'He tenido una libertad enorme que hace que mi obra sea diferente'
Sergio Pitol (México, 1933) fue embajador de su país en Checoslovaquia entre 1983 y 1988. Durante su estancia en Praga fue invitado, 'como escritor, no como diplomático', por la Unión de Escritores de Georgia a visitar esta república. Fue un viaje inolvidable, pasando por Moscú y por la entonces Leningrado hasta llegar casi de milagro a Tiflis, la capital de Georgia. Se podría decir que El viaje, que acaba de publicar Anagrama, es el diario de este azaroso recorrido, pero es más, es mucho más. Junto al relato de ese regreso a Moscú y a Leningrado, con su paisaje y su arte, aparecen escenas delirantes sobre la kafkiana burocracia rusa, recuerdos de la infancia, sueños, textos acertadísimos de autores como Pilniak o Nabokov o una carta de Méyerhold que da testimonio de las torturas sufridas durante la represión estalinista. El viaje es también, y sobre todo, un homenaje a la literatura rusa.
'Tengo deudas con el Siglo de Oro, sobre todo con el teatro. También con Galdós'
'Los nuevos autores latinoamericanos no están en grupos. Se conocen porque conocen su literatura, que es individual, originalísima'
El viaje se inscribe en la línea iniciada con El arte de la fuga (Anagrama) y continuada con Pasión por la trama (Huerga
PREGUNTA. Dice que sus autores preferidos son Gógol y Chéjov y, sin embargo, dedica más espacio a Marina Tsvetáieva. ¿Por qué?
RESPUESTA. Podría haber sido Ajmátova, que es también una extraordinaria poeta y escritora, con una extraordinaria personalidad y que es para los rusos como Tolstói, un ser amado, y Tsvetáieva no. Quizá por que acababa de leer dos libros suyos, esa prosa de crónicas de vida, autobiográficas, donde todo está en todo, donde todos los detalles son el cuerpo literario.
P. Se nota en el libro que no le es simpática.
R. Es verdad, pero es la que es, una giganta de la literatura. Marina estaba alejada de la realidad. Por ella, su familia muere o sufre persecución, ese alejamiento de la realidad lleva a la gente cercana al patíbulo. Rilke mismo, que le dedicó un poema estupendo y que la admiraba, no quiso verla nunca, le daba temor por esa cosa tan tensa y posesiva de Marina.
P. Al comentar la literatura de Tsvetáieva, parece que está hablando de la suya.
R. Quizá porque somos de una misma familia literaria, para la que todos los detalles no son casuales. El viaje es un libro informe, no tiene un género prístino, cristalino, sino que se le acumulan otras cosas. Empecé esta línea, después de la hipnosis, en El arte de la fuga. De repente sentí que el diario necesitaba otro acompañamiento.
P. En El arte de la fuga cuenta usted que fue a una sesión de hipnosis y que acabó encontrándose consigo mismo.
R. Fue la experiencia más importante de mi vida. En esa sesión llegué a un momento siniestro de mi niñez y comprendí que el sentido de mi vida dependía de esos momentos de la infancia. Fue cuando salió la muerte de mi madre. Me sirvió como procedimiento literario: aprendí a provocar la memoria y a parar los recuerdos en momentos que no eran relevantes. A partir de entonces mis libros fueron un acomodamiento de elementos heterogéneos. No sucede gran cosa, pero es un paso de vida. Ahora quiero salir de esto.
P. ¿Por qué?
R. Porque ya he escrito tres libros en esta poética y sé que un cuarto fallaría. Los hice con tanta intensidad y me agoté tanto que si siguiera por ahí mi escritura se podría volver mecánica. Tengo algunos textos de los dos últimos años en esta línea, que saldrán algún día en forma de libro, pero ahora pienso en cosas mucho más nuevas, quiero probarme en otros terrenos. Lo dejo, como también dejé las novelas carnavalescas, esas que eran satíricas, goyescas y paródicas. Algo siempre va quedando, pero va a ser otra cosa aunque vaya pellizcando del pasado.
P. Aseguran que prepara una novela sobre una enana positiva.
R. Algo de eso hay, pero... He estado leyendo mucha historia de México del siglo XIX. Es un siglo fabuloso, en Europa el de las utopías, nosotros tuvimos las luchas entre conservadores y liberales, hubo personajes soberbios.
P. ¿Será una novela histórica?
R. Se situará en el siglo XIX, pero no va a ser novela histórica, sino el marco, el escenario, será histórico. La trama va a ser absolutamente autónoma, marcada por la época.
P. Ha dicho usted que es eslavista de corazón, que leyó Guerra y paz cuando tenía 12 años.
R. Sí, y no he parado de hacerlo desde entonces, pero tampoco estoy casado con la literatura rusa.
P. ¿Cuáles son sus influencias literarias?
R. Tengo deudas con el Siglo de Oro, sobre todo con el teatro. También con Galdós. Eso se lo debo a los republicanos que se exiliaron en México, que me apasionaron por Galdós, por Bergamín, por Cernuda, por María Zambrano. Se lo debo sobre todo a don Manuel Martínez de Pedroso, rector de la Universidad de Sevilla, que se exilió en México después de la guerra. Tenía tertulias como las que se hacían en España y en ellas conocí a Max Aub, a Altolaguirre, a Américo Castro. Nos sentíamos muy cerca del pensamiento de la República. Y claro, también están Chéjov, Schwob, Sterne, la poesía mexicana del grupo de los contemporáneos, Borges y Onetti.
P. ¿Qué opina de los nuevos escritores latinoamericanos?
R. Ahora hay una nueva literatura latinoamericana muy diferente a la del boom. Los escritores no están en grupos, se conocen porque conocen su literatura, que es absolutamente individual, originalísima. El mayor representante es César Aira, pero también están Roberto Bolaño, Rodrigo Rey Rosa o Mario Bellatin, todos son distintos entre sí y también distintos de las generaciones anteriores.
P. Dice usted que siente envidia de Aira.
R. Sí, porque yo lamento la ausencia de los conocimientos filosóficos que tan bien maneja Aira y que le dan un peso especial a sus novelas, como Cumpleaños. Aira es el más importante y radical de los nuevos autores latinoamericanos y a mí, que estoy en el umbral de los 70 años, leerlo me da una gran sensación de libertad.
P. Cita usted a Canetti en su libro y dice que, como a él, quisiera 'aprender el lenguaje, aprender a hablar, y aprender que no tiene uno que desear ser respetado'. ¿Lo ha conseguido?
R. Trato... bueno, creo que sí. He tenido una libertad interior enorme que ha hecho que mi obra sea diferente a otras.
P. ¿Cómo logró esa libertad?
R. La atribuyo a los muchos años que estuve fuera de México. Cuando empecé a escribir hubiera podido quedarme y estar con una revista en contra de otra revista. Pero me fui y eso me dio la libertad de no leer la literatura de moda, de no rendir ese homenaje que se hace a las nuevas escuelas. En los últimos años, la maquinaria editorial internacional es fortísima. Ahora se lee a Barthes y Barthes tiene que ser citado, ahora ya no es Barthes, es Derrida, ahora no es Derrida... Y luego cuando pasan de moda, nadie en los cenáculos académicos y también literarios. Mi trato con la literatura ha sido siempre hedónico.
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