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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Siguiendo el hilo de la vida

A partir de 1910, tras la 'crisis del simbolismo', la cultura rusa se situó en primera línea del arte y el pensamiento europeos. La lista de figuras geniales es amplia y diversa, con nombres como los de Stravinski, Prokófiev, Stanislavski, Kandinsky, Malevich, Goncharova, Nijinski o Eisenstein. En este contexto surgen en Rusia importantes movimientos poéticos en respuesta al simbolismo en decadencia, de ellos dos decisivos: el futurismo y el acmeísmo, alrededor de los cuales se agrupan gran parte de los poetas más jóvenes junto a otros ya consagrados; les guiaba el rechazo de una retórica heredada, frente a la cual nacen sucesivas declaraciones de intenciones y expresiones artísticas cuya repercusión dura hasta nuestros días. Acordes con el espíritu de la época, pero sin negar su herencia, los acmeístas parten del simbolismo para revolucionar su misma esencia, encaminando la escritura poética hacia aquello que era designado por su propio nombre de escuela: acmeísmo procede de la palabra griega acmé, que significa la 'cima', la 'cumbre', el 'momento de mayor intensidad' o el 'más alto grado de algo'.

POESÍA ACMEÍSTA RUSA. ANTOLOGÍA

Traducción de Amaya Lacasa y Rafael Ruiz de la Cuesta Visor. Madrid, 2001 151 páginas. 1.200 pesetas

Frente al misticismo ambiguo del simbolismo, buscan la claridad, la armonía de la sencillez, pues su sueño era una poesía en la que, como declaró Mandelshtam en La mañana del acmeísmo, 'sólo lo real puede convocar a lo real'. Un lenguaje de propiedades orgánicas, un sentimiento consciente hacia la palabra poética y la existencia real inmediata, sin falsedades: el poeta como parte del mundo. En sentido histórico y literario estricto, solamente son seis los poetas de diversa altura considerados como tales: Gumilev, Gorodetsky, Ajmátova, Mandelstam, Nárbut y Zenkevich. Pero la creciente corriente acmeísta contó entre sus filas con personalidades destacadas, con antiguos simbolistas como Briusov y Blok, que encontraron una ventana abierta a la continuidad, y entre todos ellos algunos que fueron figuras tan personales como Marina Tsvetáieva, que puede situarse cercana a esa misma línea. Duró poco, por suerte o por desgracia, y cada poeta siguió su personal experiencia vital y de escritura, sobre todo tras la revolución de 1917, lo que ha hecho de ellos representantes fieles de uno de los movimientos más transformadores y transcendentales del siglo XX.

Sus obras y destinos (trági

cos

casi sin exclusión) son lo suficientemente poderosos y dispares para reclamar una visión antológica sólida y general, ya que, debido a la individualidad abruptamente definida de sus miembros, siempre se han enfrentado a cierta dispersión, a la difuminación de sus contornos como grupo, pues su intensidad sólo es comparable a su brevedad histórica. Ésta parece ser la intención de Poesía acmeísta rusa, ofrecer una visión general, y al mismo tiempo, la particular grandeza de cada uno de los poetas incluidos. Partiendo de sus raíces, esta antología se inicia con un breve poema de Valeri Briusov, más un moderno simbolista que un estricto acmeísta, para continuar con Alexandr Blok, el simbolista más lírico, el más reconocido, el más vinculado personalmente a una época y a un sentimiento nacional. A medida que el libro avanza, va ganando en peso y consistencia gracias a los poemas de los tres grandes maestros del acmeísmo: Nikolái Gumilev, del que podemos leer su apocalíptico poema El tranvía perdido, que en 15 estrofas muestra la maestría de su técnica y sus imágenes; y tras él, dos de los grandes poetas del siglo XX: Anna Ajmátova y Osip Mandelstam, dos clásicos en el más alto sentido de la palabra, cimas indudables de la lírica rusa y universal, los más dotados de plenitud. Cualquiera de sus poemas aquí seleccionados valen como cifra de su altura poética y de su humana vitalidad.

La palabra es el material de su creación, y por eso los acmeístas fueron capaces de establecer un lenguaje poético casi sin parangón, difícil de expresar en español. Gracias al verso libre de las traducciones de los poemas de esta antología, podemos acercarnos al sentido original de unos textos fruto de un impresionante trabajo poético, a pesar de ciertos tonos a veces demasiado elaborados. Gracias también al explicativo, detallado e imprescindible prólogo de Diana Myers, el lector podrá conocer los principios poéticos y vitales básicos del acmeísmo. Cada poeta supo conservar su entidad propia, y sin embargo fueron conscientes de una idea común de construcción poética, lo que les permitió hacer de la poesía una materia real y consecuente, pues como escribiera Mandelstam en uno de sus últimos poemas: 'La flor es inmortal. El cielo indivisible. / Y el futuro... tan sólo una promesa'.

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