Un punto de inflexión
El mismo día en que se ponían en circulación los euromonederos y, por tanto, la nueva moneda europea empezaba a llegar a manos de los ciudadanos de la Unión, se iniciaba en Laeken una cumbre europea que, aunque se cerró con un nuevo diálogo de mercaderes entre algunos de los jefes de gobierno, permite albergar esperanzas de futuro.
Continúan presentes, una cumbre tras otra, los mismos tics negativos de siempre. Los mismos que llevaron a los Estados europeos a tocar fondo en la cumbre de Niza celebrada ahora hace un año.
Entre estos tics o defectos cabe destacar al menos dos. El primero es el mercadeo y la incapacidad o reticencia para ceder el mínimo grado de poder político en aras de un proyecto común. En Laeken ello se puso de manifiesto en la aplazada elección de las sedes de las diversas agencias que la cumbre debía aprobar.
Un segundo defecto consiste en una cierta incapacidad para pensar a medio y largo plazo, lo que obliga a ir -a veces con demasiada prisa- por detrás de los acontecimientos. Así, en Laeken hemos visto como se aprobaba una euroorden que es hija directa de los ataques del 11 de septiembre, pero, en cambio, se eludía establecer prioridad euromediterránea alguna, en una clara evidencia de miopía política: no se consiguió el acuerdo sobre la fuerza de reacción rápida.
Pero más allá de estas sombras, la cumbre de Laeken ha aportado elementos positivos. Al menos, la apuesta por la elaboración de una Constitución europea común para todos sus ciudadanos y el establecimiento de una convención para llevar adelante este proyecto significa una inflexión esperanzadora para todos.
Con la Declaración de Laeken parece que se ha abierto definitivamente el debate sobre el futuro de la Unión Europea. Con la convención encargada y la conversión de lo que en Niza eran cuatro puntos (simplificación de los tratados, relación de los parlamentos nacionales con el Parlamento Europeo, inclusión de la carta de derechos fundamentales y delimitación de competencias entre la UE y los Estados miembros atendiendo el principio de subsidiaredad) en decenas y decenas de preguntas y cuestiones concretas por responder, se abreun debate importante y constructivo que se iniciará el próximo mes de marzo.
Sin duda, la elaboración de una Carta Magna de la Unión Europea, basada en el Tratado de la Unión y en la Carta de los Derechos Fundamentales, es lo más destacable de la declaración y el síntoma más evidente de la inflexión comentada. Pero hay otra inflexión igualmente destacable, como mínimo en lo que a una perspectiva catalana se refiere.
Esa segunda inflexión se produce en el texto cuando acepta un reconocimiento limitado, pero real, del nivel regional en el ámbito competencial y cuando habla en particular de las regiones constitucionales con capacidad legislativa. Es la primera vez que aparece este segundo concepto, del que Cataluña forma parte y es motor a la vez. La inclusión de las regiones en el reparto de competencias de la Unión Europea es, pues, uno de los temas que tratar.
Europa hace algunas inflexiones positivas. Y lo hace, paradójicamente, la misma semana que, en España, José María Aznar cerraba las puertas a la presencia de autonomías en el Consejo Europeo.
Pese a Aznar y pese a la persistencia de los Estados en no superar muchos de sus defectos, es importante destacar que en la cumbre de Laeken algunos asuntos básicos han ido bien.
Los que somos europeístas esperanzados queremos más de la Unión Europea. Pero valoramos mucho hasta dónde se ha llegado y hacia dónde queremos avanzar, como también valoramos la importancia que la referencia europea representa para sus ciudadanos y para el mundo.
Por ello, entre sus luces y sus sombras vale la pena señalar aquello positivo que nos dejan Laeken y la presidencia belga.
Ahora le tocará el turno a España. El balance, dentro de unos meses.
Pere Esteve es eurodiputado.
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