Sociedad sexista
'Ni con el tallo de una flor' se decía que no se debía pegar a una mujer. Se las pegaba, se las mataba, se las echaba de casa, se las condenaba a la prostitución, se las metía en un convento. Yo, no. Yo no era obediente ni lo fui más que ante la amenaza: pero era creyente en la paz y en convencer. Aparte la cursilería floral, estaba convencido de que no se pegaba ni a mujer ni a hombre, ni a niño ni a animal.
No me he peleado jamás con nadie, ni en el patio del colegio ni en el del cuartel. Puedo haber hecho más daño de otras maneras: estoy seguro de que sí. La mujer es una víctima en España, como en todas partes, desde el fondo de los siglos. Judaísmo, islamismo, cristianismo, y control positivo de la natalidad: que para, intercambio de riquezas, unión de fortunas, y una consideración absoluta de su inferioridad, de la que algunas, históricas, escaparon. Este viejo horror antropológico no era un placer para el hombre: el asesino o el que maltrataba quedaba marcado y a veces castigado.
Creo que ahora es mucho peor. No basta que un hombre que mata a su mujer y luego se suicida o se entrega a una prisión donde será físicamente castigado y saldrá con su vida destruida sea considerado como un simple asesino nato: un bruto. Es víctima de otro código que le apresa. A veces, por el canallesco, estúpido y religioso sentido del honor, uno de los peores inventos de nuestra condición miserable. A veces, por otro misterio no menos raro, el que fija el amor único, otrora bello y ahora maldito. La idea de quedarse definitivamente solo le puede llevar al suicidio, como la celotipia, que es otro horror infundido (aunque aparezca en los animales sociales: también infundido, no caigamos en la creencia de que todo en ellos es natural). Suicidarse es mejor que matar.
Esta desgracia de la pareja atañe también a la mujer. Matan y pegan menos: es una relación de fuerza. Existe una conducta de pareja, y una ética, y una moral: están siendo durísimos desde que la sociedad occidental ha reducido la necesidad de la familia clásica, la reserva de la mujer para la reproducción, los bienes gananciales, la natalidad. Hay ahora una contradicción: por una parte el neocatolicismo de resistencia que ejerce el Gobierno reclama familia sin democracia como autoriza (hoy) Iglesia sin democracia; pero utiliza a la mujer para el trabajo barato, entre el hombre y el inmigrante. Hay un tema natural y humano de protección al débil; pero no podrá ejercerse sin una modificación social profunda, de hombre y mujer, de un solo ser humano de cualquier sexo, edad o nacimiento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.