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Columna
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Azaña

En el Teatro Central, la tarde del sábado pasado, tarde completa, desde las 5.30 hasta las 10.00, fue un verdadero lujo. Primero hubo una mesa redonda sobre Azaña, moderada por Juan Carlos Marset, en la que participaron Santos Juliá, José María Ridao, Miguel Ángel Aguilar y José Luis Gómez; quien después tuvo una magnífica actuación, solo en escena durante una hora, 'poniendo a prueba la vigencia de la palabra activa en el teatro', con debates, mítines y bellísima prosa de Azaña.

La mesa redonda fue tan interesante que siento tener que resumirla. Dijeron que Azaña era uno de esos autores del pasado sobre el que proliferan diferentes lecturas que se utilizan para justificar actitudes políticas. Se le alabó como político por su visión nacional e internacional, por buscar con afán un vínculo común entre los españoles, y por haberse enfrentado tanto al nazismo como al estalinismo. Sobre su gran valor como intelectual comentaron sobre sus coincidencias con Américo Castro en temas como 'las mutilaciones de la idea de los españoles'; opinaron que es uno de los pocos autores del 98 que conserva en todas sus páginas la coherencia de su talante liberal en su sentido más profundo; y que aun siendo tan racional era capaz de hacer una síntesis entre razón y sentimiento.

A pesar de que estuvo tentado de irse varias veces, Azaña criticó a quienes salieron de España cuando nuestra guerra civil. Él se quedó, con gran desolación, porque rechazaba la rebelión militar; porque, siendo funcionario, tenía un gran sentido del Estado; y por respeto hacia quienes combatían por la república.

Azaña supo muy pronto que su gobierno iba a perder, pero considerando que su deber era resistir, recuperó su capacidad de acción e intentó, sin conseguirlo, convencer a Francia e Inglaterra para que intervinieran y frenaran la guerra que él consideraba como la primera batalla de la segunda guerra mundial. No pretendía ya defender a la república sino un armisticio, y, más tarde, convocar un plebiscito en el que los españoles pudieran elegir el régimen que quisieran. Cuando Francia e Inglaterra reconocieron a Franco, Azaña dimitió.

A las 8.30 terminó el debate y a las 9 comenzó el teatro. Y todo sin cansarnos.

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