Alemania hace las paces con Marlene Dietrich
En el centenario de su nacimiento, su país de origen se rinde ante la actriz y cantante.
Suplementos en los periódicos, especiales en televisión y radio, noches de gala, exposiciones y ofrendas florales del presidente de la República, Johannes Rau: cien años después de su nacimiento, el 27 de diciembre de 1901, en Berlín, Alemania rindió ayer homenaje a Marlene Dietrich, diosa del celuloide y encarnación de la femme fatale del siglo XX. La actriz y cantante, fallecida en París en 1992, despertó durante décadas un odio casi visceral entre muchos alemanes que le reprochaban sus espectáculos para soldados estadounidenses durante la II Guerra Mundial. La Administración de Berlín ha pedido oficialmente 'perdón' por la hostilidad, mientras que el presidente Rau destacó los méritos de la actriz en la lucha por la 'democracia y libertad en Alemania'. Más allá de esta polémica, perdura la imagen de una belleza impoluta creada a pulso de férrea autodisciplina y genio cinematográfico.
Hija de un alférez de la policía, Marie Magdalene Dietrich nació en una acomodada familia berlinesa. Hasta el final de sus días, la actriz coquetearía con su educación prusiana: disciplina y sentido del deber, por encima de todo.
La imagen de fría y andrógina seductora fue una invención de Josef von Sternberg, el director de su primer gran éxito, El ángel azul (1930). Hasta encontrarse con el cineasta austriaco, Marlene Dietrich había sido una actriz y cantante de segunda fila, sin demasiada suerte en los muchos escenarios de la mítica Berlín de los años veinte. Bastante mofletuda todavía, en El ángel azul Marlene Dietrich interpreta a la cabaretera Lola Lola, quien saca de quicio al estrictísimo y cruel enseñante Rath con su mirada estremecedora, su voz de mezzosoprano y sus infinitas piernas. Fue el estrellato de la noche a la mañana: el mismo día del estreno del filme, Marlene Dietrich partía ya hacia Hollywood, donde los estudios Paramount buscaban un contrapunto a Greta Garbo.
Bajo la batuta de Sternberg, y con un férreo régimen de dietas, Dietrich, en apenas cinco años allí, modeló un icono del celuloide cuyo rasgo más característico fueron sus rasgos faciales cuidadosamente iluminados. Vestida de frac o pantalones, se rodeó de una aureola de erotismo a duras penas contenido. En total, la pareja produjo siete películas, entre ellas Marruecos (con Gary Cooper, 1930), La venus rubia (con Cary Grant, 1932) y El diablo es una mujer (con César Romero, 1935). 'Él era mi amo, mi entrenador, quien tiraba de mi cuerda', recordaría Marlene Dietrich a Joseph von Sternberg en los años setenta.
Casada desde 1923 con un cineasta alemán, Rudolf Sieber, del que nunca se divorciaría pese a que ni él le era fiel a ella, ni ella a él, y con una hija, María, quien años más tarde le certificaría haber sido una pésima madre, Marlene Dietrich, también en lo personal, fue una mujer fuera de lo común. Entre los que sucumbieron a sus encantos y, presumiblemente, compartieron lecho con ella, aparte de varias mujeres, estuvieron tanto los escritores Erich Maria Remarque (Sin novedad en el frente) y Ernest Hemingway, como los actores Jean Gabin y Douglas Fairbank Jr. También en este punto, sin embargo, ella cultivaba un mito de encantadora de serpientes. Más que 'ninfómana', la verdadera Marlene Dietrich fue 'ama de casa, madre y enfermera', según explicó alguna vez Billy Wilder, quien la dirigió en varias ocasiones.
Pese a la prohibición de las películas de Sternberg en Alemania, el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, movió cielo y tierra para intentar convencerla de que regresase a su país natal. Sin ser una persona política, ella, que en 1939 asumió la ciudadanía estadounidense, siempre se negó. Con un marcado sentido de lo justo y lo injusto, prefirió ayudar en la huida de la barbarie nazi a cineastas e intelectuales, y animar en plena guerra a las tropas aliadas con sus espectáculos.
Muchos alemanes no le perdonarían nunca estas actuaciones, que fueron bastante más allá del sacarse la foto por el que optaron algunos de sus colegas. Desprovista por completo de la logística del star system, y nunca muy lejos del frente, esta otra Marlene Dietrich se sometió al duro trajín de docenas de actuaciones ante soldados estadounidenses, con quienes incluso celebró en Berlín la victoria final sobre el Tercer Reich en 1945. Después, sólo volvería a su ciudad natal para filmar Berlín occidente con Billy Wilder, en 1947, y para una gira de conciertos, en 1960. Aunque muy ovacionada por el público, tuvo que soportar ser acusada de 'traidora' por la prensa conservadora. En Düsseldorf, hasta le escupieron por la calle.
Después de trabajar con directores como Alfred Hitchcock, Fritz Lang, René Clair o Raoul Walsh, Marlene Dietrich abandonó, a partir de 1953, cada vez más el cine para dedicarse a una segunda carrera de cantante. 'Aunque no tuviese nada más que su voz, podría romper corazones', dijo alguna vez de ella Ernest Hemingway. Su vasto repertorio incluía canciones de Kurt Weill, Cole Porter e Friedrich Hollaender. Con un vestuario extravagante y lujoso, la íntima amiga de Edith Piaf recorrió escenarios de todo el mundo, hasta aquella última actuación en Sydney, en 1975, que terminó con la fractura de una pierna.
Para entonces tenía 74 años y aún le faltaba rodar su última película (Gigolo, 1977-1978). Con el coste de un considerable sufrimiento personal (incluidas agujas esterilizadas en el cuero cabelludo para estirar la piel durante las actuaciones), había logrado mantener su imagen hasta avanzada edad. Nunca se la vio verdaderamente vieja: cuando las huellas del tiempo fueron ya demasiado evidentes, tras la muerte de su esposo y de muchos de sus amigos, decidió recluirse en su apartamento en París. Encerrada en su propio mito, desde allí siguió comunicándose con el mundo por cartas y por teléfono. Antes de sucumbir a un infarto, a los 91 años, alcanzó a escribir una especie de guión para su propio funeral. Cumpliendo sus deseos, fue enterrada en Berlín, al lado de su madre.
Una relación de amor y odio
Marlene Dietrich no sólo nació y se abrió camino en Berlín. Toda su forma de ser recordaba las maneras directas, irónicas e irreverentes que -en aquellos años más que ahora- configuraban la idiosincrasia de la capital alemana. 'Soy berlinesa, seguiré siéndolo y lo agradezco', subrayó Dietrich en uno de sus tres libros autobiográficos. Su apego, sin embargo, nunca fue correspondido por muchos de sus conciudadanos, quienes no le perdonaban ni su apoyo a Estados Unidos, ni su abierta celebración del erotismo y la lujuria. La reverencia con la que fue tratada en su visita de 1960 por el entonces alcalde socialdemócrata y posteriormente canciller alemán, Willy Brandt, fue una honrosa excepción. Todavía en 1997, aisladas protestas condujeron a que la administración local de un distrito de la ciudad se retractara de su intención de nombrar una calle secundaria con su nombre. El embarazoso incidente sólo pudo ser subsanado con una opción mejor: en la nueva Potsdamer Platz, donde año tras año se celebra el Festival de Cine de Berlín, hoy día existe una plaza Marlene Dietrich.
Babelia
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