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Tribuna:LA ECONOMÍA DE LA INFORMACIÓN
Tribuna
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Tres ejemplares de economista

El autor asegura que los últimos premios Nobel son los padres de la economía de la información, pero recuerda a otros autores que abrieron ese camino

La reciente concesión del Premio Nobel de Economía a Akerlof, Spence y Stiglitz me proporciona un buen pretexto para comunicar el sabor de la economía de la información, discutir si los tres premios Nobel iniciaron una verdadera revolución, llamar la atención sobre el hecho de que sus ideas seminales constituyen un ejemplo de descubrimiento simultáneo y utilizar las biografías de los tres premiados para delinear un espacio en el que ubicar a cualquier economista.

Déjenme comenzar con un toque algo personal. A finales de los años setenta, los que somos de la misma generación de los tres recientes premios Nobel, y compartíamos con ellos el mismo ambiente intelectual de la época, nos debatíamos en la comprensión del funcionamiento de lo que llegó a ser la sabiduría convencional, es decir, el modelo de equilibrio general competitivo. En ese modelo, todos los agentes disponen de toda la información relevante y ésta está proporcionada por la simple observación de los precios. Pues bien, en cuanto reconocemos que es posible que no haya algún mercado para algún bien en alguna circunstancia futura, nos topamos con lo que se denomina estructura incompleta de mercados y hemos de reconocer que la observación de los precios puede no ser suficiente para revelar toda la información relevante y que esta última puede no estar disponible para todos en cualquier momento.

'Pocas veces el Premio Nobel ha sido tan revelador de la variedad de economistas'

Es de justicia mencionar que no todos los que a finales de los años sesenta abrieron el modelo de equilibrio general competitivo a esas dificultadas informacionales han recibido su Premio Nobel. Claro que Arrow lo recibió hace tiempo; pero autores como Radner o Hurwicz han tenido que sentirse postergados al ver premiados a quienes siguieron por el camino abierto por ellos. Pero este comentario nostálgico no debe entenderse en desdoro de los premiados, verdaderos padres de lo que hoy entendemos como economía de la información. Akerlof nos sorprendió en 1970 con su idea del 'mercado de cacharros' al hacernos ver la fragilidad del mercado ante asimetrías de información sobre las características de los bienes entre vendedor y comprador e iniciando así toda la literatura sobre selección adversa. Spence nos encandiló en 1974 con un libro de culto sobre signalling, es decir, sobre la manera de dar a conocer a los demás de forma creíble nuestras características inverificables como, por ejemplo, nuestra productividad. Stiglitz, desde 1972 no sólo complementó el signalling con el screening, es decir, la forma que tiene un comprador ignorante de sonsacar la información en principio no verificable, sino que además formalizó totalmente el problema de 'azar moral' (ya detectado por Arrow) al estudiar, junto con Rothschild, el mercado de seguros en el que, al no poder verificar el cuidado ejercido por el asegurado, una póliza desincentiva ese cuidado. Y además, a partir de ahí, desarrolla prácticamente en solitario todo el campo de la economía de la información.

De ahí que el siguiente resumen que él mismo ofrecía hace poco tiempo sea relevante: 'La ruptura con el pasado más importante en el campo de la Economía, una que abre vastas áreas de trabajo a realizar, se encuentra quizás en la economía de la información. Ahora se reconoce que la información es imperfecta... Este reconocimiento afecta profundamente la comprensión de la sabiduría heredada del pasado, como era el teorema fundamental del bienestar o la caracterización básica de una economía de mercado...'.

De acuerdo con lo dicho hasta aquí, me gustaría plantear dos cuestiones de historia del pensamiento o, si se quiere, de metodología. En primer lugar, y a la luz de este resumen, cabe preguntarse si hemos sido testigos en los últimos treinta años de una verdadera revolución kuhuniana en economía. La literalidad del resumen de Stiglitz parecería avalar una respuesta positiva; pero a mí me gustaría sugerir una respuesta más matizada. La denominada revolución de la economía de la información, ni rompe totalmente con el paradigma anterior ni constituye un paradigma alternativo completo. La interacción entre agentes en el mercado sigue siendo similar, aunque ahora consideramos situaciones especiales más realistas. En ese sentido, la economía de la información me parece más bien un ejemplo de ciencia normal que hace desenvolverse al paradigma prevalente. Por otro lado, y a pesar de esfuerzos meritorios del propio Stiglitz y de muchos generacionalmente anteriores y posteriores, no creo que podamos decir todavía que poseemos un paradigma alternativo de los mercados competitivos. A partir de la pretendida revolución, los economistas somos más útiles; pero no somos distintos. En segundo lugar cabría también preguntarse si la simultaneidad de los primeros trabajos de Akerlof, Spence y Stiglitz alrededor de los primeros setenta, nos confronta con uno de esos casos fascinantes de descubrimiento simultáneo. El más famoso en economía es el descubrimiento simultáneo del marginalismo, cien años antes del inicio de la economía de la información, por parte de Jevons, Merger y Walras. Con relación a este caso se ha argüido en el pasado que la explicación estaba en el aire a pesar de las dificultades de comunicación de la época. Con más razón me atrevo a sostener que el descubrimiento simultáneo de nuestros premios Nobel no es sorprendente, especialmente si se reconocen las aportaciones de Arrow, Radner o Hurwicz.

