Un ascensor para barcos de carga
Las esclusas salvan 26 metros de desnivel en el canal de Panamá
La huella fresca de la presencia norteamericana que se palpa nada más aterrizar en el aeropuerto internacional de Panamá (el perfil de los rascacielos de la ciudad y el diseño de la autopista lo delatan) desaparece en cuanto se abandona la franja del canal, recuperado por los panameños a comienzos del año 2000. Fuera de ese ámbito, Panamá es cien por cien caribeño. Lo es el clima, que no baja nunca de los 25 grados; la humedad del aire, que se sitúa por encima del 90%, y, sobre todo, la gente, resultado de una maravillosa mezcla racial. Los panameños no se exceden en la palabra, salvo en las radios y en los discursos políticos; son más bien parcos en sus expresiones. Pero nunca, ni en situaciones incómodas, se abandonan a la ira. 'Mi amor, mi rey, mi reina, la culpa la tiene Bin Laden', es lo más intempestivo que espeta el funcionario de aduanas cuando el turista le echa en cara que con ésta son tres las veces que ha tenido que mostrar su pasaporte en apenas veinte metros de recorrido dentro de un pequeño aeropuerto local.
Panamá merece una visita, no sólo para contemplar la fascinante maravilla del canal, la mayor atracción del país y en cuyos orígenes vale la pena sumergirse; los muertos, las epidemias, la quiebra de los promotores franceses. Por él circularán en 2002 más de 14.000 embarcaciones, y no hay un crucero que deje fuera de su ruta una escala en cualquiera de los extremos de esta vía navegable que une el Atlántico con el Pacífico, entre Colón (con zona libre de impuestos incluida) y la capital panameña. El istmo y el propio canal (1880-1914) no pasan de los 82 kilómetros de longitud, que pueden recorrerse en coche o a bordo de un tren turístico que efectúa la travesía en paralelo por unos 40 euros (35 dólares para ser más exactos) la ida y la vuelta.
Desde el tren o la carretera que discurre próxima no resulta extraño contemplar gigantescos transatlánticos o supercontenedores que emergen del bosque tropical y desaparecen deglutidos por las profundidades de la tierra. No es ningún espejismo. Son lo que parece a su paso por las esclusas, donde los bombeos de agua permiten a los grandes cruceros y mercantes enlazar los océanos salvando más de 26 metros de nivel. Es imprescindible visitar alguna de las esclusas para ver la mágica operación del sube y baja, y con qué milimétrica exactitud se desplazan los navíos a remolque de locomotoras.
Corredor biológico
Cumplido este obligado e imprescindible ritual, una vez en Panamá, este pequeño país, no más grande que el territorio castellano-manchego, presenta una inusitada oferta para los fanáticos del mar y la naturaleza.
Pese a su menudez, posee más parques nacionales que España. Desde Costa Rica hasta Colombia, toda la franja atlántica forma un rosario de zonas protegidas, encadenadas a una red de espacios bajo el manto del denominado Corredor Biológico Mesoamericano, que se extiende desde México hasta la selva de Darien. En este corredor está representado el 10% de la biodiversidad del planeta y se calcula que los 40 millones de personas que lo habitan (los panameños no llegan a los dos millones y medio) se habrán duplicado para el año 2025. Para que este crecimiento no altere las inmensas riquezas naturales que ahí se atesoran, las Naciones Unidas, el Banco Mundial y la agencia de cooperación alemana han puesto en marcha un plan a seis años dotado con 6.000 millones de euros para financiar programas de desarrollo compatibles con su prodigiosa naturaleza.
