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El espíritu guerrero de Bush

Durante una semana, el mundo ha aguantado la respiración tras la diatriba de George W. Bush contra Irak y Corea del Norte. Esta última condenó enérgicamente los atentados del 11 de septiembre y se declaró dispuesta a participar en una coalición antiterrorista, pero el presidente de Estados Unidos no ha querido saber nada y ha acusado a Corea del Norte de preparar en secreto armas nucleares y biológicas de destrucción masiva. Necesita blandir esta amenaza para justificar su programa de defensa antinuclear -la célebre guerra de las galaxias- que, al no ir ya dirigido contra Rusia y China, no encuentra un adversario creíble. Pero la prensa no ha prestado atención a esta parte de la inculpación presidencial porque está totalmente convencida de que un ataque contra Corea del Norte complicaría terriblemente las relaciones con China e incluso con Corea del Sur, cuyo presidente, Kim Dae Jung, recibió el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para reunificar las dos Coreas. No ha ocurrido lo mismo con Irak, con el que Estados Unidos tiene cuentas que ajustar desde que en 1991 fracasó en su intento de derrocar el régimen dictatorial, pese a la victoria militar.

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Finalmente, el 27 de noviembre, The New York Times publicó un editorial titulado Irak debe esperar, dirigido no a Sadam Husein, sino a George W. Bush, que, embriagado por los éxitos militares en Afganistán, acababa de pronunciar un discurso demasiado 'imperial', lleno de amenazas contra Bagdad. Se ha preparado el terreno para una larga campaña, iniciada antes incluso de los bombardeos contra Afganistán por el vicesecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, y de la que se han hecho eco casi a diario los editorialistas proisraelíes. Pero The New York Times, en un estilo muy pedagógico, explica que existe una gran diferencia entre la situación de Afganistán y la de Irak, donde no hay una resistencia armada comparable a la Alianza del Norte. Por otro lado, los países árabes que hace 10 años participaron en la coalición anti-iraquí, empezando por Egipto y Arabia Saudí, en esta ocasión no estarían de acuerdo en luchar contra Sadam Husein. En fin, last but not least, los aliados europeos, con la muy fiel Gran Bretaña a la cabeza, han hecho saber que no aprobaban un ataque contra Irak.

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Según el gran diario neoyorquino, los bombardeos por sí solos nunca serán suficientes para derrocar el régimen dictatorial de Bagdad. Habría que organizar una fuerza terrestre estadounidense, lo cual requiere muchos meses. En realidad, ese mismo 27 de noviembre, los bombarderos de Estados Unidos atacaron una instalación de defensa aérea en Irak, pero el mundo está tan acostumbrado que, en la prensa, la noticia no fue comentada o apenas fue mencionada. Así pues, el diario neoyorquino aconseja al presidente de Estados Unidos centrarse en ejercer una presión diplomática, utilizando la mejora de sus relaciones con Rusia para obtener una nueva política de sanciones y una reanudación del control de armamento que, seguramente, Irak desarrolla en secreto. Se dice rápido, pero es difícil de llevar a la práctica.

Con gran habilidad, Vladímir Putin se subió al carro estadounidense tras el 11 de septiembre sin realizar concesiones de fondo. Es cierto que, bajo el pretexto de medidas de carácter económico, cerró de forma unilateral la antigua base soviética en Cuba, que no costaba muy caro -ya que se pagaba mediante piezas de recambio para armamento y otras instalaciones industriales-, pero este gesto apenas ha sido advertido en Washington. Por lo demás, tanto en lo que respecta al Tratado ABM de 1972 como al suministro ruso a Irán, el Kremlin se mantiene en su postura de siempre. Ya en tiempos del comandante Masud, Rusia apoyaba a la Alianza del Norte no por amistad, sino para proteger a Tayikistán y Uzbekistán de la muy agresiva ofensiva de los talibanes. En la nueva fase de la guerra ha aumentado sus envíos de armas y de tecnología militar de muy buen grado, puesto que el nuevo comandante de la Alianza, el general Fahim, en el pasado fue agente de información del régimen comunista de Kabul, y sólo se unió a los muyahidin en 1992 tras la caída de Nayibulá. Esto explica que un centenar de soldados rusos del MTchS (Ministerio de Situaciones de Emergencia) hayan sido los primeros extranjeros en desplazarse a Kabul para preparar la llegada de la ayuda humanitaria y reconstruir la Embajada rusa. Todo esto se lleva a cabo con el beneplácito de Estados Unidos y, por lo tanto, no supone un motivo de fricción.

En lo que respecta a Irak, durante la guerra de 1991 el Kremlin hizo todo lo que estuvo en sus manos para convencer a Sadam Husein de que se retirara de Kuwait -recordemos las misiones de Yevgueni Primakov- y sólo participó en la coalición militar estadounidense una vez que éstas fracasaron. Desde entonces, a la vez que ejecuta las sanciones de la ONU, el Kremlin no pierde la esperanza de recuperar la enorme deuda iraquí -más de 8.000 millones de dólares- y pide la abolición de las sanciones contra este país. Un número incalculable de delegaciones parlamentarias acude periódicamente a Bagdad y sensibiliza a la opinión pública sobre los efectos nefastos -en primer lugar para los niños- del bloqueo sobre Irak. El jueves 29 de noviembre, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución de Estados Unidos y Rusia que prorroga hasta junio próximo el régimen de favor que permite a Irak vender una parte de su petróleo a cambio de alimentos y medicamentos. Ese mismo día, el secretario de Estado Colin Powell declaró solemnemente que en el orden del día no figuraba ningún ataque contra Irak. En Moscú lanzaron un suspiro de alivio. Así pues, las buenas relaciones con Washington pueden continuar sin verse perturbadas por el espinoso problema iraquí. La popularidad de Vladímir Putin, que, según algunas encuestas no publicadas, supuestamente está bajando, no corre el riesgo de verse muy afectada por unas acciones contra Bagdad. Esperar algo más, como hace The New York Times, demuestra un desconocimiento de la situación interior rusa o un wishful thinking (confundir sus deseos con la realidad).

En una entrevista concedida a Le Monde, Paul Wolfowitz recriminado por Colin Powell por sus declaraciones anti-iraquíes, no insiste sobre la perentoriedad de una guerra contra Bagdad, pero sostiene que es urgente 'acabar con los Estados que amparan el terrorismo'. En la lista de Estados, los editorialistas estadounidenses no descubren nada nuevo: Somalia, Yemen y Sudán. Su participación en la acción terrorista no ha quedado demostrada, pero sobre su conciencia pesan atentados que provocaron víctimas entre los soldados estadounidenses. En realidad, se trataría de una venganza y no de una ofensiva antiterrorista. Pero hay que esperar, al igual que en el asunto de Irak, que los aliados de Estados Unidos sabrán frenar el espíritu guerrero de George W. Bush.

K. S. Karol es experto francés en temas de Europa del Este.

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