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Columna
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Aznar y los militares

Reverdeciendo viejos laureles, Anson escribía el día de la Pascua Militar que ni Azaña 'se hubiera atrevido a tomar la mitad de las medidas con que, en los últimos años, se ha humillado, se ha preterido a los Ejércitos'. Luego, con ese brioso lenguaje que le caracteriza, decía rehusar la facilidad de esconderse bajo medias palabras y veladuras y afirmaba que 'la pura verdad es que se ha triturado a unas Fuerzas Armadas ejemplarmente respetuosas, desde hace muchos años, con la Constitución'. O sea, que para el denominado príncipe de los periodistas españoles quedan, de una parte, las medidas tomadas para la humillación, preterición, trituración de los Ejércitos y, de otra, unas Fuerzas Armadas ejemplarmente respetuosas con la Constitución.

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Así llegamos al fin del primer párrafo de su comentario sin saber quién ha sido el que ha tenido el atrevimiento de sobrepasar el pérfido azañismo. Porque la construcción gramatical con se, la forma reflexiva del pronombre personal de tercera persona, sirve para encadenar oraciones impersonales, sin sujeto alguno al que atribuir esas felonías. Enseguida nuestro autor se apercibe del vacío. Para colmarlo se lanza a la búsqueda del móvil de tanto agravio y escribe que 'la dignidad de nuestros militares ha sido sometida a un pasteleo indecoroso para no disgustar a los progres de salón, a los pacifistas de pitiminí, a los columnistas de la izquierdona, a los grupos marginales que han disfrutado todos ellos de los mejores espacios de la televisión pública y del caño libre para sus manifestaciones, mientras se limitaban las de nuestras Fuerzas Armadas'.

Encontrado el maligno, todo resuelto. Enseguida, como aquel gobernador requerido por el ministro del Interior a propósito de un seísmo, la autoridad competente ha quedado informada de que ya están detenidos el epicentro y otros dos sospechosos. Es decir, que las anteriores vilezas y pasteleos indecorosos contra los Ejércitos se habrían cometido para complacer a toda esa enumeración que se había presentado inmediatamente antes con la etiqueta oportuna -de salón, de pitiminí, de la izquierdona, marginales- para su rápida descalificación y a la que se situaba en el disfrute de los mejores espacios de la televisión pública y del caño libre para sus manifestaciones. Aunque todavía a estas alturas el sujeto al que atribuir la trituración del Ejército sigue sin aparecer al menos el motivo inductor queda bien definido. Claro que, entonces, ¿en qué lugar quedarían el presidente Aznar, el ministro de Defensa y todos los demás que tienen firma en el Boletín Oficial del Estado, presentados por Anson como acomplejados del qué dirán los progres y demás indeseables?. Y ¿qué decir del sectarismo invertido que estaría perpetrando sin que nadie hubiera reaccionado el director general de la televisión pública, Javier González Ferrari, con la entrega de sus mejores espacios a quienes se emplean en semejante labor de zapa?

En cuanto al 'caño libre para sus manifestaciones', que según Anson disfrutarían los mencionados en la retahíla de la progresía, mientras todo son limitaciones a 'las de nuestras Fuerzas Armadas', conviene alguna aclaración. ¿Está sugiriendo Anson que los Ejércitos dejen de ser el gran mudo o se está quejando de que los mandos o las autoridades políticas dejen en el desamparo a quienes están limitados en el ejercicio de sus derechos? Ni siquiera cuando el colega desciende a tratar un caso con lugar, fecha y autor, la 'gloriosa bajada de pantalones' del desfile del día de las Fuerzas Armadas de mayo de 2000, en Barcelona, llega a escribir el nombre del ministro de Defensa responsable, Federico Trillo.

Vuelve otra vez a la construcción gramatical impersonal para decir que se suprimió la mili, cosa a medio plazo tal vez inevitable, pero que se hizo con precipitación, sin haber asegurado previamente los mecanismos para formar un Ejército profesional serio. Y se refocila Anson ante el fracaso de la operación que llevó a acudir a empresas privadas de seguridad para proteger instalaciones militares, a la recluta de oriundos iberoamericanos como mercenarios prontos para escapar y a otros muchos escarnios. Pero la fiesta de la Pascua Militar debe llevarnos al análisis de la política militar de Aznar más allá de los elementos de improvisación y frivolidad que algunos destacan. Continuará.

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