Hay muchos de estos programas dedicados al ecoturismo. Y quien quiera conocer los de Panamá no tiene más que echar un vistazo a unas cuantas páginas de Internet (www.ipat.gob.pa, www.panamainfo.com o www.panamatours.com). El que se ha puesto en marcha en el archipiélago de Bocas del Toro (noroeste) se aproxima hoy al paraíso que debieron encontrar los primeros europeos en fondear sus aguas allá por el siglo XVI. Bocas ha servido de escenario y confinamiento para la troupe participante de las ediciones del año 2000 de la serie televisiva Supervivientes en sus distintas ediciones nacionales. Tiene su propia página web (www.bocasdeltoro.com), y debe su nombre al mismísimo Cristóbal Colón, que llegó a estas tierras el 5 de octubre de 1502 en su cuarto y último viaje a América. Todos los topónimos del lugar dan fe de tan egregio visitante: Colón, Bastimentos, Almirante, pero eso es todo. Ninguna huella de los conquistadores ni de los piratas que tanto proliferaron, ni de la bananera United Fruit que cesó su actividad el siglo pasado por una plaga. Sus pobladores son comunidades indígenas esparcidas por las islas y criollos descendientes de protestantes negros que se expresan en guariguari, una mezcla de inglés afroantillano, español y aportaciones de ngöbe bugle, la etnia dominante.
Todo es naturaleza exuberante y escenarios primitivos; manglares, bahías y parajes hechos para el buceo, el avistamiento de tortugas o el simple disfrute del sol y de un mar extraordinariamente apacible y cálido, sin ninguna torre de apartamentos que rompa la vista.La huella fresca de la presencia norteamericana que se palpa nada más aterrizar en el aeropuerto internacional de Panamá (el perfil de los rascacielos de la ciudad y el diseño de la autopista lo delatan) desaparece en cuanto se abandona la franja del canal, recuperado por los panameños a comienzos del año 2000. Fuera de ese ámbito, Panamá es cien por cien caribeño. Lo es el clima, que no baja nunca de los 25 grados; la humedad del aire, que se sitúa por encima del 90%, y, sobre todo, la gente, resultado de una maravillosa mezcla racial. Los panameños no se exceden en la palabra, salvo en las radios y en los discursos políticos; son más bien parcos en sus expresiones. Pero nunca, ni en situaciones incómodas, se abandonan a la ira. 'Mi amor, mi rey, mi reina, la culpa la tiene Bin Laden', es lo más intempestivo que espeta el funcionario de aduanas cuando el turista le echa en cara que con ésta son tres las veces que ha tenido que mostrar su pasaporte en apenas veinte metros de recorrido dentro de un pequeño aeropuerto local.
Panamá merece una visita, no sólo para contemplar la fascinante maravilla del canal, la mayor atracción del país y en cuyos orígenes vale la pena sumergirse; los muertos, las epidemias, la quiebra de los promotores franceses. Por él circularán en 2002 más de 14.000 embarcaciones, y no hay un crucero que deje fuera de su ruta una escala en cualquiera de los extremos de esta vía navegable que une el Atlántico con el Pacífico, entre Colón (con zona libre de impuestos incluida) y la capital panameña. El istmo y el propio canal (1880-1914) no pasan de los 82 kilómetros de longitud, que pueden recorrerse en coche o a bordo de un tren turístico que efectúa la travesía en paralelo por unos 40 euros (35 dólares para ser más exactos) la ida y la vuelta.
Desde el tren o la carretera que discurre próxima no resulta extraño contemplar gigantescos transatlánticos o supercontenedores que emergen del bosque tropical y desaparecen deglutidos por las profundidades de la tierra. No es ningún espejismo. Son lo que parece a su paso por las esclusas, donde los bombeos de agua permiten a los grandes cruceros y mercantes enlazar los océanos salvando más de 26 metros de nivel. Es imprescindible visitar alguna de las esclusas para ver la mágica operación del sube y baja, y con qué milimétrica exactitud se desplazan los navíos a remolque de locomotoras.
Corredor biológico
Cumplido este obligado e imprescindible ritual, una vez en Panamá, este pequeño país, no más grande que el territorio castellano-manchego, presenta una inusitada oferta para los fanáticos del mar y la naturaleza.
