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GUIÑOS
Columna
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Límites e identidad

Los primeros datos sobre la participación de la mujer en los procesos fotográficos llegan de la imprenta dedicada a estos menesteres que fundó Blanquart-Evard en los arrabales de Lille (Francia) en 1850. Era un taller para tiradas fotográficas en grandes series en el que trabajaron de 30 a 40 mujeres. Resultado de su labor fue la publicación de álbumes fotográficos sobre lugares y paisajes que se vendían en fascículos mensuales. Estas obreras de laboratorio precedieron a las mujeres que, primero en la intimidad y poco a poco en la calle, comenzaron a efectuar sus propias fotografías.

En la actualidad, su presencia en la actividad de la disciplina está generalizada. Poco importa que se trate de reportajes periodísticos, retratos de estudio, paisajes naturales o del revelado de copias, su peculiar sensibilidad se hace notar en el medio. Herederas de las trabajadoras de Lille tenemos muchos ejemplos. Uno que destaca es el de Erika Barahona Ede (Bilbao, 1961). Ni corta ni perezosa, a la espera de ser madre en breve, está exponiendo simultáneamente en Berlín y Tenerife. En el primer caso, Entre el mar y la tierra, se trata de paisajes en blanco y negro. En el segundo, en color, paisajes humanos en noches de alterne.

Aunque familiarizada con la fotografía desde niña, ya que su abuela tuvo un establecimiento del ramo en Bilbao, no se decantó por ella hasta 1992. Estudió Historia del Arte, Restauración y Audiovisuales en la Universidad Complutense. Con este bagaje académico a cuestas comenzó un periplo de viajes que en su caso parecen haber servido como rito iniciático de su actual profesión. Distintos lugares de España la vieron pasar restaurando murales y tomando algunas fotografías. Luego pasa por Rumania, Berlín y EE UU. Atrás queda la recuperación de murales.

El testimonio de sus recorridos queda plasmado en imágenes que va tomando con su cámara. Es un documentalismo desprendido de enjuiciamientos, sin intención preconcebida. Plasma conceptos y quedan libres para expresarse por ellos mismos. Su trabajo interesa a distintas publicaciones alemanas; entre tanto, una beca Eddie Adams Workshop la devuelve a Nueva York en 1995. De nuevo en Europa, hace un seguimiento de la transformación arquitectónica y reconstrucción del centro de Berlín. En 1997, el Guggenheim de Bilbao la responsabiliza del departamento de fotografía, labor que enriquece combinándola con otras para revistas nacionales e internacionales, o bien con exposiciones. Esta hiperactividad fue reconocida el pasado año con el premio europeo de mujeres fotógrafas por el tema Places of life, en Toscana (Italia).

Las imágenes que ahora presenta en la Photogalerie Aroma de la capital alemana son veinte ejemplares (40x50) de una serie más amplia, todavía inacabada. El título, Entre el mar y la tierra. Retrato de un paisaje privado, orienta hacia su contenido. Es una expresión romántica donde se plasma el amor por la costa que conoció de niña y que ahora vuelve a recuperar. La espuma de las olas que rompen contra el acantilado hace de frontera entre lo sólido y lo fluido. Entrelaza como una puntilla blanca repleta de festones dos mundos llenos de intriga y suspiros. Territorios cargados de emoción penetran en el inconsciente del espectador para resaltar la naturaleza salvaje y unas leves huellas humanas casi imperceptibles, que son parte de la identidad de la autora.

El trabajo del Festival Fotonoviembre en Canarias indica otro camino de sus indagaciones icónicas. Luces de color en bares y discotecas se dejan tapizar por las estelas de las gentes que acuden a estos lugares. La cámara, desde un pequeño rincón, ha pasado desapercibida; su toma cargada por la naturalidad de unos improvisados modelos, desconocedores del curioso testigo, abren páginas ocurrentes de un relato gráfico cargado de fantasía. Pero la fotógrafa no se cansa. Ahora prepara un amplio portafolio con retratos de artistas pasados por el Guggenheim con el que deseo que no tarde en sorprendernos.

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