Bipolarismo
Apelando a la secular tradición del foralismo vasco, reflejada en la máxima 'se acata pero no se cumple', el lehendakari Juan José Ibarretxe acaba de romper la baraja negándose a pagar parte del Cupo que Madrid le factura tras imponerle una prórroga unilateral del vigente Concierto Económico. Inmediatamente, los españolistas se han rasgado las vestiduras, acusando al separatismo vasco de volver por sus fueros a las andadas. Y denuncian al lehendakari por provocar la ruptura haciendo imposible el pacto con sus exigencias tácticas de soberanismo europeo, sólo esgrimidas al servicio de su estrategia de la tensión. Pero no sé de qué se extrañan los españolistas, pues era lógico esperar tan provocativa insumisión, dada la actual deriva de los acontecimientos. Es más, deberían agradecer que los nacionalistas vascos se quiten la careta, renunciando a su habitual ambigüedad. Esto hace pensar que la protesta de los españolistas es hipócrita, pues en el fondo están encantados de que Juan José Ibarretxe rompa el juego alimentando la misma estrategia de la tensión a la que también juegan ellos.
Ante tan aparatoso como truculento escenario rupturista, conviene relativizar su dramatismo, reduciéndolo a sus más prosaicos y justos términos. En realidad, no se trata más que de un conflicto de intereses cuyo objeto de discordia parece irrelevante, pues tanto para Madrid como para Vitoria lo que cuenta no es la calderilla del huevo, sino la honrilla del fuero. Pero tampoco hay que alarmarse por ello, pues lo mismo sucede en casi todos los contenciosos, y lo más civilizado es recurrir a los tribunales, dejando que sea la autoridad jurisdiccional española y europea la que resuelva el litigio en su día. Lo cual supondría un paso adelante, pues significa sacar el conflicto vasco del violento ámbito del Derecho penal para devolverlo a la pacífica esfera del Derecho civil, de la que nunca debió salir.
Por lo que hace a la tensión política que se ha creado, con su clima de confrontación y enfrentamiento, tampoco hay por qué asustarse, pues sin duda tiene su lado bueno. Por primera vez en mucho tiempo, quien dicta la agenda y lleva la iniciativa del conflicto vasco es el Gobierno del Partido Nacionalista Vasco (PNV), y no ETA ni Batasuna (por más que ésta haya logrado ganar algún punto sacando a aquél de su atolladero, como luego comentaré). Y además, la iniciativa del lehendakari, por muy soberanista que parezca (lo que resulta legítimo, aunque también disfuncional), es una iniciativa política, y no una coacción armada ni una oferta de tregua chantajista como hasta ahora sucedía. Por eso su iniciativa es también pedagógica, pues así los nacionalistas aprenderán que la soberanía se defiende más y mejor por medios políticos que violentos. Hoy, el Cid Campeador de los abertzales ya no es la criminal ETA, sino el pacífico lehendakari.
Pero esta estrategia de la tensión política que alimentan los campeones de ambos bandos, José María Aznar y Juan José Ibarretxe, por muy pedagógica que resulte, también tiene sus efectos perversos. Me refiero a la bipolarización del escenario vasco, que no es mala en sí misma, pero que genera el daño colateral de reducir su grado de pluralismo político. Hace quince días aludí a la estrategia de vaciamiento que está esgrimiendo el Partido Nacionalista Vasco para fagocitar al electorado que vota a Batasuna. Pues bien, lo mismo hace Jaime Mayor Oreja en el otro bando, tratando de seducir al electorado socialista. Y si ambos vaciamientos antagónicos tuvieran éxito, el pluralismo de la sociedad vasca quedaría reducido a un artificial bipolarismo entre peneuvistas y españolistas, que no refleja en absoluto la complejidad de Euskadi.
De ahí que tanto Batasuna como el socialismo vasco se hayan visto obligados a reaccionar, tratando de evitar su vaciamiento electoral. Batasuna ha tomado la iniciativa política de desatascar el Parlamento vasco, esperando recuperar así algún margen político. Y el Partido Socialista de Euskadi ha iniciado una catarsis que ha de redefinir su identidad, tratando de romper ese bipolarismo que amenaza con vaciarle por dentro.
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