_
_
_
_
Reportaje:CERRO DEL OLIVAR | EXCURSIONES

Comunismo pastoril

Un paseo por el sur de Moncalvillo, dehesa comunal de San Agustín de Guadalix y reserva de la biosfera

Alguien ha dicho (ahora no recordamos quién) que lo que hace tan grata la naturaleza a los ojos de tantos hombres es que no nos juzga. A un oso, a una cascada o a un pino les es absolutamente indiferente si somos ciudadanos ejemplares o delincuentes habituales, moros o cristianos, del Barça o del Osasuna Promesas. No es que la naturaleza sea estúpida, ni tampoco maternal, ni democrática, ni pasota; simplemente es que es ajena a nuestras convenciones, empezando por la más artificiosa de todas: la política.

Prueba de que la naturaleza no toma partido nos la dan los dos encinares mejor conservados de nuestra región, el monte de El Pardo y la dehesa de Moncalvillo: uno, propiedad desde el siglo XIV de un solo señor, el rey de turno, que lo usó para darle gusto al gatillo; la otra, perteneciente a todos y cada uno de los vecinos de San Agustín de Guadalix, que desde los tiempos de la reconquista la aprovecharon para apacentar sus ganados.

Enebros, cornicabras y quejigos salpican un mar de encinas, donde viven zorros y búhos reales

Viendo la buena salud de ambos predios, queda claro que las encinas no son de derechas ni de izquierdas, sino de donde les dejan vivir en paz. Una valiosa enseñanza, sobre todo viniendo de quien no pretende darla.

La dehesa de Moncalvillo, que es la que ahora nos interesa, era en su origen un finca mucho mayor que fue donada en 1459 por Pedro González de Mendoza, obispo de Calahorra e hijo del famoso marqués de Santillana, a San Agustín y Pedrezuela, con la condición de que no la partieran ni vendieran. Pero los de Pedrezuela, en cuanto tuvieron ocasión, hicieron de su capa tantos sayos como vecinos.

La parte de San Agustín, en cambio, se mantuvo indivisa incluso cuando las desamortizaciones del siglo XIX, y fiel a ese comunismo pastoril se han conservado intactas hasta la fecha, sin más merma que un par de cortas de encinas para saldar unas deudas municipales, sus 1.350 hectáreas de superficie -unos 15 kilómetros de perímetro-, que van desde casi las afueras de San Agustín hasta la falda del cerro de San Pedro. Hoy nos vamos a asomar a ella desde su límite meridional, el más cercano a la villa, el cerro del Olivar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

De San Agustín saldremos por la calle de Lucio Benito, rebasando el coso taurino y el camposanto para seguir de frente por una pista de tierra que corre entre labradíos y que apunta directa a la cónica mole, allá en el lejano noroeste, del cerro de San Pedro, cerro pelado como un sorche, señal de que cae fuera de la dehesa.

A dos kilómetros largos del pueblo, tras pasar unos chalés, llegaremos a una glorieta junto a una vieja casa del Canal de Isabel II, cuya tapia blanca bordearemos a fin de coger, por detrás, la pina senda que asciende paralela a un tendido eléctrico y culminar, a una hora del inicio, el cerro que coronan unos ancianos olivos, de ahí su nombre.

Por lo alto del cerro pasa la cerca de piedra que delimita la dehesa, linde que no cruzaremos, sino que avanzaremos junto a ella a mano derecha dando vistas, como desde un puente de mando, a este mar de encinas que salpican aquí y allá enebros, cornicabras y, en los barrancos, donde mayor es la humedad, quejigos.

Zorros, gatos monteses, búhos reales, mochuelos, abejarucos, oropéndolas, abubillas, vencejos, milanos negros y buitres leonados cohabitan, como hace siglos, con 600 cabezas de vacuno y ciento de caballar. Claro ejemplo de armonía entre el hombre y la naturaleza, que es lo que la Unesco valoró al declarar Moncalvillo reserva de la biosfera.

Avanzando siempre por la cresta del cerro en la misma dirección (noreste), llegará un momento en que la fuerte pendiente de bajada nos obligará a separarnos de la cerca y virar a la derecha (este) siguiendo la trocha que desciende hasta donde el canal viejo de Isabel II salva el barranco del arroyo del Caño mediante el monumental acueducto de la Retuerta. Poco más abajo, hallaremos una carretera de servicio del canal. Y yendo por ésta hacia la izquierda, en cinco minutos, una ancha pista de tierra que baja franca hacia San Agustín.

Un excursionista otea el horizonte desde el cerro del Olivar, en San Agustín de Guadalix.
Un excursionista otea el horizonte desde el cerro del Olivar, en San Agustín de Guadalix.ANDRÉS CAMPOS

Marcha breve para el invierno

- Dónde. San Agustín de Guadalix dista 33 kilómetros de Madrid yendo por la carretera de Burgos (A-I). Una vez en el pueblo, hay que preguntar por la plaza de toros y el cementerio, pues ambos están en la calle por la que comienza la ruta a pie. Hay autobuses de Continental-Auto (teléfono 91 314 57 55) desde la plaza de Castilla. - Cuándo. Paseo circular de ocho kilómetros y dos horas largas de duración, con un desnivel de sólo 160 metros -San Agustín, 684 metros; cerro del Olivar, 843- y una dificultad muy baja, recomendable para el invierno por su brevedad y la baja altura a que discurre. - Quién. Felipe Camarero, Miguel Ángel Bermejo, Mónica Bustillos, Millán Fernández y José Ignacio López son los autores de Del Guadalix al Jarama, guía de Los Libros de la Catarata (teléfono 91 532 05 04) que describe ésta y otras rutas a pie o en bici por Moncalvillo. Más información, en el Ayuntamiento de San Agustín (91 841 80 02). - Y qué más. Ya que vamos a avistar desde un mirador la dehesa de Moncalvillo y todo San Agustín, merece la pena cotejar lo observado con un mapa como la hoja 19-20 (Torrelaguna) del Servicio Geográfico del Ejército o la 509 del Instituto Geográfico Nacional.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_