El fin del mito de la convertibilidad
Argentina lleva un siglo ensayando con éxitos efímeros cambios monetarios fijos
La historia económica de Argentina ha sido, desde sus inicios como nación, la de la imposibilidad crónica de crear un sistema monetario estable. Desde su ruptura con la corona española en 1810 y hasta fines del siglo XIX, sufrió una inflación monetaria casi permanente. Una característica, por otra parte, compartida por otras ex colonias americanas y economías periféricas.
Hacia 1867, se puso en marcha la primer experiencia de convertibilidad. La Oficina de Cambios (Currency Board) fue un fracaso. En 1890 se ensaya la segunda, denominada Caja de Conversión, que culminó pronto en otro fiasco. Habría que esperar a la estabilización política de 1899 para que la segunda Caja de Conversión inaugurara la única fase brillante de desarrollo económico argentino, y que se extendió hasta 1914.
Una salvaje apertura comercial y financiera, junto a un discutible proceso de privatizaciones, configuraron el modelo económico de Cavallo
A pesar de su independencia formal y jurídica, Argentina, como otros países coloniales que giraban en la órbita del Imperio Británico, adoptó la 'currency board'. Desde la década de 1880, Londres comenzó a establecer este sistema en sus colonias. Su mecanismo era una derivación del patrón oro de la época. En lugar de respaldar la emisión del papel moneda colonia en el metal, el Banco de Inglaterra proveía libras en cantidades ilimitadas y a tasa fija. Las reservas de los 'board' (los activos) debían ser iguales a la masa circulante (los pasivos). En el caso argentino, la Caja de Conversión se fijó sobre una relación fija entre el peso y el oro. Así se puso fin durante casi dos décadas a los desastres monetarios y se abrió un periodo de expansión irrepetible.
Un siglo después, el ahora denostado ex ministro de Economía, Domingo Cavallo, creyó en la repetición de la historia. En febrero de 1991, en medio del segundo conato hiperinflacionario en dos años, decretó la libre convertibilidad del peso por el dólar y la paridad entre ambas monedas.
El espejismo pareció funcionar bien durante casi un lustro. Del aparente objetivo primario de 'pulverizar la inflación', en palabras del ex presidente Menem, la convertibilidad se convirtió en el eje del modelo neoliberal aconsejado por el Consenso de Washington. A caballo de la expansión crediticia más grande de la posguerra, Cavallo se benefició de un enorme flujo de capitales hacia naciones de tipo de cambio fijo
Así, Argentina pasó de una economía falsamente de corte dirigista a ser el modelo del FMI en el mundo. Una salvaje apertura comercial y financiera externa, junto con un vertiginoso e irregular proceso de privatizaciones configuraron el modelo que convirtió a Cavallo en un héroe moderno y que permitió a Menem perpetuarse en el poder 10 años y medio.
Hasta 1995 el sistema funcionó. El gasto del Estado disminuyó por la venta de empresas, mientras el flujo de capital externo y el ingreso por las privatizaciones generaban superávit de las cuentas fiscales. La seguridad del tipo de cambio fijo (convertibilidad) y la apertura ilimitada del país atraía cada año a nuevos inversores. Mientras tanto, el peso permanecía sobrevaluado, sin relación entre la productividad argentina y la de EE UU (a cuya moneda estaba atado el peso), y la apertura sin restricciones de la economía destruía año tras año a las pequeñas, medianas y grandes industrias del país.
Las compras extranjeras directas de empresas locales eran noticia cotidiana, al igual el aumento del endeudamiento externo y del paro. Así, de una tasa de paro del 5,4% en 1989-1990, se pasó a casi el 14% en 1995. La deuda externa pública trepó de los 60.000 millones legados por el desastroso Gobierno de Alfonsín en 1989, a 100.000 millones. Esto sin contar el endeudamiento privado, estimado entonces en 25.000 millones de dólares. Mientras los economistas del elenco neomonetarista prometían el paraíso en poco tiempo, otros, más prudentes no cesaban de predicar en el desierto los peligros del desequilibrio de la balanza de pagos. Cavallo respondía con temeraria seguridad que el déficit corriente era positivo, pues suponía un ingreso de capitales aplicado a inversión que sería pagado con facilidad con un crecimiento de las exportaciones merced a la modernización que esos capitales estaban generando.
Pero la devaluación mexicana de diciembre de 1994 rompió el hechizo. Argentina fue atacada por la especulación que temía perder como en México. Los depósitos bancarios cayeron un 18% en tres meses. El paro trepó por encima del 18%, el PIB cayó en 1995 un 5%, la cadena de pagos prácticamente se quebró. La casi completa extranjerización de la banca y las ayudas del FMI permitieron evitar la catástrofe. Pero las sucesivas crisis internacionales de 1997 (Asia), 1998 (Rusia) y 1999 (Brasil), fueron debilitando el ingenio de tipo de cambio fijo basado un endeudamiento externo. En octubre de 1998, Argentina entró en recesión. Desde entonces, la crisis se transformó en depresión. Todos los ajustes por salvar el modelo no hicieron, desde entonces, más que profundizar esa depresión hasta el paroxismo de los últimos meses. El resto es historia conocida y presente trágico. Pero, en verdad, el precio de la convertibilidad aún no se ha comenzado a pagar. Es la fase que acaba de comenzar.
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