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Columna
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Los afectos

Juan Cruz

Aquella perra de Juan Carlos Onetti, La Biche, se llamaba así por una amiga de Barcelona. El gran escritor uruguayo de los ojos grandes vivió diez años de su vida acostado en la cama, de espaldas a la luz; una vez le preguntaron por qué no se levantaba, qué le ocurría contra el mundo, y sólo dijo entonces que no salía del cuarto porque la perra le mordía las canillas. Y mientras decía eso se asomaba sobre las sábanas y buscaba a La Biche con la mirada soñolienta cuya melancolía se calmaba a veces sólo gracias al ladrido burlón que luego se perdía por los vericuetos austeros del pasillo hasta ser, en el otro lado de la casa, el juguete que el viejo añoraba.

El gallego Manuel Rivas cuenta que en su infancia su padre tenía un perro que le acompañaba a todas partes; ya formaban una unidad conocida en el mundo inacabable de su calle, y no existían el uno sin el otro, eran un par y al mismo tiempo uno, dos compadres del mismo callejero. Tan identificados estuvieron en esa visión común el padre y el perro que, cuando el padre llegaba a su bar de siempre, generalmente había un parroquiano que avisaba de la doble visión, así que avisaba en gallego: 'Ahí viene O Rivas', y añadía pocos segundos después: 'Y ahí viene O Rivas pequeño'.

Julio Llamazares tuvo una perra brumosa y triste, como cansada y paciente, que se llamada Bruna; estuvo tan junto a ella que ya al final, cuando la perra decía adiós a todo esto y ya no iba con él ni a ferias ni a parques ni a caminos, no se sabía bien si los ojos de ella vagaban también por los ojos del poeta. Y hay un gran escritor brasileño, Carlos Heitor Cony, que ha escrito miles de páginas en libros y periódicos, y lo único que guarda de todo ello, en su cartera vieja, es un artículo de adiós a su perra, que ya convive también con él en la mirada.

No piden nada: te miran, y ahí van posando lo que a ellos les va pasando, en el silencio inmenso del desierto de sus ojos. Tampoco imploran, están ahí, te dan gratis su afecto para siempre, el afecto que dan no espera nada a cambio. Si acaso tienen en cuenta una caricia, una mirada perdida en el universo de miradas que uno va perdiendo a la altura, a veces tan poco afectuosa, de las otras miradas de los hombres.

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