Jaúregui y la estrategia difusa
Las primeras decisiones políticas del presidente de la gestora que ha sucedido a Nicolás Redondo habían sido de una tranquilizadora continuidad, lo que hizo exclamar a Rosa Díez que para este viaje no hacían falta otras alforjas. Se trataba de decisiones concretas ante la radicalidad de las iniciativas nacionalistas, la cacicada de Atutxa (una más) en el Parlamento, o la insumisión del Gobierno vasco sobre el Cupo. Unas decisiones que no podían ser de otra manera, salvo que se hubiera vuelto loco. Sin embargo, su entrevista en este diario del 5 de enero merece ser revisada con preocupación, porque, además de sugerir un cambio de rumbo, asume una serie de contradicciones que dejarían al PSE sin perfil político en estos duros tiempos.
Conociendo su trayectoria política, es evidente que Jaúregui sería la persona más proclive a evitar claras definiciones y proyectos perfilados. Pero esa actitud se hace rotunda al considerar que la estrategia de su partido pasa, nada menos, que por la 'cuadratura del círculo'. Y así es, porque aboga por una estrategia difusa, que, siendo asumida por toda la organización, sería un éxito estratégico; es decir, con tal de que sea colectivamente asumida, cualquier miseria es buena (Dios mío, ¡qué políticos!), cuando previamente urge para su partido recuperar personalidad, criterio y opinión propia. Realmente la 'cuadratura del círculo'. Sin embargo, sí está defendiendo la estrategia de los que no quieren estrategia, y sí está sugiriendo una actitud benevolente hacia el PNV.
Es tremendo que a Ramón Jaúregui (según él, en nombre de la Ejecutiva Federal) esté actuando con una más que grosera parcialidad para que no se haga una política democrática consecuente, sino pasteleos políticamente inútiles y moralmente deleznables ante la tragedia que supone formar parte de la sociedad más fascistizada de la Europa occidental al albur de la ideología nacionalista y de su práctica política, incluida la institucional. Pero eso no será por falta de evidencias.
Que Jaúregui fuese sólo contradictorio ni sería nuevo ni sería preocupante, ni siquiera escandaloso. Entra dentro de los parámetros humanos incluso el fracasar en el quehacer político. Pero excuso en calificar como se merece el que diga que actuará sin contemplaciones contra la única hipótesis políticamente razonable y lógica: 'Que el sector del partido que ha llegado a la conclusión de que la limpieza étnica e ideológica se soporta también indirectamente en el PNV, se estructure con un liderazgo fuerte'.
Le parece fatal a Ramón Jaúregui una política que esté de acuerdo con la evidencia y la realidad. ¿Qué pensará de su última aportación al discurso parlamentario y a la descripción que él mismo plasmaba en su Carta a un amigo nacionalista?
A cualquier incauto le puede parecer que dejar de ser, como manifiesta, el pim pam pum de la política vasca, y recuperar con urgencia personalidad y opinión propia, asumiendo una estrategia difusa es, sencillamente, un imposible. Es, en realidad, sumar las derivas del pasado al gallinero ante el que Redondo dimitió para forzar que se debata un discurso y una estrategia avalada por el congreso.
¿Quién va a votar en Euskadi, tal como está la situación política de radicalizada, a un partido de estrategia difusa?
Debería Jaúregui preocuparse -y perdone su mención porque lo utilizará Mayor Oreja- por la izquierda sociológica y por poner el centro del análisis en la realidad externa y no en la que perciben los burócratas del PSOE y en las eternas y miserables claves internas que hacen, dicho con cierta socarronería, que el problema del socialismo en España sea el Partido Socialista.
Se sugiere también una estrategia condicionada a que el PNV cambie. Creo que nadie del PSE desea que el nacionalismo siga radicalizándose. Pero lo que se va a garantizar con una estrategia difusa y supeditada a que el PNV cambie es que éste no cambie nunca y prosiga esgrimiendo el espantajo del conflicto (lo que hace imposible que el PNV pacte algo con el PSE que no suponga la humillación socialista) en la estrategia del soberanismo. Y sobre este radicalismo, resulta un grave error de apreciación, y una canallada por lo demás, echarle la culpa al PP. Porque fue el PNV el que por propia voluntad estuvo en Lizarra, ha constituido un Gobierno en minoría con los que allí estuvieron, salvo HB, ha promocionado las cacicadas de Atutxa, y ha promovido el desacuerdo ante el Concierto y la insumisión ante el Cupo. Es disculpar al PNV, y no entender nada, responsabilizar al PP de este proceso, que comenzó con la conspiración contra las libertades y la democracia que supusieron los acuerdos con ETA y el Pacto de Estella.
Para acabar, debo demostrar mi preocupación porque los postulados de Jaúregui son los de otra época, cuando el PNV estaba en minoría y proclamó el espíritu del Arriaga. Pero aquella colaboración de doce años acabó pasando la factura de siete escaños socialistas perdidos, de un impulso electoral del PP sobresaliente. Y, lo que es peor, toda aquella colaboración terminó en el Pacto de Lizarra, con los socialistas a los pies de los caballos.
Que se desengañe el señor Jaúregui, una estrategia difusa aprobada en el congreso no facilita la entrada y el acuerdo entre todos los socialistas. Porque una estrategia difusa es la de los que quieren una estrategia difusa. O mejor, la de los que no quieren ninguna. Es una invitación al fracaso definitivo.
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