Para terminar, cabe suscitar un punto de antropología recreativa. Los tres autores podrían servir de base para desarrollar todo el espacio en el que podemos localizar a cualquier economista. Todo economista, en efecto, es una combinación particular de características personales bien ejemplificadas por nuestros tres laureados. Spence supo plasmar a tiempo una idea que estaba en el aire, se hizo un nombre, pasó pronto a la gestión de la ciencia en la Universidad, y de ahí, a la consultoría para poner en práctica esa ciencia en Silicon Valley. Akerlof sólo se desvía de su camino brevemente para servir en el consejo de asesores del presidente, y vuelve inmediatamente al claustro (monacal) de la Universidad para seguir cazando ideas y tratarlas con mimo. Stiglitz no sólo quiere entender, quiere también actuar, se come el mundo a bocados, hace de todo (genera ideas originales, hace consultoría, no rechaza la Administración pública y se involucra en el mundo, aunque no en el de los negocios), y todo lo que hace lo hace en compañía, charlando a gritos, contagiando entusiasmo y también, uno sospecha, confiando el trabajo duro a los coautores..., porque él ya está en otra cosa. Pocas veces el Premio Nobel habrá sido tan revelador de las características de los economistas y de sus variedades y, al mismo tiempo, habrá pasado tan desapercibido entre nosotros. Una pena, pues la figura del economista está desenfocada y se confunde con la del banquero, inspector fiscal, consultor o profesor. Sin embargo, ser un economista es, más bien, tener ideas iluminadoras y poco importa si asesoras empresas, las fundas o las gestionas, si estás recluido en tu despacho de la Universidad incubándolas o te pegas de tortas con cualquier obstáculo para poner en práctica las tuyas.La reciente concesión del Premio Nobel de Economía a Akerlof, Spence y Stiglitz me proporciona un buen pretexto para comunicar el sabor de la economía de la información, discutir si los tres premios Nobel iniciaron una verdadera revolución, llamar la atención sobre el hecho de que sus ideas seminales constituyen un ejemplo de descubrimiento simultáneo y utilizar las biografías de los tres premiados para delinear un espacio en el que ubicar a cualquier economista.

Déjenme comenzar con un toque algo personal. A finales de los años setenta, los que somos de la misma generación de los tres recientes premios Nobel, y compartíamos con ellos el mismo ambiente intelectual de la época, nos debatíamos en la comprensión del funcionamiento de lo que llegó a ser la sabiduría convencional, es decir, el modelo de equilibrio general competitivo. En ese modelo, todos los agentes disponen de toda la información relevante y ésta está proporcionada por la simple observación de los precios. Pues bien, en cuanto reconocemos que es posible que no haya algún mercado para algún bien en alguna circunstancia futura, nos topamos con lo que se denomina estructura incompleta de mercados y hemos de reconocer que la observación de los precios puede no ser suficiente para revelar toda la información relevante y que esta última puede no estar disponible para todos en cualquier momento.

Es de justicia mencionar que no todos los que a finales de los años sesenta abrieron el modelo de equilibrio general competitivo a esas dificultadas informacionales han recibido su Premio Nobel. Claro que Arrow lo recibió hace tiempo; pero autores como Radner o Hurwicz han tenido que sentirse postergados al ver premiados a quienes siguieron por el camino abierto por ellos. Pero este comentario nostálgico no debe entenderse en desdoro de los premiados, verdaderos padres de lo que hoy entendemos como economía de la información. Akerlof nos sorprendió en 1970 con su idea del 'mercado de cacharros' al hacernos ver la fragilidad del mercado ante asimetrías de información sobre las características de los bienes entre vendedor y comprador e iniciando así toda la literatura sobre selección adversa. Spence nos encandiló en 1974 con un libro de culto sobre signalling, es decir, sobre la manera de dar a conocer a los demás de forma creíble nuestras características inverificables como, por ejemplo, nuestra productividad. Stiglitz, desde 1972 no sólo complementó el signalling con el screening, es decir, la forma que tiene un comprador ignorante de sonsacar la información en principio no verificable, sino que además formalizó totalmente el problema de 'azar moral' (ya detectado por Arrow) al estudiar, junto con Rothschild, el mercado de seguros en el que, al no poder verificar el cuidado ejercido por el asegurado, una póliza desincentiva ese cuidado. Y además, a partir de ahí, desarrolla prácticamente en solitario todo el campo de la economía de la información.

