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Reportaje:REPORTAJE

El secuestro de la esperanza en Israel

Eli Amir es un escritor de mucho éxito que vive detrás de una valla. Es ésta una fea construcción que limita la vista panorámica desde las alturas del barrio de Gilo hacia el este de Jerusalén. Pero Amir, al que muchos llaman el Mafuz israelí (por el escritor egipcio premio Nobel), agradece el muro construido por el ayuntamiento, porque sabe que impide que alguien algún día le pegue un tiro mientras lee en el salón de casa. Sobre todo por la noche, cuando, con la habitación iluminada, se le divisaría muy bien desde el otro lado del valle. Amir sabe que, en las laderas de enfrente, todas las noches alguien sueña con matarlo. No porque sea un escritor de éxito, sino simplemente por estar allí, en una zona conquistada por los israelíes en 1967, en la que jamás ha vuelto a vivir ninguno de sus habitantes árabes ni vuelto a poner pie los propietarios de las tierras.

Con el acoso a los palestinos en los territorios ocupados y el estrangulamiento económico, Sharon ha empujado a los jóvenes hacia la venganza, suicida o no
Solana: 'De momentos dramáticos, en ocasiones surgen también las soluciones. Es una situación en la que todos han de tomar decisiones estratégicas'
Java: 'Nosotros fuimos siempre aliados de los palestinos, no los países árabes, que nada hicieron por ellos. Sólo la izquierda israelí puede hacer la paz'
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Colonias: semillero del odio

Prohibido el paso

Tamer Kuzamer era un bebé de un pueblo cisjordano que se puso enfermo y cuya madre no consiguió convencer a los soldados israelíes de que los dejaran pasar hacia el hospital de Ramala. Las salidas de su aldea, como de casi todas en los territorios ocupados, están cerradas.

No es que los jóvenes soldados israelíes en el puesto militar en la carretera fueran monstruos ni que no tuvieran instrucciones, como asegura el Gobierno israelí, de dar paso a través de los controles a los palestinos en casos de urgencia humanitaria. En todo caso, no eran médicos y no percibieron la situación de alarma. No dejaron pasar a la familia y el niño murió mientras intentaba llegar a Ramala por caminos de cabras.

Cuatro miembros de los Abu Rashid, una conocida familia de Gaza, murieron el miércoles por las bombas de un helicóptero israelí. Estaban disparando un mortero contra un asentamiento judío vecino a un inmenso campo de refugiados. Los enterraron el jueves entre gritos de venganza de una multitud de palestinos. Horas más tarde, una decena de colonos israelíes resultaban muertos al ser ametrallado su autobús cerca del asentamiento de Emanuel, en Nablús. Volvían a caer las bombas israelíes en Ramala y en la ciudad de Gaza. Y en la calle de Ben Yehuda, de Jerusalén, aumentaba el número de las velas en recuerdo de los 11 jóvenes israelíes muertos el primer día de diciembre cuando un terrorista suicida hacía explosionar las bombas que llevaba bajo las ropas.

La fiesta judía de januká, con el encendido de velas durante ocho días, cobraba esta semana su más trágico simbolismo. 'Hágase la luz en estos momentos de tinieblas', rezaba el título del suplemento del diario israelí Ha'aretz.

Varias generaciones de adultos han vivido desde un principio oyendo hablar o sufriendo directamente el 'conflicto de Oriente Próximo'. Hubo guerras, y en ocasiones, como la Conferencia de Madrid o las 'Conversaciones' de Oslo, esperanza de paz. Ahora nadie sabe cómo puede mejorar la situación, pero todos son conscientes de lo que puede empeorar.

Muchos hablan de guerra abierta cuando la guerra ya está en marcha, pero no puede ser abierta entre uno de los ejércitos más poderosos del mundo y un pueblo que apenas cuenta con morteros de fabricación casera, unos Kaláshnikov y, eso sí, toda la desesperación, la rabia y el odio que generan el agravio y la humillación permanente.

