_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El eurojuguete

El euro ha sido el juguete de estas navidades. Lo de estrenar sistema monetario no es acontecimiento frecuente y el personal está como un niño con zapatos nuevos con los billetes de paquete y las monedas relucientes. La adaptación para la mayoría de los ciudadanos constituye un reto personal, una especie de juego en el que nos obligan a participar a todos. Experiencia común que introduce por añadidura un nuevo elemento de diálogo para las conversaciones anodinas antes limitadas al tiempo, la salud o el tráfico. Cuántas amistades y relaciones sociales habrán surgidos estos días en las tiendas, mercados o junto a las maquinas expendedoras con la excusa del euro.

El lunes pasado, sin ir más lejos, coincidí en la cola del híper con el juez Gómez de Liaño y su señora esposa, la fiscal Dolores Márquez de Prado. Uno, en su ignorancia, imaginaba al magistrado prevaricador haciendo conjuros en el Monte Pelado y a ella levantando su túnica negra con un gesto ceremonial de perfidia. Y resulta que no, que ante una cajera de Alcampo son un matrimonio de lo más corriente. Allí estaba el juez metiendo en las bolsas los cereales con fibra que estimulan el tránsito intestinal, mientras la fiscal contaba minuciosamente la eurocalderilla en el cuenco de la mano como una entrañable abuelita. En eso de las vueltas la adaptación al euro nos ha igualado a todos y hasta los más pudientes le prestan atención a la chatarra. Tengan en cuenta que el cambio en la unidad monetaria ha hecho desaparecer de golpe y porrazo a muchos millonarios. Algunos no han soportado el ver su hasta entonces multimillonaria cuenta corriente de pesetas reducida a unos miles de euros.

El cambio en este sentido es realmente duro y cuando alguien ve próxima la penuria, aunque sea de forma psicológica, se vuelve más pragmático en términos económicos. A ese fenómeno atribuí yo la sorprendente visión de que fui testigo hace unos días. Tuve que frotarme lo ojos para comprobar si realmente era Pitita Ridruejo, ese símbolo de la elegancia venerado en las tiendas de Serrano, la que estaba comprando en un lugar tan marcadamente prosaico como SEPU. En ese popular comercio de la Gran Vía contaba cuidadosamente la Ridruejo sus primeros euros antes de salir cargada de bolsas con el mismo aire de distinción que si procediera de Loewe. Tal vez adquiriera unos regalos para el servicio, pero la vi muy suelta en aquel ambiente plebeyo.

La implantación de la nueva moneda ha generado un millón de anécdotas y cada uno tiene alguna que contar. Una señora en la radio relataba indignada la forma en que el Ayuntamiento de Madrid aprovechaba las circunstancias para disparar las tarifas de los servicios municipales. Se refería concretamente al uso de los secadores de pelo instalados en los vestuarios de sus polideportivos y que hasta ahora funcionaban con monedas de cinco pesetas. Por su formato, la pieza equivalente es la de cinco céntimos de euro, lo que eleva el coste a algo más de ocho pesetas, en cualquier caso una miseria. Nadie podrá convencer a la buena señora de que el Ayuntamiento no hace negocio alguno con los secadores y que la moneda es sólo un mecanismo para garantizar su correcta utilización.

Personalmente, mi primera operación en euros fue para pagar unas palomitas en el cine. Resultó sencillo, entregué dos mil pesetas y me devolvieron unas cuantas monedas de distinto tamaño y color. Miré durante unos segundos la vuelta y me dio tanta pereza ponerme a comprobar si era correcta que opté por cerrar la mano y fijarme en la chica que me atendió. Por su cara no me pareció ni tonta ni deshonesta, así que eché el dinero al bolsillo y di por suficiente la garantía de tal apreciación. Sospecho, sin embargo, que son muchos los que están aprovechando el río revuelto para pescar a manos llenas.

Es fácil liar a la gente con las vueltas y los redondeos, sobre todo si al equivocarse barriendo para casa tienen la excusa de que aún son novatos y no controlan bien. En este sentido, la mejor terapia es olvidarse cuanto antes de la traducción en pesetas para que ese ejercicio mental no entorpezca la cuenta y enrede a los alérgicos al cálculo. Como dice el eslogan publicitario, 'hay que pensar en euros' . Y hacerlo pronto, antes de cansarse del juguete.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_