De ahí que el siguiente resumen que él mismo ofrecía hace poco tiempo sea relevante: 'La ruptura con el pasado más importante en el campo de la Economía, una que abre vastas áreas de trabajo a realizar, se encuentra quizás en la economía de la información. Ahora se reconoce que la información es imperfecta... Este reconocimiento afecta profundamente la comprensión de la sabiduría heredada del pasado, como era el teorema fundamental del bienestar o la caracterización básica de una economía de mercado...'.

De acuerdo con lo dicho hasta aquí, me gustaría plantear dos cuestiones de historia del pensamiento o, si se quiere, de metodología. En primer lugar, y a la luz de este resumen, cabe preguntarse si hemos sido testigos en los últimos treinta años de una verdadera revolución kuhuniana en economía. La literalidad del resumen de Stiglitz parecería avalar una respuesta positiva; pero a mí me gustaría sugerir una respuesta más matizada. La denominada revolución de la economía de la información, ni rompe totalmente con el paradigma anterior ni constituye un paradigma alternativo completo. La interacción entre agentes en el mercado sigue siendo similar, aunque ahora consideramos situaciones especiales más realistas. En ese sentido, la economía de la información me parece más bien un ejemplo de ciencia normal que hace desenvolverse al paradigma prevalente. Por otro lado, y a pesar de esfuerzos meritorios del propio Stiglitz y de muchos generacionalmente anteriores y posteriores, no creo que podamos decir todavía que poseemos un paradigma alternativo de los mercados competitivos. A partir de la pretendida revolución, los economistas somos más útiles; pero no somos distintos. En segundo lugar cabría también preguntarse si la simultaneidad de los primeros trabajos de Akerlof, Spence y Stiglitz alrededor de los primeros setenta, nos confronta con uno de esos casos fascinantes de descubrimiento simultáneo. El más famoso en economía es el descubrimiento simultáneo del marginalismo, cien años antes del inicio de la economía de la información, por parte de Jevons, Merger y Walras. Con relación a este caso se ha argüido en el pasado que la explicación estaba en el aire a pesar de las dificultades de comunicación de la época. Con más razón me atrevo a sostener que el descubrimiento simultáneo de nuestros premios Nobel no es sorprendente, especialmente si se reconocen las aportaciones de Arrow, Radner o Hurwicz.

Para terminar, cabe suscitar un punto de antropología recreativa. Los tres autores podrían servir de base para desarrollar todo el espacio en el que podemos localizar a cualquier economista. Todo economista, en efecto, es una combinación particular de características personales bien ejemplificadas por nuestros tres laureados. Spence supo plasmar a tiempo una idea que estaba en el aire, se hizo un nombre, pasó pronto a la gestión de la ciencia en la Universidad, y de ahí, a la consultoría para poner en práctica esa ciencia en Silicon Valley. Akerlof sólo se desvía de su camino brevemente para servir en el consejo de asesores del presidente, y vuelve inmediatamente al claustro (monacal) de la Universidad para seguir cazando ideas y tratarlas con mimo. Stiglitz no sólo quiere entender, quiere también actuar, se come el mundo a bocados, hace de todo (genera ideas originales, hace consultoría, no rechaza la Administración pública y se involucra en el mundo, aunque no en el de los negocios), y todo lo que hace lo hace en compañía, charlando a gritos, contagiando entusiasmo y también, uno sospecha, confiando el trabajo duro a los coautores..., porque él ya está en otra cosa. Pocas veces el Premio Nobel habrá sido tan revelador de las características de los economistas y de sus variedades y, al mismo tiempo, habrá pasado tan desapercibido entre nosotros. Una pena, pues la figura del economista está desenfocada y se confunde con la del banquero, inspector fiscal, consultor o profesor. Sin embargo, ser un economista es, más bien, tener ideas iluminadoras y poco importa si asesoras empresas, las fundas o las gestionas, si estás recluido en tu despacho de la Universidad incubándolas o te pegas de tortas con cualquier obstáculo para poner en práctica las tuyas.

Juan Urrutia es catedrático de la Universidad Carlos III.

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