El optimista vocacional e incorregible que es Javier Solana, alto representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, comentaba el miércoles que 'todos son conscientes de que estamos en una encrucijada. Pero de momentos dramáticos como éste en ocasiones surgen también las soluciones. En todo caso, es una situación en la que todos han de tomar decisiones estratégicas'. En una larguísima limusina escoltada, en ruta hacia el aeropuerto después de dos jornadas frenéticas de negociación y mediación entre el Gobierno israelí y la Autoridad Nacional Palestina, Solana insiste en que 'este conflicto no puede ganarlo nadie y la única solución es política', como si intuyera o supiera que aquí, en Jerusalén y en Ramala, hay gente que piensa lo contrario.

Gigante de la política

Teddy Kollek ha sido un gigante de la política israelí. Mano derecha del gran padre de la patria judía, Ben Gurión, y después alcalde de Jerusalén durante cinco lustros, este judío vienés llegó a Palestina a principios de los años treinta, cuando el Estado de Israel más que un proyecto era aún un sueño. Como tantos miles de jóvenes judíos de todo el mundo, Kollek era un pionero sionista volcado en la creación de una patria judía socialista a partir de los kibutzim. Hoy, Teddy, a los 90 años, aún rebosa energía y acude todos los días a su despacho en la Jerusalem Foundation, y se niega a compartir la verdad oficial de la nueva 'era Sharon' de que todos los males de Israel tienen su origen en Arafat y la violencia palestina. 'Por supuesto que quiero un Estado palestino viable'. Para ello considera imprescindible el desmantelamiento de los asentamientos.

Como si fueran tentáculos, los asentamientos han ido comiéndose la tierra en Cisjordania y Gaza y convertido las ciudades y aldeas palestinas en diminutos batustanes sin comunicación entre sí, incluso cuando no tienen las salidas cortadas por barricadas y tanques del Ejército israelí, como es el caso actualmente.

'Esos colonos, a los que pagamos todos con nuestros impuestos para que se multipliquen y generen odio, se los regalamos. Como a los ortodoxos que tienen 10 o 12 hijos, no hacen servicio militar y no trabajan por dedicarse de lleno a rezar, estudiar las escrituras y hacer niños que mantenemos los demás. ¿Dónde se ha visto cosa semejante?'. Quien así habla es Java, una superviviente de los campos de exterminio nazis, que durante muchos años trabajó en un kibbutz y ahora está desolada ante el desmoronamiento de la izquierda israelí. 'Nosotros fuimos siempre los aliados de los palestinos, no los países árabes, que jamás hicieron nada por ellos. Sólo la izquierda puede hacer la paz con los palestinos'.

El peligro de los ortodoxos

Son muchos los judíos laicos que ven una mayor amenaza al Estado y a la democracia israelí en los ortodoxos que en los palestinos. 'Dentro de 20 años, los judíos se estarán matando entre ellos', sentencia con mal disimulada satisfacción Walid, un conductor palestino. 'Con estos fanáticos cada vez más fuertes tendrán una guerra civil', añade mientras conduce por las calles del barrio Hivat Hamivtar, que parece un gueto judío centroeuropeo de principios de siglo, repleto de levitas negras y sombreros y mujeres con faldones largos, pelo recogido bajo gorros e invariablemente rodeadas por grupos de cuatro, cinco o seis niños que no aparentan llevarse más de un año entre ellos.

Según el catedrático de Historia Comparada de las Religiones, Guy Stroumsa, 'con los 10 hijos o más que tiene cada familia, los ortodoxos cada vez tienen más votos y más capacidad para influir'. Y afirma que este fenómeno y la inevitable asociación existente entre la identidad nacional y la identidad religiosa, que el sionismo quiso pero no pudo romper, paralizan muchas de las decisiones políticas y reformas que el Estado habría de acometer, también respecto a la paz con los palestinos.

