_
_
_
_
Crónica:A PIE DE PÁGINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La destrucción o la risa

Una de las razones por las que el poeta Gumilev fue asesinado por los esbirros de Lenin es que durante la dura prueba, en las oscuras oficinas del fiscal, en la cámara de tortura, en los tortuosos corredores que conducían al furgón policial, en el furgón que le llevó al lugar de ejecución, y ya en ese lugar mismo, con la tierra revuelta por los pies pesados de un pelotón sombrío y desmañado, el poeta no paró de reír.

La risa es el fracaso de la represión. Si la de Gumilev fue, como dicen, la última risa de Rusia -país sin demasiado humor, campo abonado para el comunismo-, la de Gógol debió ser la penúltima risa. De ella se ocupa Christian Salmon en uno de los capítulos de Tumba de la ficción, un magistral libro en favor de la libertad literaria, un ensayo que habla de cómo la ficción ha representado desde siempre una amenaza para los comisarios de la seriedad y el orden. He dicho la ficción y por tanto no me refiero a esa narrativa hoy en boga que subordina la imaginación narrativa a una realidad documentable. La ficción es ficción, decía Nabokov. El arte es invención. Cuando oigo decir a un crítico que una novela mezcla realidad con ficción, me digo que el crítico es tonto o lo es el autor.

Las ficciones-ficciones, cuando se hallan en manos de voces singulares, han resultado más peligrosas que la realidad

Las ficciones-ficciones, cuando se hallan en manos de voces singulares y subversivas en ideas y pensamiento, han resultado más peligrosas que la realidad y han estado siempre reñidas con la seriedad, que es el último refugio de los mediocres. La risa dinamita los principios morales de los serios y criminales comisarios. En el capítulo que dedica Salmon a Gógol se habla de una risa profunda que viene de lejos, de lo más remoto de la historia europea: una risa que conoció tiempos mejores -las diferentes épocas o los diferentes días de Quevedo, Rabelais, Sterne, Cervantes y Shakespeare-, una risa que parecía imposible que regresara a Europa y sin embargo lo hizo nada menos que de la mano de Gógol, cuya personalidad no podía parecer más contraria en todo a la risa. El propio Gógol quedó sorprendido de la peligrosidad de sus ficciones y de su risa. Los comisarios de la seriedad y el orden se encargaron del resto y acabaron logrando que la risa de Gógol se congelara en una mueca mortal, en 'la tumba de la risa', dice Salmon. Ahora intentan los comisarios, los emisarios de la nada, hacer lo mismo con la tímida risa de algunos heroicos escritores de hoy y pretenden que, bajo la coartada del 11 de septiembre y la maldita guerra, vivan en una atmósfera de tumba de la risa. Son, como mínimo, unos pesados. Me recuerdan a Wilde, que decía que la pesadez es la mayoría de edad de la seriedad.

La risa de Kafka recordaba el tenue crujido del papel, no podía ser una risa más literaria. Kafka, que sucumbió al final, detectó muy pronto a los enemigos de la risa: 'La gran época del gracioso, sin duda, se ha acabado y ya no volverá. Todo tiende a otros fines, inútil negarlo'.

Aunque medio secuestrada por la pesadez del 11 de septiembre y por las hazañas bélicas de los ilustres clérigos y guerreros, la conjura internacional contra la tumba de la risa sigue en pie. En minoría, en las catacumbas -como ha estado siempre la literatura de riesgo-, pero continúa ahí. Porque la ficción no muere, sigue revolucionando tabúes y avanza día a día reivindicando la independencia de la literatura, avanza aunque vaya con la hilaridad rota. La risa es más importante y profunda de lo que se suele creer, decía en su defensa Gógol ante el revuelo suscitado por su obra El inspector, donde para gran alarma de los burócratas de la seriedad, la gente se reía mucho. Para Gógol esa risa profunda no era la que produce una irritación momentánea, tampoco esa risa ligera que sirve para la distracción ociosa, él hablaba de una risa de fondo, una risa demasiado humana y que es el 'fruto exclusivo de lo más profundo de nuestra naturaleza', una risa de fondo que nos aleja de nuestro pasado simiesco y militar, simiesco y clerical.

Gógol se refería a la risa que le había conectado con Cervantes, con Shakespeare, con Sterne. Una risa viva y peligrosa, la risa de las grandes ficciones que han hecho avanzar al pensamiento, la risa que delata a los solemnes y a los idiotas, esa risa que hoy las banderas han dejado bajo mínimos, aunque yo espero que nadie nunca pueda llevarse a la tumba a Yorick, el sabio bufón shakesperiano que atraviesa las máscaras de la estupidez, aunque yo espero que nadie nunca pueda llevarse a la tumba de la risa esta máxima francesa citada por Sterne en Tristram Shandy: 'La seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente'.

Me pregunto quién se ríe en tiempos de guerra en los que, como anticipó Kafka, todo tiende a otros fines y es inútil negarlo. Me pregunto quién puede reírse viendo los cortos vuelos mentales, los vuelos rasantes a lo Bob Hope de los aviones que bombardean ciegamente pedruscos, población civil y desierto. No había risa en el pelotón sombrío leninista, no la hay en el universo de los censores religiosos o bélicos de ahora que no pueden tolerar la risa profunda, la risa infinitamente seria de las ficciones radicales.

Me pregunto hasta cuándo podrá resistir la literatura difícil de la risa fácil en una época en la que 'nos falta suelo, aire y ley', tal como decía Kafka en su indomable lenguaje de ficción, riendo y recordando con su risa al tenue crujido del papel. Necesidad de que la risa combata al malhumor de quienes se empeñan, víctimas de los defectos de sus mentes, en comunicarnos, a través de sus fuentes mediáticas, el malhumor infame que ellos mismos se han provocado y que podrían guardarse para sus himnos. Necesidad de continuar en la ficción peligrosa. La destrucción o la risa. Pensar que la risa es tal vez la más alta forma de la cortesía y de la civilización, pensar que la risa nos separa de nuestro pasado simiesco, para algunos un pasado muy próximo. Huir del velatorio fascista en que han convertido el mundo. Y en fin, a propósito del pasado simiesco -terminemos al menos sonriendo-, decir que recuerdo ahora a dos viejas damas que tomaban el té a mi lado. Una de ellas, horrorizada, acababa de enterarse de la teoría de Darwin y se la contó a la otra, que le dijo: 'Entonces, ¿descendemos del mono? Mi querida amiga, espero que no sea verdad, pero si es verdad espero que no se sepa'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_