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AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA
Columna
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La pasividad europea ante la crisis

Joaquín Estefanía

LOS PRONÓSTICOS sobre la coyuntura no son buenos. La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) asegura que la economía del conjunto de los 30 países que la componen no aumenta, y el Banco Central Europeo (BCE) estima un crecimiento muy débil de la economía de la eurozona para el año entrante (entre el 0,7% y el 1,7%). Conforme avanzan los días, y a pesar de los signos contradictorios que se emiten, parece vencer el realismo de los que afirman que la recesión será más larga de lo previsto, frente al optimismo de quienes defienden que el crecimiento se recuperará en la segunda mitad de 2002. El debate parece estar en la profundidad de la recesión y no en su duración.

En Francia se han disparado todas las reivindicaciones a la vez; ha resucitado el 'sindicato del gasto'. Alemania, el guardián de la ortodoxia, ha alejado del horizonte el déficit cero. Ambos países tienen elecciones a la vista

No deja de sorprender en esta situación la parálisis de la Unión Europea ante el letargo de su economía y el fracaso de no haber sido capaz de sustituir a EE UU como locomotora de la coyuntura mundial. El BCE ha ido siempre por detrás de la flexibilidad de la Reserva Federal en la política monetaria, y el Consejo de Ministros de Economía y Hacienda no ha sido capaz aún de resolver la duda de si hay o no que suspender el Pacto de Estabilidad y Crecimiento ante la magnitud de la crisis económica. Duda metafísica, porque los países más importantes de la zona ya han resuelto, por la vía de los hechos, aumentar los niveles de déficit para atender el mayor gasto público motivado por las dificultades de los ciudadanos (mayor desempleo, mayor protección social). La polémica sobre el déficit cero sólo está vigente en España, aunque ya se sabe a qué precio: palas de contabilidad creativa en los presupuestos; clandestinidad en las decisiones del Ejecutivo, que margina al Parlamento, y subida de impuestos no como parte de la política económica anticíclica, sino de la política electoral (los bajarán poco antes de los comicios, sea cual sea la coyuntura en ese momento).

Todo ello para mantenernos como estamos. Si Europa (y mucho más España) atendiese como se debe a la brecha digital que nos separa de EE UU, habría de aumentar la proporción de gasto público y privado para atender a la sociedad del conocimiento y al I+D. Ello significaría una recomposición del gasto que los Gobiernos no parecen nunca dispuestos a iniciar.

Mucho menos en periodo preelectoral. Una de las razones de la parálisis de la política económica de la UE es que no funciona el tradicional eje franco-alemán. Tanto Francia como Alemania tienen elecciones en el año entrante, y ya se sabe lo que está ocurriendo. En nuestro país vecino ha comenzado la tradicional oleada de reivindicaciones salariales en el sector público de casi todos los años. Jospin ha cedido a las peticiones de los gendarmes y se han extendido como una mancha de aceite las de los demás colectivos: profesores de enseñanza primaria, secundaria y superior; médicos, empleados de Correos y del Banco de Francia, enfermeros,... todos corren al grito de 'y yo, y yo'. Tan es así que el ministro de Economía, Laurent Fabius, ha lanzado la señal de alarma. Ya se sabe que los ministros de Economía y Hacienda suelen ser los frenos del sindicato del gasto que se crea naturalmente en los Gobiernos antes de unas elecciones. Alguien ha dicho que bajo el presupuesto, todos toman Prozac.

Más paradójico es lo que sucede en Alemania. Recuérdese que desde hace una década, cuando se firmó el Tratado de Maastricht, y se hicieron oficiales los famosos criterios de convergencia (inflación y tipos de interés bajos, tipos de cambios estables, equilibrio en las cuentas públicas y deuda pública decreciente), los guardianes de la ortodoxia y encargados de poner nota al resto de los países fueron los alemanes. Lo importante era la inflación, no el crecimiento. Alemania es hoy el país que más claramente ha alejado el déficit público del horizonte inmediato, al mismo tiempo que es el país que con mayor contundencia sufre los efectos de la parálisis económica. Buena lección para los dogmáticos en el año del euro.

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