¿Está diseñada Barcelona para las bicicletas?
Barcelona no estaba preparada a principios de siglo pasado, ni lo está ahora, para soportar una cantidad innecesaria de vehículos de motor privados. Este uso indiscriminado es el responsable de que muchas personas tengan miedo a ir en bicicleta. Lo peor es que los peatones nos hemos quedado sin espacio.
Es cierto que Barcelona tiene desniveles geográficos y no es llana como una ciudad holandesa, pero las bicicletas modernas disponen de cambios para remontar ciertos desniveles con comodidad. En Holanda las bicicletas no tienen cambios y cuando llueve -mucho más que en nuestro país- o, lo peor, sopla el viento, ir en bicicleta es tanto o más difícil que en Barcelona.
Las infraestructuras para potenciar el uso de la bicicleta no son precisamente caras. En calles estrechas, y sobre todo en el núcleo urbano, se debe dar prioridad de circulación a los peatones y ciclistas y, por tanto, cerrarlas total o parcialmente al tráfico privado motorizado, y obligar a éste a limitar su velocidad para garantizar la seguridad de los usuarios de la vía pública. En algunas avenidas y conexiones interurbanas pueden hacerse carriles bici.
Si en las escuelas se enseñara a conducir bicicletas, como se hace por ejemplo en Alemania, todos los ciclistas, motoristas, automovilistas... serían menos incívicos. No es, pues, tan difícil adoptar este tipo de medidas, sobre todo entre la población más joven.
En ningún país europeo se obliga a los ciclistas a llevar casco. ¿Por qué hacerlo aquí? Si nos decidimos a adoptar todas estas medidas junto al objetivo de mejorar el transporte público, el coche compartido y el desarrollo de otras alternativas no contaminantes, conseguiremos acabar con la dictadura del coche y no empezar otra dictadura, sino tener unas ciudades más agradables y humanas para todos. No es este un objetivo inalcanzable, sino el principio de un cambio que ya empieza a producirse lentamente en nuestra sociedad.
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