-, y las promesas de apoyo al Mezzogiorno (el Sur italiano) no se han traducido en iniciativas concretas. La economía sumergida, que en Italia representa un 30% del PIB y está sobre todo implantada en el Sur, no encuentra suficientes garantías para emerger.

Como consecuencia de todo eso, 'el Gobierno ha sufrido en estos últimos meses una contracción de la popularidad, incluso entre sus electores más fieles', opina el sociólogo Mannheimer, que considera previsible 'que la pérdida de estima se acentúe tras la salida de Ruggiero'. Pero nada de esto preocupa a Berlusconi porque, como advierte el sociólogo Ilvo Diamanti, 'la desilusión del electorado con el Gobierno no mueve para nada los equilibrios electorales'. La gente se vuelve más escéptica, pero 'la indignación se convierte en resignación'. 'Se observa la política y las instituciones con la misma mirada oblicua de otro tiempo. Y se cataloga a Berlusconi un político como los demás, un político de la Primera República', añade el sociólogo.

Berlusconi habría sido capaz de hacer cuajar un verdadero partido personalista, emanado de sí mismo, construido a su imagen y semejanza, y una corriente política, el berlusconismo, capaz de ocupar definitivamente el espacio de la vieja Democracia Cristiana (el partido que guió a Italia durante medio siglo), con una entidad mucho más compacta y más impermeable a las intrigas internas y externas. Pero la 'anomalía italiana' emerge de nuevo, por más que el Gobierno de centro-derecha, con una mayoría de 368 escaños en la Cámara de Diputados (sobre un total de 630) y 177 en el Senado (sobre 315), no presente la fragilidad que ha caracterizado a la mayor parte de los Gobiernos que le han precedido, incluido el primer Ejecutivo de Berlusconi, nacido y fenecido en 1994.

La anomalía del Gobierno actual está en su composición. Empezando por el primer ministro, dueño del principal grupo italiano de televisión privada, de la principal editorial, de empresas de seguros, de empresas de publicidad, de supermercados, presidente del club de fútbol Milan y, por si esto fuera poco, a partir de mediados de febrero, dueño efectivo de las tres cadenas de la televisión pública, la RAI. El máximo responsable del ente, Roberto Zaccaria, próximo al centro-izquierda, se marcha dejando el campo libre a la gente del nuevo Gobierno, un poco incómodo ante tanto poder.

En casi siete meses de legislatura, Il Cavaliere no ha tomado medidas serias para resolver su conflicto de intereses, sin que éste aspecto parezca perturbarle. Berlusconi acumula cargos sin problemas. Preside el Consejo de Ministros italiano, pero no se ha instalado aún en el despacho oficial de palazzo Chigi; acaba de asumir la cartera de Exteriores, pero es probable que ni pise el ministerio. Las decisiones, las grandes decisiones, las toma -con un estilo que recuerda más a un Carlos Menem que a cualquier gobernante europeo- en su finca de Cerdeña, o en la de Macherio (Lombardía), o en la casa de Arcore, cerca de Milán, o en las oficinas de Forza Italia, en Roma.

Decenas de nuevas leyes

El estilo del nuevo Ejecutivo ha causado perplejidad también entre los ciudadanos de a pie. 'No lo habría creído jamás, como persona de derechas, que este Gobierno fuera capaz de asumir posiciones tan partidistas', declaraba un lector en la sección de cartas por correo electrónico en el semanario L'Espresso de la pasada semana. 'Están creando las condiciones para llevar a Italia a la situación de Argentina', añadía. 'El lector tiene razón de preocuparse', respondía el semanario, 'pero no exageremos. Afortunadamente, el fantasma de Argentina queda lejos'.

'Hay que darle un poco más de tiempo a Berlusconi', sentencia Carlo Secchi, rector de la Universidad comercial Bocconi, de Milán, donde se ha formado la burguesía empresarial del norte del país. 'Las medidas que se han tomado tardarán un poco en notarse. La ley Tremonti está empezando a dar frutos. Las empresas se están fortaleciendo, pero lógicamente los resultados se verán más adelante'.

Donde ya se han visto los resultados del nuevo Ejecutivo es en el plano legislativo. Hasta la pausa de Navidad, y gracias a su aplastante mayoría parlamentaria, se han aprobado decenas de nuevas leyes. Algunas han sido criticadas por excesivamente favorables a la clase empresarial del país, como la que suprime la tasa de sucesión en herencias, la que despenaliza casi completamente la falsificación contable o la llamada ley del escudo fiscal, que consiente el regreso a Italia de los capitales exportados ilegalmente (unos 360.000 millones de euros, según cálculos del Banco de Italia) previo pago de un impuesto del 2,5%. Otras han escandalizado a los juristas dentro y fuera de Italia, como la que impone normas más severas a las rogatorias judiciales para que sean válidas, lo que beneficia en primer lugar al propio Cavaliere.

'Lo que está claro es que el Gobierno está en serias dificultades económicas', opina Sergio Cofferati, líder del principal sindicato italiano, CGIL, ex comunista. 'Los Presupuestos se basaban en un crecimiento económico superior al 3%, que luego se corrigió al 2,3% para 2002, pero saben perfectamente que Italia no crecerá tanto y necesitan encontrar dinero con urgencia. Por eso quieren acelerar la reforma de las pensiones para tener menos gastos e intentan anticipar el dinero de las liquidaciones para que la gente lo cobre rápidamente y Hacienda se quede con su parte'.

