El largo año de Fox
Un año después de llegar a la presidencia de México, la popularidad de Fox está a ras del suelo. La crisis económica le ha pillado de lleno y se ve obligado a recortar los programas sociales. Habiendo prometido un crecimiento de 7% del PIB, se ha topado con la recesión económica en EE UU -ayer se conoció que la economía norteamericana, que absorbe el 85% de las exportaciones mexicanas, se había contraído un 1,1% en el tercer trimestre-, y se ha pasado al crecimiento cero, e incluso puede estar en el umbral de una recesión. Ello puede hacer las cosas más difíciles al primer presidente mexicano en la etapa contemporánea que no pertenece al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Fox no dispone de la mayoría legislativa necesaria para sacar por sí solo los proyectos de ley. Ganó arropado por la derecha y por una izquierda harta del PRI, que se inclinó por el voto útil, convencida de que apoyar a su partido natural, el PRD (Partido de la Revolución Democrática), restaba posibilidades al triunfo del cambio. Fox se encontró con que para gobernar México se requiere no sólo ocupar el Ejecutivo, sino también controlar el Legislativo y buena parte de las gobernadurías estatales.
El PRI ha pasado a la oposición y atraviesa un periodo de cambio profundo, pero ha colaborado con el Gobierno en el Congreso para la aprobación de algunas leyes. Al mismo tiempo su partido, el PAN, se ha distanciado del presidente y en el interior del Gobierno se registran profundas grietas. De hecho, los tres grandes partidos nacionales aparecen divididos en sus respectivos procesos de búsqueda de nuevas definiciones políticas. México vive en pleno proceso de transición con unas fuerzas políticas que no terminan de definir adónde quieren llegar.
En el lado positivo de la balanza, Fox ha conseguido con habilidad restar ímpetu al movimiento zapatista, al que dejó marchar hasta la capital, y ha logrado aprobar una ley sobre los pueblos indígenas que, aunque insuficiente, es un paso adelante. Además, ha lanzado el Plan Puebla-Panamá para desarrollar el sur de México y Centroamérica, pues el Tratado de Libre Comercio con EE UU y Canadá ha provocado un desarrollo notable del norte de México, pero ha ahondado las diferencias regionales y sociales. La crisis económica supondrá menos dinero para las infraestructuras de este sur maltratado.
País de enormes contrastes, México ha realizado grandes progresos en los últimos años. Por vez primera una crisis económica no va acompañada de una crisis financiera: el valor del peso aguanta bien frente al dólar. El proyecto de presupuesto para el próximo ejercicio contempla un déficit de tan sólo 0,65% del PIB, y Fox no ha cedido a la tentación de alejarse de la ortodoxia. La inflación parece controlada, aunque el desempleo haya empezado a crecer. México necesita avanzar en la liberalización de algunos sectores cerrados, como el energético, una vez que ha conseguido hacer de su economía una de las más abiertas del mundo. Y está pendiente la medida económica central con la caída en los ingresos petroleros, la reforma fiscal, ya que los impuestos suponen tan sólo un 11% del PIB, mucho menos que en cualquier país desarrollado. Sin ello, no podrá hacer frente a los programas sociales y al bienestar de la mayoría de su población, aunque la economía vuelva al crecimiento y a la normalidad. Todavía le resta la mayor parte de la legislatura para lograrlo. Se lo merece una de las transiciones a la democracia más importantes del mundo.
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