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Columna
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Por fin, con Bush

Llega el gran día. Mañana mismo, el presidente Aznar estará con Bush, el que le distinguió con su primera visita a Europa acudiendo al rancho grande de Quintos de Mora. El encuentro será en el despacho oval de la Casa Blanca. Según el programa, habrá media hora de conversación y lo que añadan los fontaneros de una y otra banda. Es seguro que los minutos resultantes de esa suma sobrepasarán cualquier récord anterior de cualquier otro presidente del Gobierno español a partir de Adolfo Suárez, primero en comparecer ante el emperador. Durante los saludos previos, los fotógrafos y las cámaras de televisión harán lo que en la jerga se llama un mudo. Al terminar habrá conferencia de prensa conjunta. Para empezar, palabras elogiosas del anfitrión para su huésped, enseguida exaltación de las coincidencias que les animan y de postre, las preguntas de los periodistas. Además, como el portavoz de la Casa Blanca sigue sin homologarse con Pío Cabanillas, se descarta que aproveche para lanzar reprimendas sobre las fechorías de los demócratas durante la presidencia de Clinton.

Los colegas estadounidenses, para quienes ser corresponsal en la Casa Blanca constituye una de las posiciones profesionales más distinguidas, se interesarán por los asuntos del día, los que hayan alcanzado en ese momento temperatura de pregunta, tengan o no que ver con el encuentro Bush-Aznar. ¿Y los españoles?, ¿qué preguntarán los españoles? Si estuvieran en Madrid y el segundo atril lo ocupara un invitado de Aznar es muy probable que sus cuestiones incidieran sobre la última de Xabier Arzalluz, en qué lista poner a Batasuna, el juicio de los fondos reservados, la ventaja del PP en el sondeo del CIS, el federalismo equívoco del socialista Maragall o el claro apoyo del fiel Pujol a la subida del precio de las gasolinas, en aras de la mejor sanidad pública. Pero, esta vez, se encuentran en Washington y Bush obliga. Seguro, por tanto, que los nuestros, imbuidos de ese coraje físico y moral que Hemingway definía como 'el estado de gracia bajo presión', desearán saber el contenido de la conversación previa y conocer detalles tanto de la oferta española de tropas a la guerra de Afganistán así como de los acuerdos en la lucha contra el terrorismo.

Pero ¿se interesarán también por los desacuerdos Washington-Madrid? Por ejemplo, ¿indagarán sobre la imposibilidad constitucional de que España acceda a cualquier solicitud de extradición cursada por Estados Unidos respecto a los acusados de terrorismo, incluso si se tratara de los de la red de Bin Laden, habida cuenta de que podrían terminar compareciendo ante esos tribunales militares secretos, que se anuncian en la legislación Bush, y de que además podría pedirse para ellos la pena de muerte? ¿Preguntarán por las condiciones para la renovación del acuerdo sobre las bases españolas, aéreas y navales, en las que hay Instalaciones de Apoyo (IDAS) a disposición de las Fuerzas de los Estados Unidos siempre que por parte del Gobierno norteamericano se cursen las oportunas solicitudes y se hayan obtenido del Gobierno español las preceptivas Autorizaciones de Uso (ADUS)?

Como se sabe, este año correspondía proceder a una actualización del Convenio de Defensa pero lo que hubiera debido negociarse -la ampliación de la base naval de Rota- se concedió sin más en una declaración conjunta que Josep Piqué tuvo tanto gusto en firmar previamente con nuestra Madeleine Allbright cuando aún era secretaria de Estado, durante la presidencia de Bill Clinton. Meses después, por el ministro Federico Trillo supimos que la única cuestión a resolver entre las delegaciones negociadoras de ambos países era la reclamación salarial formulada por los empleados españoles de la base, que ni Washington ni Madrid quieren pagar.

Pero hoy las cosas adelantan que es una barbaridad, porque, ¿quién hubiera podido decirle al embajador Máximo Cajal, en 1991, cuando encabezaba a los negociadores españoles en su intento de recuperar la plenitud de la soberanía sobre las bases enajenadas por Franco y de preservar la libre decisión del Gobierno de Madrid a la hora de conceder las ADUS al Gobierno de Washington, que todo aquel escrúpulo iba a ser ahora considerado contraproducente por los actuales responsables políticos? En breve, que la visita de Aznar a Bush viene a confirmar lo escrito por Canetti. La alegría del más débil: darle algo al más fuerte.

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