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Columna
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Mártires del metal

Una toma de corriente basta para que cualquier rincón, chamizo, garaje, almacén o sotanillo se convierta en santuario para los ritos de la percusión ancestral y del metal eléctrico y contemporáneo, el ruido ritual que jóvenes aprendices de músico necesitan para hacerse oír entre el estruendo de un mundo que les silencia o les ignora.

En la ciudad y en el campo, en los arrabales y en los suburbios, bajo cualquier techado, miles de jóvenes rockeros ensayan para una representación que a veces nunca se produce. Con instrumentos prestados o de segunda mano, o tal vez con guitarras nuevas y relucientes adquiridas a plazos o rebañando esquirlas de un sueldo escaso, o de una magra asignación familiar, estudiantes o trabajadores, con los dedos ateridos o sudorosos, se someten a la única disciplina que están dispuestos a aceptar dentro de un orden, el orden de los acordes, la disciplina del compás.

Los cinco músicos de Santuario que cayeron la semana pasada en el solapado abrazo de la muerte dulce mientras ensayaban en una nave de Leganés cultivaban un género al que los críticos y pinchadiscos, siempre adictos a las nuevas tendencias, vienen dando por muerto desde hace dos décadas, sin que sus numerosos y fieles adeptos se hayan querido enterar hasta ahora. Desplazado de las listas de éxitos y de los titulares de las revistas especializadas, el heavy tiene la piel dura y llena de cicatrices como las chupas de cuero de sus adeptos, y su culto se expande como el de una secta que aún es capaz de atraer, invocando el nombre de los padres, de los viejos rockeros inmortales, a nuevas generaciones de catecúmenos.

El santuario de Santuario donde se consumó el holocausto era una apartada y desolada nave destinada en principio a usos industriales, de una industria, en declive o en quiebra, que arrastra en su caída miles de puestos de trabajo. Los cinco mártires de Santuario, hijos de la sociedad del desempleo o el trabajo temporal, redimían sus rutinas con la ruidosa y profana plegaria de sus cantos tribales.

Enmascarados bajo terribles nombres de guerra (Panzer, Obús, Mazo, Leño, Barón Rojo, por citar algunos referentes nacionales) los jevis son herederos, a veces a su pesar, de los pacíficos y bucólicos hippies de los sesenta, hippies rebotados, sometidos a una civilización urbana, que le obligó a electrificar y acelerar sus mensajes no tanto para hacerse oír como para poder seguir oyéndose, comunicándose, entre ellos.

Bajo su agresiva parafernalia de cueros y metales, su estridente vestimenta y su fiera apariencia de chicos malos, los jevis son buena gente y conservan su buena-mala fama entre sus colegas de oficio y entre los seguidores de otras tendencias rivales, musicalmente irreconciliables. No la podrían negar aunque quisieran. En la rutina cotidiana de los locales de ensayo, naves compartimentadas en cubículos de alquiler, presuntamente insonorizados, los jevis suelen pasar por buenos compañeros, solidarios y dispuestos a echar una mano. En los conciertos, sobre la descarga instrumental, las voces más duras a veces declaman a voz en grito mensajes de paz y de buena voluntad, denuncian, reclaman y protestan. No pueden ocultarlo, aunque algunos de los suyos, para épater le bourgeois y escandalizar a sus mayores, invoquen a Satán y a Lucifer, se trata de un satanismo de salón puramente escenográfico, de un malditismo buscado y tal vez influido por un inexpresado y subconsciente deseo de trascendencia.

Santuario: templo en el que se venera la imagen o reliquia de cierto santo que se aplica particularmente a los que están fuera de las poblaciones, lugar íntimo o reservado, territorio donde una organización política o guerrillera goza de impunidad y refugio. Los diccionarios resumen lo que los músicos de Carabanchel buscaban en la nave de Leganés cuando encontraron la muerte dulce del monóxido de carbono.

Nada más producirse el suceso, la asociación de músicos de Leganés, Amigos del Ruido, acusaba al Ayuntamiento de discriminación y dejadez y denunciaba las precarias condiciones en las que ensayan los grupos de la localidad con pocos recursos económicos. Horas más tarde el alcalde anunciaba un mayor control de los locales de ensayo y la posible construcción de ocho de ellos en el recinto ferial de Leganés. Un pequeño milagro en la cuenta de los cinco mártires del santuario.

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