Ésta está hoy más lejos quizás que nunca desde que el derechista Sharon llegó al cargo de primer ministro. Son muchos los que consideran que lo consiguió gracias a Arafat, que rechazó hace un año una propuesta del anterior jefe de Gobierno, el laborista Ehud Barak, como jamás tendrá ya otra. Ahora Sharon está más fuerte y goza de más popularidad que nunca. Los atentados suicidas y la negativa de Arafat a firmar el Acuerdo de Camp David han diezmado las filas de quienes creían en el acuerdo con el líder palestino. Con su ofensiva a muerte contra la Autoridad Nacional Palestina, el acoso constante a la población en los territorios ocupados y el estrangulamiento económico de los mismos, Sharon ha logrado multiplicar la desesperación y la disposición de los jóvenes palestinos a la venganza, suicida o no.

Cuantos más muertos, menos partidarios de la negociación con los palestinos y más entusiastas de una política de reocupación de los territorios en aras de la seguridad. Y menos israelíes inclinados a exigir cuentas al Gobierno de Sharon por el declive económico. Uno de cada cinco israelíes vive por debajo del umbral de pobreza. Los problemas sociales son acuciantes. 'La situación económica es muy grave, pero parece que la gente no se quiere dar cuenta del nexo entre miseria y guerra', dice Mireille Winter, una uruguaya que llegó a Israel hace 30 años 'intoxicada de sionismo', como dice ahora con la sonrisa de quien ha perdido por el camino muchas ilusiones. Su amiga Miriam Zagiel, argentina, directora del Festival de Artes Escénicas de Jerusalén, asiente: 'Sharon ha logrado convertir la Intifada en guerra y en ocho meses ha hecho que se desvanecieran todas las esperanzas. No hay trabajo, no hay seguridad, no hay inversiones extranjeras. El desempleo se ha disparado, pero gracias a la cuestión palestina, aquí no se habla ya de economía, de educación ni de sanidad. Sólo de terroristas, sólo de Arafat. Yo no soporto a Arafat, pero él no es mi problema, sino el de los palestinos. Yo vivo aquí'.

Los pulsos de Sharon

Existe una convicción generalizada hoy en Israel y es que Sharon ha ganado todos los pulsos que ha echado hasta ahora. En parte por suerte, en parte por errores de los adversarios, en parte porque sin escrúpulos se tiene mayor libertad de acción. Su viaje a Washington fue sintomático. Acudía después de que por primera vez un presidente norteamericano se manifestara partidario del establecimiento de un Estado palestino y lo hiciera en la sede de la ONU, organización que Sharon odia casi tanto como a la OLP. Antes Sharon ya se había ganado una seria reprimenda de Estados Unidos por comparar las presiones de Washington, encaminadas a que reanudara el diálogo con los palestinos, al Tratado de Múnich firmado por Francia y el Reino Unido con Hitler. Pero los terroristas palestinos le hicieron el gran regalo político de hacer estallar una bomba en Jerusalén mientras él estaba en Washington. Sharon, que iba a que le regañase Bush, acabó dando lecciones de antiterrorismo al presidente.

La paz se aleja cada vez más y Sharon gana. Hoy no sólo tiene secuestrado a Arafat en los territorios sin poderse mover y con la pista de aterrizaje de su aeropuerto, construida con fondos de la UE, convertida en un montón de escombros. Tiene secuestrados a todos los palestinos en sus aldeas y ciudades sin poder trabajar ni adquirir los artículos más imprescindibles para una vida digna. Y tiene también secuestrados a los israelíes, atenazados por el miedo y la angustia y cada día menos capaces de plantar cara a la estrategia de guerra de sus secuestrados. Es un caso especialmente trágico del síndrome de Estocolmo.

Tres judíos de una secta ortodoxa caminan por una calle de Jerusalén ante un cartel de Arafat en el que se lee en hebreo "asesino".
Tres judíos de una secta ortodoxa caminan por una calle de Jerusalén ante un cartel de Arafat en el que se lee en hebreo "asesino".AP

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