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Solo, pero con más amigos

Washington descubre la importancia de tener aliados

Andrés Ortega

¿Ha cambiado la política exterior de EE UU tras el 11-S? Sí y no. La política exterior de EE UU se alimenta mucho de la interior. Y tras el atentado no sólo ha tratado de responder en defensa propia. También la Administración de Bush se percató pronto de que el ataque no estaba sólo dirigido contra EE UU, sino que era un intento de hacerse con el poder en parte del mundo islámico, y en particular en Arabia Saudí, de donde proviene Bin Laden.

Tras el ataque terrorista, Estados Unidos apreció lo que significa tener aliados, amigos o Estados con los que compartir intereses. Necesitaba aliados en tres terrenos principales: para legitimar su posición con una resolución aprobada por unanimidad por el Consejo de Seguridad de la ONU en cuestión de horas; en logística, buscando apoyos en Pakistán, Rusia y algunas repúblicas ex soviéticas, para su acción militar; y en la colaboración de los servicios de inteligencia, pues el 11-S reflejó un enorme fallo de estos servicios.

Así se forjó la llamada coalición internacional que parece contra natura al estar en un mismo bando EE UU y sus aliados tradicionales, junto con Rusia, China, India. Sin duda, la situación ha cambiado. Mas, ¿tanto como para asegurar que hemos cambiado de mundo? Es pronto para saberlo. La lucha o cruzada contra el terrorismo global no puede servir de factor de movilización de un país y de un mundo, como lo hizo la guerra fría, pese a que la lucha contra esos enemigos difusos que son los terrorismos pueda durar. Pero quizás deja algunas influencias duraderas, como el acercamiento entre la Rusia de Putin y Estados Unidos.

En Rusia y las antiguas repúblicas soviéticas, EE UU ve una fuente alternativa, al menos en momentos difíciles, al petróleo árabe. También cambia su actitud hacia India, aunque no le gustó al coyunturalmente necesario Pakistán, y hacia Irán, un Estado que de gamberro y fuente de terrorismo podría pasar a ser considerado como serio por Washington.

Queda por ver si la Administración de Bush lleva a cabo sus planes para limpiar de bases terroristas países como Somalia, Yemen o Sudán. Y sobre todo qué va hacer con Irak, pues actualmente no hay una alternativa a Sadam Husein. Pero algo va a hacer. Finalmente, está el conflicto de Oriente Próximo. Antes del 11-S, Bush se desentendió, tras observar cómo su predecesor se había abrasado al meterse a fondo en ese avispero. Tras el 11-S tuvo que hacer un gesto para impulsar un proceso de pacificación, pero de nuevo ha dado un paso atrás.

La otra cara de la moneda es que EE UU ha hecho, ha querido librar, la guerra de Afganistán solo, con un pequeño apoyo británico y, naturalmente, el de las fuerzas combatientes locales para no arriesgar en exceso sus propios soldados. La OTAN, que por primera vez en su historia activó su artículo 5 considerando el ataque del 11-S como un ataque contra todos sus miembros, se ha quedado luego al margen. Como la UE, a la que se acudirá a la hora de la coordinación de la información y la estabilización y reconstrucción de Afganistán.

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La nueva andanada unilateralista por parte de EE UU ha llegado cuando prácticamente había ganado la guerra. Bush, que había alertado previamente a los aliados y no aliados, ha puesto en marcha todo lo que prometía desde la campaña: denuncia del Tratado ABM para lanzarse sin ataduras hacia un sistema de defensa antimisiles, junto con una razonable y marcada reducción en el armamento estratégico; oposición a todo control efectivo de la prohibición de armas biológicas; y medidas, por parte del Congreso, contra el futuro Tribunal Penal Internacional. Todo ello cuando EE UU se ha sentido vulnerable en casa, pero un gigante inigualable en términos militares en el mundo. Ningún otro país tiene su poderío militar ni capacidad de alcanzarlo. Sería deseable que no ocurriese, pero otro eventual atentado terrorista externo contra EE UU influirá, de nuevo, en su política exterior.

La visión puede cambiar. De momento, los planes de Bush, de Rumsfeld y de Cheney -que parecen imponerse en esta Administración frente al secretario de Estado Powell-, para asegurarse más aún la notable superioridad armamentista se han vuelto a poner en marcha. Esta guerra puede conformar la revisión en marcha de la estructura militar de EE UU, hacia más tecnología, más control del espacio y menos tropas. Y de paso, confirmar el regreso del déficit fiscal.

Es de temer que el impulso democrático, apoyado por EE UU en las últimas décadas sufra un retroceso, de la mano de las condiciones internas de los países, y porque EE UU prime la estabilidad sobre cualquier otro factor. A la vez, cobra nuevo vigor la idea de que EE UU tiene que comportarse como un imperio. Lo veremos en África, en la que, si se vuelve a abandonar como se abandonó Afganistán, se instalarán decenas de Bin Laden y crecerán diversas Al Qaeda.

Ése es el mayor reto: construir Estados efectivos y combatir la desigualdad global; es decir, hacer lo contrario de lo que decía Bush antes del 11 de septiembre.

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