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Columna
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Pronorteamericanos, pero del Norte

Estábamos en 1987. Reginald Bartholomew era el embajador de Estados Unidos en Madrid y encabezaba la delegación de su país en las negociaciones hispano-norteamericanas a propósito de las entonces bases militares de utilización conjunta. Por nuestra parte, idéntica responsabilidad recaía en el embajador Máximo Cajal, secretario general de Política Exterior en el ministerio que ocupaba Francisco Fernández Ordóñez. Puede comprenderse que ni el Departamento de Estado ni el Pentágono fueran partidarios entusiastas de modificar el status de unas bases heredadas de la época de Franco, de las que se servían a su entera libertad pero que suponía una hipoteca inaceptable a nuestra soberanía una vez convertida España en un país democrático miembro de la Unión Europea y además de la Alianza Atlántica. Gobernaba el partido socialista, que ya en su congreso anterior a su primera victoria electoral había modificado sus planteamientos internacionales por iniciativa del compañero Fernando Morán.

Volvamos a la cuestión. Los nuestros negociaban en 1987 un nuevo convenio equilibrado que nos redimiera de la condición de satélites y nos situara como aliados leales. Pero entonces desde el Abc de Luis María Anson se optaba por intentar el desprestigio y la descalificación de Cajal, al que se atribuían el 21 de marzo 'la arrogancia, los preconceptos y el apasionamiento antiamericano', pésimo bagaje 'para propiciar un entendimiento hoy necesario para España y para Norteamérica'; y del que el 24 de julio se llegaba a decir que parecía 'al servicio de los intereses de la Unión Soviética', de aquella URSS que era el imperio del mal, presidente Reagan dixit.

Fue entonces cuando durante un encuentro en la Asociación de Periodistas Europeos, que preparaba un seminario internacional en San José de Costa Rica sobre La paz en Centroamérica, pudimos aclarar la situación al embajador norteamericano. Reginald Bartholomew parecía obsesionado y por todas partes veía antiamericanismo, y un colega le sacó de su error aclarándole que la verdadera división en España no era entre pro y antinorteamericanos, sino más bien entre pronorteamericanos del Norte y pronorteamericanos del Sur. Añadió que nosotros queríamos estar en el primer grupo porque sólo ahí era posible la adhesión crítica como la practican en los propios Estados Unidos nuestros colegas, mientras que los pronorteamericanos del Sur deben serlo a la manera de los costarricenses, por ejemplo, para quienes figurar en la lista de suscriptores a The New York Times era considerado por el embajador norteamericano de la época como síntoma indudable de pertenencia al Partido Comunista.

Basta ya de monsergas y de exigir coincidencias milimétricas con Bush a quienes abominen de Bin Laden y sus crímenes. Muchos queremos ser pronorteamericanos, pero del Norte. Sin resignar la capacidad que tienen los columnistas de los grandes diarios de Washington, Nueva York, Los Ángeles o Boston para criticar por ejemplo la barbarie de los tribunales militares secretos que se ha sacado de la manga con el apoyo del Congreso el presidente Bush. Queremos que sea posible rechazar esos tribunales como hacía el pasado domingo Harold Hongju Koh en el International Herald Tribune y nos hubiera gustado que se pronunciara en ese mismo sentido el presidente del Gobierno, José María Aznar. De quien ha repetido hasta la saciedad que en el combate antiterrorista no caben atajos, de quien debe parte de su éxito electoral al repudio de los GAL y otras corrupciones era legítimo esperar que mantuviera estos criterios sin disimulo en el despacho oval o en la CNN ante Larry King. Porque si se proclamara que todos los terrorismos son iguales y si parecieran bien a nuestro Gobierno los tribunales militares secretos implantados en Estados Unidos, ¿cuánto tardaríamos en importarlos?

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