Esa dificultad económica explicaría las recientes declaraciones del ministro de Defensa, Antonio Martino, al Corriere della Sera, en las que señalaba que 'el pacto de estabilidad' impuesto por el Tratado de Maastricht 'es demasiado severo'. Martino abogaba además por una 'Europa más ligera'. Palabras casi calcadas de las que dijo Bossi unos días antes. El líder de la Liga, recién cumplidos los sesenta y castigado por las urnas en las elecciones de mayo pasado -los padanos obtuvieron apenas el 4% de los sufragios-, se ha convertido en el más acrítico aliado del Cavaliere, de quien ha obtenido a cambio una modesta ley federalista y la libertad de hacer demagogia a costa de la UE. En plena discusión sobre la euroorden, Bossi organizó una manifestación en Milán en la que advirtió a Bruselas de que no consentiría 'la detención de ningún ciudadano de Arcore ' y llamó a la UE Forcolandia (algo así como Horcalandia). El viejo separatista ha perdido los colmillos en la batalla electoral, y el único aliado con capacidad de disentir es hoy el posfascista Fini, lastrado a su vez por un pasado poco digerible en Europa.

Rodeado de colaboradores y ex empleados, neutralizados los enemigos internos de la coalición y con una oposición que no se recupera de su gran fracaso electoral del pasado mayo, Il Cavaliere se mira embelesado en el espejo de los sondeos privados que le devuelven el rostro del amo del país. El jefe de la renacida Democracia Cristiana duerme tranquilo sobre la almohada de su mayoría absoluta y con un cheque en blanco para los próximos cinco años. Los italianos se lo entregaron hartos de ser la 'anomalía de Europa', pero le pasarán factura si les convierte en enemigos de la UE.

Silvio Berlusconi en un mitín en Nápoles el pasado mes de mayo, donde prometió invertir 20,3 trillones (más de 10.000 millones de euros) de liras en el sur de Italia si ganaba las elecciones.
Silvio Berlusconi en un mitín en Nápoles el pasado mes de mayo, donde prometió invertir 20,3 trillones (más de 10.000 millones de euros) de liras en el sur de Italia si ganaba las elecciones.REUTERS

Retrato de un líder populista

EL MIÉRCOLES PASADO, en su toma de posesión como nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Silvio Berlusconi fue sorprendido por los fotógrafos con la mano izquierda bajo la chaqueta del traje cruzado, en una pose completamente napoleónica. Una pose que recordaba la caricatura publicada hace meses por la revista británica The Economist que lo representaba como un 'napoleón mediático' con la cabeza metida en una pantalla de televisión. Sua emitenza, el apodo con que se le conoce por su enorme poder mediático, sintetiza a la perfección la dualidad puramente berlusconiana de todopoderoso patrón de las ondas y rey doméstico de una legión de empleados de su imperio económico, antiguos contables o abogados suyos, muchos de los cuales han pasado a ser con los años diputados de su partido y hasta ministros, como es el caso de Giulio Tremonti, titular de Economía y Hacienda. La generosidad con los amigos y colaboradores es una de las características, dicen sus allegados, de Silvio Berlusconi, 65 años cumplidos, dos matrimonios y cinco hijos. Ya en los tiempos prepolíticos, cuando era únicamente uno de los hombres más ricos de Italia, era famoso por los regalos de lujo que acostumbra a hacer a las esposas de sus socios y amigos. En vísperas de Navidad regaló relojes suizos de una firma selecta a los parlamentarios más trabajadores de su coalición. Pero, como buen líder populista, no se olvida nunca del ciudadano de a pie. Durante la pasada (y turbulenta) campaña electoral, la corresponsal en Roma del diario The New York Times contaba el interés con que Berlusconi había atendido en su presencia a una señora que le paró en la calle implorando un empleo para su marido, y la llamó luego ofreciéndole un trabajo en Mediaset (el grupo a través del que controla las tres principales cadenas de televisión privada italiana).

Il Cavaliere combina la habilidad de comunicador con una lengua aguda, rápida en respuestas, que otros políticos le envidian. Caminando por Milán (su ciudad natal) en vísperas electorales, un joven se negó a darle la mano y le reprochó a bocajarro su condición de millonario. 'Mi padre tiene su edad y acaba de jubilarse con una miseria', le dijo. 'No habrá trabajado tanto como yo', le respondió sin vacilar Berlusconi. Su proverbial autoestima -en febrero de 2000 se proclamó a sí mismo el 'mejor estadista de Europa y del mundo'- y su falta de modestia suministraron un combustible admirable a los humoristas italianos durante la campaña. Un cómico de izquierdas, Daniele Lutazzi, se mofaba del Cavaliere imaginando la pesadilla que sería tener un padre como él. 'Me le imagino diciéndole a su hijo Piersilvio a los seis años: ¡ay que ver, yo a tu edad ya había cumplido siete años!'.

Una vez con las riendas del Gobierno en sus manos, son pocos los humoristas que se atreven -sobre todo en televisión- a reírse siquiera venialmente de sua emitenza. Su

ex portavoz, el periodista Giuliano Ferrara, es uno de los pocos que se atreven a llevarle la contraria, aunque amablemente, al Cavaliere, no sin dedicarle a la vez grandes elogios. El propio Ferrara ha definido el Gobierno que preside Berlusconi como una mezcla exótica entre el 'Rey Sol y los Monty Python'. No resulta difícil suponer a quiénes corresponden los distintos papeles.

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