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Columna
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Feliz euro nuevo

Esta semana se nos ha ido el 2001 y aparece apabullando el 2002. Ambos son años que, por unas u otras razones, no se olvidarán fácilmente. El que nos ha dejado pasará a la historia por los aberrantes atentados terroristas y sus devastadores daños colaterales, expresión eufemística, nunca bien ponderada en su habitual contexto.

Empezamos un año con una agonizante Argentina, víctima de un llamativo caos en la gestión de la cosa pública, de dimensiones espectaculares, en la que la evasión de capitales y la sustracción fiscal acreditan la necesidad de urgentes reformas estructurales, capaces de evitar la exportación de dinero y de propiciar una solidaridad fiscal salvando apresuramientos inspirados en una necesidad recaudatoria, nunca bien recibidos por el colectivo de los llamados a contribuir.

El uso de la moneda única no tendrá consecuencias en lo que respecta a nuestra aportación al fisco

Nosotros, al contrario, hemos cerrado un ejercicio en el que la ordenada gestión de la función pública, tanto en la vertiente del ingreso como del gasto, nos pone en situación razonable para afrontar una época de cierta incertidumbre, que se caracterizará por un crecimiento contenido en nuestro entorno. Así sea.

Por lo que se refiere a este año 2002, no cabe duda de que la estrella es el euro. Desde ya, cualesquiera declaraciones tributarias, incluso las que derivan del ejercicio 2001, se confeccionarán en euros. Esto, en un primer momento, requerirá probablemente del uso de calculadoras y del hábito a los decimales, pero, por lo demás, en nada debe cambiar la materialización de la obligación de contribuir, esto es, el pago de la deuda tributaria. Por tanto, a salvo de las exigencias de índole contable que conlleva la conversión de la moneda, podemos estar tranquilos, toda vez que el uso del euro no tendrá consecuencias en lo que respecta a nuestra aportación al fisco.

Así las cosas, estamos seguros de que el tránsito a la nueva moneda será mucho más sencillo de lo que aparenta, resultando a la postre que la algoritmia que exige la conversión se realizará de forma mecánica hasta que la peseta, definitivamente, pase a ocupar su hueco en nuestra memoria.

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