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Columna
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Cataluña

'Madrid acojona'. En estos prosaicos términos me expresaba recientemente un empresario catalán la preocupación que tienen en Barcelona por la competitividad creciente de la capital frente a la Ciudad Condal. Contaba también cómo ha calado allí la convicción de que están perdiendo empuje y capacidad de atracción y hasta qué punto eso perjudica el prestigio y las expectativas electorales de Convergencia y Unió. La conversación vino a cuento de la polémica suscitada hace semanas en Cataluña, desde donde se acusó a Madrid de disfrutar de una posición privilegiada en las inversiones del Estado. Una controversia diseñada y aireada por encargo de los políticos nacionalistas que acuden sistemáticamente a la estrategia del victimismo. Es el caso del conseller Artur Mas, que no dudó en esgrimir las inversiones estatales como factor de desequilibrio con Cataluña.

El nacionalismo catalán no tiene pudor alguno en manifestarse en tales términos olvidando el alto precio que los contribuyentes de toda España pagaron durante tanto tiempo por los apoyos de Convergencia a los Gobiernos de la nación. Un privilegio real que les permitió, sin ir más lejos, tapar aquel agujero negro que produjo su sanidad pública de pata negra mientras los madrileños atestábamos las urgencias hospitalarias o esperábamos una cola de año y medio para pasar por un quirófano.

De todos es sabido hasta qué punto han aprovechado los nacionalistas su ventajosa situación política para ordeñar las arcas del Estado y cómo presumen de ello ante sus electores cuando les conviene. Sin embargo, son muchos los catalanes que no están contentos con la forma en que la Generalitat ha gestionado esa bonificación. Empieza a cansarles el desmesurado ensalzamiento de las señas de identidad por encima de cualquier otro interés. En esa precisa línea fundamentó su crítica el consejero de Presidencia de la Comunidad de Madrid, Manuel Cobo, cuando achacaba públicamente la pérdida de peso de la capital catalana al nacionalismo. 'El nacionalismo es caro', decía Cobo, 'y se tiene que pagar'.

Recientemente, el presidente Ruiz-Gallardón recordaba que nada más llegar al poder pidió al Gobierno central que invirtiese en carreteras y cómo en la actualidad se estaban construyendo la M-45, la M-50 y las radiales sin una sola peseta del Estado. Lo mismo sucede con la extensión del metropolitano dentro y fuera de la capital. Esfuerzo realmente ciclópeo que impele un cambio copernicano en la movilidad de los ciudadanos y cuya magnitud no es comparable con ningún otro proyecto del Gobierno catalán exceptuando la gran operación olímpica de Barcelona, en la que invertimos dinero todos los españoles.

Otro plan de envergadura emprendido en Madrid con recursos propios es el complejo del Campo de las Naciones. Una iniciativa en la que unieron sus fuerzas el Ayuntamiento, la Comunidad, el empresariado madrileño y las instituciones privadas para potenciar la capacidad de Madrid como ciudad de negocios. Los resultados en el ámbito ferial son sencillamente espectaculares. Todas las previsiones de crecimiento han sido superadas y los nuevos recintos tuvieron que ser generosamente ampliados para atender la demanda. El de las ferias y los congresos es un campo en el que se pone objetivamente a prueba el dinamismo y la modernidad de una ciudad. La realidad es que actualmente muchas empresas se lo piensan dos veces antes de instalar su sede central en Cataluña. En lo profesional, la nuestra es una región mucho más abierta y, para los ejecutivos que han de trasladarse con su familia, es también mas fácil la vida en un lugar como Madrid donde a nadie se le considera extraño ni se le ponen trabas idiomáticas. A veces es muy pesada la digestión de actitudes obsesivas como el empeño de la Generalitat por traducir la película Harry Potter al catalán. Tanta exigencia, tanto elemento diferencial y tanta endogamia resultan agobiantes y empalagan ya hasta a los propios ciudadanos de Cataluña. La estrategia del nacionalismo es, sin embargo, cerrar los ojos a esa realidad y escudarse culpando a Madrid de sus males como si la capital no tuviera derecho a desarrollar todas sus capacidades o los madrileños fuéramos hijos de un dios menor. Cada uno es muy dueño de utilizar la táctica que quiera, pero mucho me temo que esta vez no cuela.

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