Los talibanes y Bush
Mientras caen las bombas que matan al salvaje talibán inculto, a sus escuálidos hijos, a esas mujeres resecas que en nada se parecen a las rubias despampanantes que animan a la ruidosa tropa, esos malditos políticos despiadados, fríos, calculadores, asquerosamente astutos y perfectamente preparados para la más salvaje lucha por el poder, ya tienen en sus manos los precisos informes sobre costes y beneficios, sobre riesgos calculados y daños colaterales que, sin duda, permitirán obtener pingües beneficios a las empresas de sus amigos o parientes, compañeros de civilización con el sello inconfundible de hombre de bien con corbata de Armani; se trata, una vez más, de anular cualquier remota posibilidad de que algo o alguien amenace el escandaloso lujo de sus mansiones, sus campos de golf, sus vicios inconfesables, sus privilegios innumerables, la absoluta seguridad de sus cachorros altivos, el perfecto estado de sus coches de lujo, el último capricho de la aburrida esposa o la insaciable amante.
Cualquiera puede deducir que estos talibanes son gente salvaje, burda, ignorante y cruel. Pero, ¿por qué nos negamos tan obstinadamente a reconocer que Bush y todos esos desquiciados militares americanos son mucho peores y desde luego mucho más peligrosos?-
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