Pese a su menudez, posee más parques nacionales que España. Desde Costa Rica hasta Colombia, toda la franja atlántica forma un rosario de zonas protegidas, encadenadas a una red de espacios bajo el manto del denominado Corredor Biológico Mesoamericano, que se extiende desde México hasta la selva de Darien. En este corredor está representado el 10% de la biodiversidad del planeta y se calcula que los 40 millones de personas que lo habitan (los panameños no llegan a los dos millones y medio) se habrán duplicado para el año 2025. Para que este crecimiento no altere las inmensas riquezas naturales que ahí se atesoran, las Naciones Unidas, el Banco Mundial y la agencia de cooperación alemana han puesto en marcha un plan a seis años dotado con 6.000 millones de euros para financiar programas de desarrollo compatibles con su prodigiosa naturaleza.
Hay muchos de estos programas dedicados al ecoturismo. Y quien quiera conocer los de Panamá no tiene más que echar un vistazo a unas cuantas páginas de Internet (www.ipat.gob.pa, www.panamainfo.com o www.panamatours.com). El que se ha puesto en marcha en el archipiélago de Bocas del Toro (noroeste) se aproxima hoy al paraíso que debieron encontrar los primeros europeos en fondear sus aguas allá por el siglo XVI. Bocas ha servido de escenario y confinamiento para la troupe participante de las ediciones del año 2000 de la serie televisiva Supervivientes en sus distintas ediciones nacionales. Tiene su propia página web (www.bocasdeltoro.com), y debe su nombre al mismísimo Cristóbal Colón, que llegó a estas tierras el 5 de octubre de 1502 en su cuarto y último viaje a América. Todos los topónimos del lugar dan fe de tan egregio visitante: Colón, Bastimentos, Almirante, pero eso es todo. Ninguna huella de los conquistadores ni de los piratas que tanto proliferaron, ni de la bananera United Fruit que cesó su actividad el siglo pasado por una plaga. Sus pobladores son comunidades indígenas esparcidas por las islas y criollos descendientes de protestantes negros que se expresan en guariguari, una mezcla de inglés afroantillano, español y aportaciones de ngöbe bugle, la etnia dominante.
Todo es naturaleza exuberante y escenarios primitivos; manglares, bahías y parajes hechos para el buceo, el avistamiento de tortugas o el simple disfrute del sol y de un mar extraordinariamente apacible y cálido, sin ninguna torre de apartamentos que rompa la vista.
GUÍA PRÁCTICA
Población: Panamá tiene unos 2,6 millones de habitantes. Prefijo telefónico: 00 507. Moneda: balboa / dólar norteamericano (1,13 euros).
- Iberia (902 400 500). A Panamá, 827,18 euros, con tasas. - American Airlines (902 115 570). A Panamá, 820 euros más tasas. - A Bocas del Toro se puede ir en autobús por unos 57 euros ida y vuelta desde Panamá o desde Costa Rica, de donde llegan los llamados mochileros (ecoturistas con mochila a la espalda). Lo más recomendable es viajar por Aeroperlas o Mapiex, que hacen el trayecto en menos de una hora y por 120 euros ida y vuelta desde Panamá.
- El pueblo se extiende por cuatro calles cuadriculadas en ángulo recto. Todo queda a mano: los pequeños hospedajes, que cobran entre 17 y 23 euros la noche; las agencias para concertar expediciones o las propias lanchas, que por poco más de 15 euros hacen recorridos por las islas. - El Instituto Panameño de Turismo (infotur@ns.itpat.gob.pa) o su oficina regional (Isla Colón, Calle 1ª, telefax 00 507 757 96 42) facilitan contactos e información, en particular de los alojamientos en poblados (no tienen luz) que han puesto en marcha programas de ecoturismo. - Comer. La mayoría de los indígenas vive de la pesca, de manera que ése es el plato más recomendable del menú. Abundan las ofertas de langostas, pero conviene no sucumbir a la tentación a no ser que se vigile su preparación. Como por desgracia es frecuente en América, las ofrecen excesivamente pasadas e inundadas en mantequilla.
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